el personaje de la semana

Albert Serra, el gran incorruptible

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JAUME C. PONS ALORDA

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Cuando descubrí las películas de Albert Serra tuve la certeza de que me encontraba ante algo inmenso, extraño, único, absolutamente diferente a todo lo que había presenciado hasta entonces. Quise trabajar con él. Así me embarqué con su equipo circense hasta Rumanía para vivir en primera persona el rodaje de su filme Història de la meva mort. Escribí un writing of: diario de rodaje que acaba de salir publicado en la editorial Comanegra con el título de Apocalipsi Uuuuuuuaaaaaaa. ¿Qué descubrí de Albert Serra?

Para empezar, es un dandi. Sabe que la estética lo es todo en un mundo donde todo se rige por lo visual. Por eso debe cuidar su imagen, ya sea para impactar (como cuando aparece con los labios pintados como un personaje de Proust) o para encandilar (con sus mejores trajes y sus más descabelladas joyas). Sus anhelos son enriquecerse, pasárselo bien y provocar. El resto son atajos.

De trato exquisito con quien quiere, una bestia implacable para sus enemigos, a quienes cuida tanto o más que a sus amigos, que siempre le acompañan hasta el fin del mundo para ayudarle en sus proyectos. Serra (Banyoles, 1975) ha creado una familia artística como, en su día, Andy Warhol.

Es telúrico, porque convierte la materia ultralocal en monumento ultrauniversal. Es inquietante porque quiere hacer temblar a todo aquel que se postre ante sus obras. Es absolutamente inmisericorde.

Además, Serra es un escritor frustrado. Él querría escribir, pero sabe que hay demasiada competencia y poco dinero. Puede ser el mejor director de cine del mundo: nadie se atrevería a hacer lo que él hace. Abre caminos. Algunos creemos que las películas de Serra son, en realidad, sus libros: escritos con una cámara a través de rodajes salvajes. Una escritura colectiva.

Obsesivo y experto del boicot, su gran lucha no es contra quienes no lo quieren -sabe que nunca podrá convencer a quien no quiere dejarse convencer-, sino contra el cliché: desea, con todas sus entrañas, destruir cualquier cosa que pueda ser típica o turística.

Tímido y dubitativo

A pesar de sus fuertes convicciones, puede llegar a ser muy tímido y dubitativo. Por eso sus rodajes llegan a ser infiernos, pues el descontrol se apodera de ellos. También porque él así lo quiere: desea ver qué ocurre con el caos. Da la mano con desgana porque quiere diferenciarse, pero también porque no soporta el contacto con ciertos humanos mediocres.

Los grandes festivales de cine y de arte del mundo ya se han rendido a sus pies, algo casi inaudito. Y ahora la Bienal de Venecia acoge la megalómana proyección de La Singularidad, una reflexión filmada sobre el poder, las nuevas tecnologías y el sometimiento humano en un entorno hostil y demencial. La película, dividida en diferentes pantallas, dura 12 horas.

Podemos añadir que Serra es visionario e inimitable. En primer lugar, porque tiene una visión única sobre el mundo, y es capaz de plasmarla en una pantalla de cine, consiguiendo que los espectadores formen parte de una experiencia irrepetible. En segundo lugar, porque su obra se distancia de su tiempo, ya sea porque planea vías que nos llevarán a nuevas propuestas durante el siglo XXI, o porque nos hace volver atrás, a un cine anterior al cine, cuando aún era una arma llena de posibilidades.

Es inevitable decir que su ambición es desmesurada y megalómana. Por eso está donde está, y por eso el mito Albert Serra solo acaba de empezar. Tanto él como su leyenda ya avanzan a pasos imparables. Albert Serra no es su cine, pero se parecen.

No es daliniano, es así

La gente cree que el director catalán más importante de todos los tiempos es daliniano porque ha inventado un personaje público, perverso, teatral, exagerado, sin pelos en la lengua y capaz de lanzar auténticos meteoritos verbales sin inmutarse. Quien conoce a Albert Serra sabe que no es un personaje sino que él es así: un ente incorruptible, siempre absolutamente incapaz de renunciar a sus ideales.

Esto no quiere decir que sea infalible: nada hará que sus intenciones tiemblen o se desvanezcan. Eso sí, a veces se equivocará. Pero aprenderá de sus errores. Serra sabe lo que hace y sabe lo que quiere. Y si a veces no es así disimula para convencer, pues un general no debe mostrar debilidad ante sus soldados y allegados. Si tiene que sacrificar a unos cuantos para llegar a sus objetivos lo va a hacer sin pestañear y, lo que es más importante, lo va a conseguir. A estas alturas ya sabemos que nadie podrá parar a Albert Serra. Ni siquiera Albert Serra. H

Albert Serra