Jordi Coca rescata al 'apestado' Artaud

El director catalán adapta la conferencia 'El teatre i la pesta'

Esther Bové, en 'El teatre i la pesta', de Antonin Artaud.

Esther Bové, en 'El teatre i la pesta', de Antonin Artaud.

IMMA FERNÁNDEZ / BARCELONA

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El teatro, como la peste, es una crisis que se resuelve en la muerte o en la curación, en la purificación. Así lo creía Antonin Artaud (Marsella, 1896 /París, 1948), poeta, dramaturgo, director, actor y teórico defensor de un teatro que golpee a la platea. Que sacuda la psique. Teatro de la Crueldad, lo definió el influyente creador francés. Sonada fue la conferencia El teatro y la peste que dio en un lluvioso día de 1933 en la Sorbona parisina, cuando acabó revolcándose sobre el suelo sudoroso y febril, gritando su agonía con voces extrañas y gestos vomitivos, cual víctima de la plaga.

Fue una extrema representación de su ideario escénico. Un acto de impacto para comparar la transformación que debe sufrir la platea ante el hecho teatral con la metamorfosis del cuerpo por la peste. El dramaturgo y director catalán Jordi Coca ha rescatado aquella «gloriosa» conferencia, un texto de «belleza conmovedora», en forma de monólogo interpretado por Esther Bové. Programado dentro del festival Grec, El teatre i la pesta se propone sacudir al público del Teatre Akadèmia, hasta el 26 de julio.

Coca optó por distanciarse de la extrema y explosiva figura del autor para poner el foco en un «texto de fuerza extraordinaria» dejándolo en manos de una joven actriz. «No quería a un actor que imitara a Artaud con todos sus tópicos, gritos e histerismo. Bové está magnífica. La elegí porque tiene un punto de dureza, de rockera, de frialdad, y otra cara más amable. Es muy expresiva», explica.

EMBRIAGUEZ / Bové se mete en el pellejo de Artaud en un tour de force que le lleva a experimentar el sufrimiento de una apestada. El proceso de descomposición del cuerpo. Interpreta a una actriz, anfitriona de una cena de amigos -con una mesa exquisitamente preparada como símbolo de las convenciones morales y sociales-, que irá perdiendo el decoro y la elegancia para sumirse en un intenso estado de embriaguez. A partir de las duras palabras de la obra, atraviesa un doloroso viacrucis de deterioro físico y lingüístico que simboliza el paralelismo entre el arte de la interpretación y la enfermedad; y la conversión de los valores. La radical transformación de la actriz va acompañada de las distorsiones de la música, compuesta por Carles Puértolas, y de una escenografía cambiante que pasa del blanco a una borrachera de colores.

Escribió Artaud en El teatro y su doble (que inspiró La peste, de Albert Camus) que el teatro, «como la peste, impulsa a los hombres a que se vean tal como son, elimina las máscaras y hace ver la debilidad, la bajeza, la hipocresía, revelando su oscura potencia». La esencia de la vida es cruel, sentenció el atormentado creador, que padeció toda su vida los severos efectos de una meningitis sufrida en la infancia.

Para Coca, al autor le interesaba «traspasar los límites, ir siempre más allá, provocando miradas  profundas, depurativas, en el público». Se alzó contra el teatro cotidiano narrativo y simplista, y defendió su valor primigenio, catártico, perturbador y reflexivo -«debe servir para que el hombre reflexione sobre su inmundicia», decía-.

También dijo Artaud que las acciones debían «anteponerse a las palabras liberando el inconsciente en contra de la razón y la lógica». El montaje le da ese valor a las acciones y Bové se deja la piel ante una platea que, avanza el director, acaba golpeada, helada, enmudecida. El teatro de la crueldad -«del rigor», matiza Coca- se ha instalado en el Akadèmia.