'Fast & furious 7', más ruido, más furia, más gasolina

NANDO SALVÀ

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Alo tonto, Fast & furious ha pasado de ser una mera copia de Le llaman Bodhi (1991) a erigirse en una de las grandes sagas de acción de Hollywood y, quizá, en la de mitología más densa y compleja. La razón de su éxito es que se sabe ridícula, y lo celebra: como sus predecesoras, esta séptima entrega desdeña las leyes de la física, la lógica y la cronología para poner el foco en coches que corren demasiado y cosas que explotan, a veces todo a la vez y siempre con un grado de inventiva ante el que la única opción es quitarse el sombrero.

Es la película más aparatosa de la saga. Incluye tantas carreras, persecuciones, caídas libres, despeñamientos, peleas cuerpo a cuerpo y choques al volante de los que en un mundo real nadie saldría vivo que verla es como zamparse cuatro películas de acción de golpe. Hay que hacer la digestión después de verla.

De hecho, se les ha ido la mano. Hay demasiado ruido, demasiados tipos duros -Vin Diesel, Dwayne Johnson y Jason Statham no caben los tres en una sola película- y más frases lapidarias y planos de mujeres en tanga meneando el trasero de los que un cerebro humano normal puede procesar. Y, por contra, no hay suficiente historia para alojar todo eso. En  realidad, varios personajes están ahí solo para dejarse ver o participar de forma incierta en las coreografías.

Entre todos ellos, el que soporta más carga emocional es el interpretado por el actor Paul Walker, que murió en la carretera cuando el rodaje de la película estaba a punto de acabar. A causa de esas trágicas circunstancias, Furious 7 es la primera película de la serie en la que las constantes alusiones a la importancia de la familia y la lealtad suenan genuinas. En realidad, toda la película respira cierto aire de despedida. Pero que no cunda el pánico. Habrá octava parte seguro.