EL LIBRO DE LA SEMANA
Habitaciones con pasadizos
La espera de 'La habitación de Nona', el libro de relatos de Cristina Fernández Cubas, ha valido la pena
También un libro de cuentos es como una caja de bombones, todos distintos, todos con la misma marca y cada uno con su propia sorpresa. Hacía casi diez años que Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, 1945) no nos ofrecía una de esas bomboneras, desde 'Parientes pobres del diablo' (2006), que mereció el premio Setenil. Los muchos lectores que había ido ganando desde el turbador 'Mi hermana Elba' (1980) pudieron consolarse en 2008 con la compilación 'Todos los cuentos', donde aguardaba alguna pieza inédita, pero ha habido que esperar hasta ahora para ver publicado un volumen nuevo. Y la espera ha merecido la pena, porque en 'La habitación de Nona' reencontramos las virtudes narrativas de la autora, la sutileza desasosegante, la cotidianeidad rota por la amenaza o la irrupción escalofriante, el estilo de pulcra sencillez, de compás lento y firme. Y una melancolía de tintes autobiográficos que se filtra en alguno de los textos, como 'Nueva vida'.
En la realidad perceptible que reflejan estos cinco relatos nada hay que la diferencie de la nuestra. Los sentimientos y las costumbres de los narradores y personajes facilitan la inmersión en estas historias, sus recelos y deseos, sus recuerdos y aflicciones pueden ser los de cualquier lector y en ese mecanismo de identificación que se apoya en la falta de excepcionalidad radica gran parte de la perversa eficacia del arte de Fernández Cubas. Allí donde parece no haber misterio se esconde lo ominoso y donde el devenir de las cosas aparenta obedecer a la tranquilizadora pauta de lo previsible se produce una chirriante alteración, una rotura en la superficie lisa de los días. No siempre esa rotura tiene forma y figura, más bien sucede lo contrario, que el elemento perturbador surge como una sospecha angustiosa, una intuición que acucia con la fuerza de una certeza y cuyo origen puede ser trivial, los celos de una hermana, una visita a un museo, un acto de buen samaritano o el súbito asalto de unos recuerdos vivísimos. La escritora administra con maestría esos resortes, crea incertidumbre e inquietud, incomoda y emociona, logrando que el lector no quede indiferente ante lo que le cuenta.
No hay cuento irrelevante en el libro, pero hay que llamar la atención sobre tres de ellos, 'La habitación de Nona' e 'Interno con figura' por un lado y 'El final de Barbro' por otro. Los dos primeros están ligados a través de la propia escritora, que ha imaginado una espléndida historia de género fantástico (la que da título al volumen y que requiere una lectura simbólica) para encontrarse después, en el comentario de una niña oído al vuelo en una exposición de pintura, una forma nada literaria de horror cotidiano. Realidad y ficción se encaran en esos dos excelentes relatos. 'El final de Barbro' responde a otra estrategia no menos efectiva e igualmente asociada con nuestra experiencia diaria, la del deliberado mirar sin ver, la de la crueldad gratuita y fría que no se reconoce por su nombre. El texto final, 'Días entre los Wasi-Wano' puede leerse como una celebración del poder transportador del arte narrativo y de la experiencia inequívoca que brinda el impulso fabulador de los seres humanos. Ojalá siga canalizándose a través de textos literarios como estos y no le ocurra como al último pacahuara de este cuento, que sabe que va a morir y sabe que la conmovedora evocación de su vida y sus sueños ya no queda nadie que la entienda.
LA HABITACIÓN DE NONA
Cristina Fernández Cubas
Tusquets. 208 págs. 17 €
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