Denis Villeneuve y las sombras de la lucha antidroga

El director de 'Incendies' y 'Prisioneros' deja su sello en el tenso 'thriller' 'Sicario', con Benicio del Toro y Emily Blunt

De izquierda a derecha, Denis Villeneuve, Emily Blunt, Benicio del Toro y Josh Brolin, ayer en Cannes.

De izquierda a derecha, Denis Villeneuve, Emily Blunt, Benicio del Toro y Josh Brolin, ayer en Cannes.

NANDO
Salvà

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El canadiense Denis Villeneuve lleva 20 años haciendo películas, pero en España casi nadie le conocía hasta que estrenó primero 'Incendies' (2010) -nominada al Oscar- y después 'Prisioneros'. Ambas eran 'thrillers' sofisticados, dramáticamente heterodoxos y algo pretenciosos. Después de ver su nuevo trabajo, presentado a concurso este martes en Cannes, queda claro que estamos ante un director de ideas fijas.

El asunto de 'Sicario' es el narcotráfico, pero la trama no se centra en la caza de un villano o la destrucción de una red sino en el conflicto entre dos ideologías opuestas sobre cómo luchar contra esa lacra en la frontera entre Estados Unidos y México: por un lado una agente del FBI (Emily Blunt) convencida del respecto estricto de la legalidad; por otro un turbio oficial de la CIA (Josh Brolin) y su misterioso secuaz colombiano (Benicio Del Toro).

Que los métodos de los servicios de inteligencia estadounidenses no se ajustan siempre a la norma, especialmente cuando se trata de combatir un enemigo tan salvajemente expeditivo como los carteles de Juárez, es algo tan poco sorprendente, tan fácil de dar por hecho, que cuestionarlo es casi una ingenuidad, y quizá sea por eso que resulta algo difícil tomarse el dilema moral que Villeneuve plantea tan en serio como él mismo parece hacerlo.

En ese sentido, 'Sicario' es menos contenido que mero recipiente; un anillo de bisutería dentro de un estuche de oro porque, por otra parte, el canadiense es brillante construyendo tensión y orquestando una serie de secuencias de acción particularmente asombrosas por el modo en que desafían las convenciones del género. Ahora que ya parece casi inevitable que se ruede la continuación de 'Blade Runner', que hayan escogido a un director dotado de esas habilidades para dirigirla tal vez convierta su existencia en un mal menor.

Incesto con florituras

'Marguerite et Julien', también presentada este martes, no es la peor película proyectada en lo que va de competición, pero casi. Basada en la verdadera historia del amor prohibido entre dos hermanos de una familia aristócrata acusados de adulterio e incesto y ejecutados en 1603, parte de un guion que en su día abandonó François Truffaut. Lástima que la directora Valerie Donzelli no se tomara ese detalle como señal de que más valía hacer una película sobre otra cosa.

Dos son los insalvables problemas que aqueja la película. El primero es que, con el fin de dotar su historia del aire de un cuento de hadas, Donzelli hace un uso de florituras visuales y anacronismos -la inclusión de helicópteros en el siglo XVII, por ejemplo- tan caprichoso e inconsistente que a ratos la película degenera en una mera colección de ocurrencias formales. El segundo es que, probablemente por preocuparse tanto por el estilismo, la directora se olvida de dejarnos ver la carne y el hueso de sus dos amantes, hasta tal punto que casi resulta inevitable desear que les corten la cabeza cuanto antes.

Preciosimo con Apichatpong

Dadas las profundidades abisales alcanzadas ayer por la competición por culpa de Marguerite et Julien, es inexplicable que el festival haya decidido este año relegar a la sección paralela Una Cierta Mirada el nuevo trabajo de Apichatpong Weerasethakul, que en el 2010 ganó aquí la Palma de Oro con Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas. En Cemetery of splendor, que de hecho conecta más inmediatamente con obras previas de Weerasethakul como Syndromes and a century (2006), el director tailandés vuelve a hacer gala de su sobrecogedora capacidad para construir imágenes bellas para retratar la vida en un hospital cuyos pacientes sufren una misteriosa enfermedad que los condena al sueño.

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