«Somos el secreto mejor guardado de Barcelona»

Propietarios del tablao Cordobés, que celebra 45 años de flamenco al final de la Rambla.

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POR
Olga
Merino

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Encuentro familiar en el número 35 de la Rambla. La hija, María Rosa Pérez Casares (París, 1961), nació en la capital francesa porque sus progenitores, guitarrista y bailaora, estaban actuando allí por entonces. El padre, Luis Pérez Adame (Madrid, 1938), prefirió el apellido materno como nombre artístico. La saga regenta el tablao Cordobés, fundado en 1970.

-Luis: Hice la carrera de violín en el conservatorio y estudié guitarra clásica. Soy un músico que se convirtió en tocaor porque tenía que ganar dinero.

-María Rosa: Le habían puesto Cordobés por el torero... Mis padres tenían una compañía flamenca que viajaba por toda España, y recalaron en Barcelona, donde los contrataron los entonces propietarios del tablao: Matías Colsada, empresario teatral del Paral·lel, y Joan Gaspart, del grupo HUSA.

-Y se acabó la vida errante del artisteo.

-L.: Es que ya teníamos dos hijos, con 11 y 12 años, y los habíamos dejado atrás en muchas de esas tournées por el extranjero que se hacían entonces, de seis meses o más. Era el momento, y aquí quemamos las naves. La apuesta tenía que salir bien sí o sí.

-Por aquí han pasado grandes artistas.

-M.R.: Casi todos; yo diría que el 90% de quienes son y han sido algo en el flamenco. Leyendas que ya no están con nosotros, como Camarón de la Isla, Bernarda y Fernanda de Utrera, El Chocolate, Lole y Manuel, Farruco (abuelo del bailaor Farruquito)…

-L.: Recuerdo cuando contraté a Farruco por primera vez; tenía unos 50 años y pesaba un montón de kilos. Mi esposa, como bailarina, al verlo tan gordo cuando se instaló en el hotel de al lado, se temía lo peor y me dijo: «O es un genio o es un payaso».

-Y resultó un genio.

-L.: ¡Llenó el escenario de chaquetas! Con esas hechuras, era capaz de transmitir una emoción muy intensa.

-Los autóctonos frecuentamos poco el tablao. ¿Es un show para guiris?

-M.R.: El 90% de nuestra clientela es foránea. Para los locales, somos uno de los secretos mejor guardados de Barcelona. Formamos parte de la historia de la ciudad. En los años 70 y 80, cuando aún no era destino turístico, a menudo teníamos limusinas en la puerta porque éramos de los pocos espectáculos interesantes que podían verse. ¡Competíamos con el Scala!

-¿Limusinas?

-L.: La de Salvador Dalí, por ejemplo. En los años 70 teníamos el suelo enmoquetado de rojo, y la primera vez, nada más abrir la puerta, soltó: «¡Esto es como una gran sandía!». También estuvieron el actor Keanu Reeves y el pianista Chick Corea.

-Rambla y flamenco suena a plástico.

-M.R.: La asociación de esas dos palabras invita al tópico, sí. Y en nuestro caso es justo lo contrario: seguimos la tradición de los viejos cafés cantantes del siglo XIX y las casas de vinos de la posguerra. Mantenemos un nivel artístico altísimo.

-L.: Tampoco se puede hablar del turismo de forma peyorativa. La mayoría se acerca al flamenco con un respeto extraordinario, como rodeado de una aureola.

-¿Pero entienden lo que ven?

-L.: A ver, saber de flamenco sabe muy poquita gente, pero es que no es necesario para disfrutarlo. Se detecta en seguida cuando te quieren dar gato por liebre. L levamos aquí 45 años porque la gente no es tonta, ni los turistas ni los locales.

-Barcelona siempre fue muy flamenca.

-M.R.: La huella ha sido enorme, e incluso ahora están surgiendo artistas jovencísimos muy buenos, como la bailaora tarraconense Belén López, El Yiyo, de Sant Roc, o Karime, sobrina nieta de Carmen Amaya. Por no hablar, en el cante, de Miguel Poveda y Mayte Martín.