Grecia en el corazón

Pedro Olalla analiza en un ensayo el ADN de la democracia clásica

Un avión, símbolo de modernidad, sobrevuela el cielo de Grecia, por encima del Partenón.

Un avión, símbolo de modernidad, sobrevuela el cielo de Grecia, por encima del Partenón.

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Como occidentales todos somos hijos de la Grecia clásica, la civilización más inspiradora, la patria del espíritu. Esa es una verdad que quizá no se ha tenido lo suficientemente en cuenta mientras la Grecia actual era sometida económicamente a las exigencias de la Unión Europea. El helenista Pedro Olalla (Oviedo, 1966), entusiasta promotor de esa cultura, lo plantea con palabras más duras en su ensayo 'Grecia en el aire' (Acantilado), un curioso artefacto que mezcla historia, literatura, crónica de viaje, periodismo y reflexión política. Hace 30 años que Olalla estudia los temas griegos y 20 que vive en el país heleno y en los últimos cuatro años ha sido testigo de excepción del derrumbe económico del país y de lo que él denomina una «campaña onerosa e injusta de los medios de comunicación respecto a Grecia, que no es, pese a que se presente así, el país europeo con más deuda, funcionarios o corrupción».

De ahí que su libro, en el que analiza cómo se gestó el proceso que acabaría desembocando en la democracia en Atenas en el siglo VI a. C. y lo que verdaderamente significó esa nueva forma de gobierno basada en el concepto hasta el momento inexistente de ciudadanía no pretenda ser un ensayo de carácter únicamente historicista sino también participativo y activista. En él, Olalla se pasea entre las ruinas de la cultura ateniense para recordar cómo aquellos griegos se inventaron la política. «La polis, la ciudad, era un espacio humano separado de la naturaleza capaz de hacer al hombre consciente, más libre, más dueño de sí mismo y éticamente superior. Esa es la esencia de la democracia clásica». Todos los ciudadanos atenienses eran partícipes del poder, no lo delegaban a terceros, no se distanciaban de las decisiones pues las tomaban directamente. «Nuestras democracias actuales, que poco tienen que ver con la democracia ateniense, suelen considerar esta como una utopía, cuando no lo fue porque ocurrió en un lugar y tuvo una existencia», ilustra Olalla.

La esclavitud

Rindiéndose a la facilidad, se podría considerar hoy, desde la perspectiva del siglo XXI, la imperfección de aquel sistema considerando que los esclavos formaban parte de aquel sistema. «Es verdad, había esclavos, pero el sistema económico ateniense no se basaba en la esclavitud, como sí ocurrió en imperios posteriores. También habría que recordar la 'seisachtheia', la medida que buscaba erradicar que una persona pudiera caer en la condición de esclavo por contraer deudas. Ese proceso es contrario al que estamos viviendo, cuyo objetivo último parece ser el de esclavizar económicamente a la humanidad a través de la deuda». ¿Existe algún tipo de conexión genética entre nuestra actual democracia y el modelo histórico? Olalla dice que tajantemente no. «Nuestras actuales democracias nacen de una reconstrucción filológica e histórica de aquella forma de gobierno. Pero en realidad se valen del prestigio histórico de la democracia y sus rasgos externos para legitimar intereses particulares y de clase». Según el autor, las democracias occidentales no son una «versión realista y adaptada de las necesidades del presente» de aquel modelo, más bien se trata de su «negación».

Y cómo muestra de esa degradación, Olalla apunta a  la reciente historia griega del crack financiero. «Grecia es una nación y un territorio depauperado que ha tenido en el gobierno a cómplices de esa explotación. Y aunque en estos momentos, Syriza se presenta como una opción de ruptura, en realidad no es más que una opción de continuismo porque no están dispuestos a romper el marco de los memoranda, el acuerdo de prestamos, la UE y, por supuesto, la moneda única. Lo triste es que se trata del último espejismo que les ha tocado vivir a los griegos». En ese contexto, el muy mediático ministro de Economía Varoufakis es para Olalla la cara visible de la tibieza anterior. «Siempre ha jugado a la ambigüedad, no estoy seguro si con plena honestidad. Porque es un hombre inteligente y me cuesta creer que considere que a Grecia pueda tener un futuro convertida en una colonia».

Naturalmente, la pregunta del millón es saber cómo de próximas están las circunstancias económicas de España y Grecia, qué parecidos razonables se pueden establecer entre Syriza y Podemos. «Syriza es un partido que nace de una mecánica tradicional, al contrario que Podemos, que es un movimiento ciudadano. Pero es cierto que ambos emergen en circunstancias parecidas, porque no hay que creer que España no es Grecia como intentan hacernos creer». Y alerta. «Syriza ganó las elecciones con un discurso que no era antieuropeo y creo que a Podemos le puede pasar lo mismo. Que no se atreva abrirse paso, que no se decida a romper los huevos para hacer una tortilla diferente».

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