'ENTRE CULEBRAS Y EXTRAÑOS', UN LIBRO ESCRITO SIN MAYÚSCULAS
Cerca de la adolescencia
El escritor gallego Celso Castro completa en Destino la trilogía que quedó huérfana tras la muerte del editor Gonzalo Canedo
El gallego Celso Castro (A Coruña, 1957) es un escritor secreto que merece la pena descubrir. No es ningún recién llegado, pero las seis novelas en su haber que suele presentar en rigurosas minúsculas de principio a fin, como hacía el poeta norteamericano e. e. cummings, se han ido abriendo camino lentamente sin apenas ruido mediático. En esa larga ruta también le ha golpeado la mala suerte. Después de enemistarse con muchos editores que querían corregir sus peculiaridades ortográficas, encontró uno magnífico, Gonzalo Canedo, que se peleó no poco por él. «Celso Castro, gallego como yo, hay que leerlo, créeme», repetía a quien quisiera oírlo. Canedo, que publicó en Libros del Silencio El afinador de habitaciones y Astillas, se fue demasiado pronto, ¡ay!, y ahora Destino recoge a Castro -o quizá habría que escribir castro, como hace él- en entre culebras y extraños, tercera entrega de su trilogía, los Relatos del Yo. El libro sigue al protagonista, un adolescente sin nombre, solitario y enfermizo, no necesariamente simpático, lector de Schopenhauer, con una compleja relación amorosa y sexual con su hermana Sofía. Y sí, no hay que ser muy avisado para darse cuenta en qué molde ha diseñado a su personaje. Es Castro/castro con unos años menos.
«Escribir con minúsculas no es una cuestión de rebeldía y tampoco un homenaje a cummings, aunque sí tenga que ver con la poesía que practiqué en mis inicios. Es más bien una cuestión estética, quería que todas las palabras tuvieran el mismo peso. Además esta voz narrativa necesita las minúsculas», explica Castro. Asegura que sigue a Joyce cuando dice que el autor debe estar en su texto como un Dios aparte, indiferente. El autor se siente así pero también se involucra totalmente en el texto, arrastrado por el fluir de la prosa -que delata que en pasado escribió poesía- y los sentimientos que convoca. «Soy capaz de echarme a llorar mientras escribo». Si la solapa no informara que rebasa los 50, sería fácil imaginar, por la frescura de su prosa, que se trata un escritor mucho más joven. «Yo creo que la gente joven es más académica -discrepa- porque necesita demostrar demasiadas cosas. Desembarazarse de ese lastre viene con la edad, con la liberación de muchas cosas, solo así consigues ser más puro y más fresco».Sin modestia alguna
Que un hombre de su quinta siga preocupado por las perturbaciones de la adolescencia no deja de ser significativo: «Creo que es así porque en el fondo nunca he dejado ese mundo. En general, la gente mayor no me interesa porque se ha acomodado demasiado y, en cierta forma, está ya fuera de la vida, de las emociones». Un indicio de ese intento artístico de no luchar por una carrera, de borrar sus huellas, es el hecho de que presentara su primera novela con un seudónimo, m. de verganza. «Eso es porque yo no quería hacerme escritor, yo quería escribir, que no es lo mismo», dice con un orgullo que no se molesta en disimular. «No soy nada modesto, lo reconozco. Estoy con Schopenhauer, que decía que la modestia no es una virtud. Yo sé bien quien soy, y creo profundamente en lo que hago, aunque de vez en cuando tenga, claro está, mis dudas. Pero soy un artista, alguien que escribe por una cuestión personal, no social, y no necesito demostrar nada».
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