Indignado Goytisolo

JUAN GOYTISOLO. Escritor

JUAN GOYTISOLO. Escritor

JUAN FERNÁNDEZ / MADRID

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Había anunciado una alocución breve en la que diría «muchas cosas con pocas palabras», y cumplió lo prometido. El discurso que pronunció ayer el escritor Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) al recoger el premio Cervantes de manos del rey Felipe VI fue uno de los más críticos, políticos y pegados a la actualidad que se han escuchado en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. En poco más de cinco minutos y a través de 1.300 palabras, cargó contra los corruptos, los desahucios, los nacionalismos, la precariedad, la pobreza, las verjas de Ceuta y Melilla y hasta contra los usos comerciales del desentierro de los huesos de Cervantes, para acabar proclamando, en tono casi mitinero: «Digamos bien alto que podemos; no nos resignamos a la injusticia».

Sin chaqué, como había avanzado, pero con corbata -«es de hace 30 años, la uso muy poco», advirtió-, Goytisolo apareció por la localidad complutense como un invitado que se ha colado en una fiesta equivocada. «Me siento abrumado, igual que Bárcenas a las puertas del juzgado», musitó con ironía a su llegada. Su aspecto pedestre y su andar pausado, algo encorvado, contrastaban con la pompa del encuentro, de la que sí participaba el resto de la audiencia, poblada de nombres propios de la vida política y cultural del país. Por momentos, el escritor parecía no saber qué hacer para seguir el protocolo, como cuando tuvo que aguardar la llegada de los reyes a la entrada del paraninfo para dar comienzo al acto. Tras estrechar su mano, don Felipe y doña Letizia le guiaron como quien lleva de visita por palacio a un extraño.

Distinto fue el gesto del autor de Juan sin Tierra cuando se subió al púlpito para pronunciar su discurso de aceptación del premio, dotado con 125.000 euros. Adelantando su intención de ir al grano, Goytisolo anunció que había titulado su diatriba A la llana y sin rodeos, expresión utilizada por Cervantes en sus escritos, y procedió a leer cuatro folios en los que se sirvió de la huella del creador del Quijote para darle un repaso crítico, mordaz y sin ambages al panorama político y social de España.

El universo cervantino es tan rico que vale para explicar casi todos los ámbitos de la vida. Goytisolo, sin ir más lejos, contó que imaginaba al hidalgo manchego a lomos de Rocinante «acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la moderna Santa Hermandad que proceden al desalojo de los desahuciados». De la misma guisa veía al Quijote actuando «contra los corruptos de la ingeniería financiera», y también «al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma por encantados castillos».

La locura del Quijote

Suscribiendo la propuesta de Carlos Fuentes, Goytisolo reivindicó la «nacionalidad cervantina» para explicar su «instintiva reserva a los nacionalismos de toda índole y sus identidades totémicas». Cervantes vale, a ojos del creador de El sitio de los sitios, incluso como campanazo moral contra el mal uso que algunos pretenden hacer de su figura. El novelista invitó a sacar a la luz los episodios oscuros de la vida de Cervantes «en vez de empecinarse en desenterrar los pobres huesos y comercializarlos tal vez de cara al turismo como santas reliquias fabricadas probablemente en China».

Abandonando por instantes el terreno literario para adentrarse en el análisis político, el premiado enumeró algunas de las tristes señas de identidad social de la España de hoy. Así, recordó que «más del 20% de los niños de nuestra Marca España vive hoy bajo el umbral de la pobreza» y afirmó que al Quijote, que fue tomado por loco, le resultaría difícil resignarse «a la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes». A continuación, concluyó: «Si ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho encontrará siempre un refrán para defenderla».

Como el oficial que arenga a sus soldados en mitad de la batalla, el mediano de los hermanos Goytisolo animó a los novelistas a «introducir el fermento contestatario en el ámbito de la escritura» siguiendo el ejemplo de Cervantes. En su opinión, «las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo». El creador de Juegos de manos reivindicó la locura del Quijote como «una forma superior de cordura» e invitó a evitar la resignación frente la injusticia para acabar lanzando un guiño a la formación de Pablo Iglesias, por la que recientemente declaró su simpatía: «Digamos bien alto que podemos», soltó.

El tono reivindicativo de las palabras de Goytisolo contrastó con el de los otros dos discursos del solemne acto. El ministro de Cultura, José Ignacio Wert, se limitó a leer una extensa y sesuda biografía del escritor en la que recordó que con apenas siete años perdió a su madre en un bombardeo de la aviación sobre Barcelona y lamentó que «como Cervantes, Goytisolo y su generación tuvieron que recurrir al tactismo, al juego de espejos y a la ironía para hacer decible lo que el poder arbitrariamente marcaba como indecible».

Ceñido vestido rojo

Por su parte, don Felipe, que ayer se estrenaba como rey en esta cita anual, afirmó que pocos autores podían considerarse «tan cervantinos» como el premiado este año y confió que no sea definitiva la jubilación de novelista que anunció recientemente. Según el monarca, la obra de Goytisolo «nos ayudará a replantearnos visiones e ideas establecidas y nos impulsará a afrontar mejor el futuro».

No todo fueron aldabonazos en la disertación del galardonado. Sus primeras palabras las había dedicado a ensalzar al escritor que vive su tarea «como una adicción» frente al que solo busca «promoción y visibilidad mediática», y sentenció: «El dulce señuelo de la fama sería patético si no fuera simplemente absurdo. La verdadera obra de arte no tiene prisas».

Frente a esa concepción crematística de su oficio, Juan Goytisolo reivindicó su «condición de hombre libre conquistada a duras penas» y afirmó que «la mirada desde la periferia al centro es más lúcida que a la inversa». Acostumbrado a ser censurado y ninguneado, sentenció: «Ser objeto de halagos por la institución literaria me lleva a dudar de mí mismo, ser persona non grata a ojos de ella me reconforta».

Tras los discursos, Goytisolo se dejó guiar por la Reina, embutida en un ceñido vestido rojo de punto, camino de la foto oficial. Ahora sí sonreía y se permitía dibujar gestos con las manos en el aire. Parecía relajado, como el que viene de quedarse a gusto.