WIliam T. Vollmann: «No hay que avergonzarse, todos somos prostitutas»

El gran escritor norteamericano es uno de los invitados de Kosmopolis

El escritor norteamericano William T. Wollmann, en el CCCB.

El escritor norteamericano William T. Wollmann, en el CCCB.

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Ha formado junto a David Foster Wallace y Jonathan Franzen la santísima trinidad de la gran literatura americana de los últimos años. A William T. Vollmann (Los Ángeles, 1959) le cabe el honor de ser el más inclasificable y radical. Este autor de culto, escribe novelas y crónicas kilométricas -especialmente la celebrada Europa central- y se ha jugado la vida en sus incursiones periodístico-literario en Afganistán, la guerra de Bosnia, los bajos fondos de San Francisco (allí consumió crack), e incluso en el Polo Norte, donde estuvo a punto de morir congelado. No es fácil resumir el riesgo de su escritura y su vida, definitivamente imbricadas.

-Hay una imagen suya muy impactante que lo muestra apuntándose en la sien con una pistola. ¿Qué quería expresar? 

-Siempre me gustaron las armas de fuego, esto algo que los europeos no comprenden, nos consideran un poco bárbaros y  no les falta razón. Cuando yo era adolescente , un amigo mío se jactaba de tener un arma de fuego. Ambos jugamos a probar a ver si estaba cargada. Lo hicimos y de ahí la foto que inmortalizó el momento. Muchos años después a uno de mis editores le gustó tanto que decidió ponerla en la solapa de mis libros.

-Es muy desasosegante. 

-Sí, a mis padres les asustó mucho.

-Ya entonces apuntaba maneras exhibicionistas, ganas de exponerse con sus acciones frente al lector.

 

-Todos los seres humanos somos tristes y vulnerables. De modo que cuando leo un libro, hago un trabajo periodístico y veo el sufrimiento de los demás me digo: esa es la vulnerabilidad y es un gran tema.

-Y fue usted el colmo de la vulnerabilidad, travistiéndose de mujer. ¿Qué buscaba?

 

-Fue en 'El libro de Dolores' que apareció en Estados Unidos el año pasado e incluye autorretratos míos vestido y maquillado de mujer. Amigos a quienes les había gustado mis libros anteriores se sintieron extrañados y disgustados. Eso me hizo sentir extraño y humillado y me dije: precisamente por eso tengo que hacerlo.

-¿Que sintió, en la piel de una mujer?

 

-La empatía es un aspecto clave en mi trabajo. Una vez en Yemen entrevisté a terroristas de  Al Quaeda, deseosos de masacrar a todos los estadounidenses. Después de una larga conversación me dijeron que los querían matar a todos, menos a mí. Les pregunté que a cuántos norteamericanos conocían y me confesaron que solo a mí. Creo que esa es la cuestión central, ponerme en la piel del otro.

-Con su aspecto rudo no lo tiene fácil para meterse en los zapatos de tacón de Dolores.

 

-Me basé en el teatro No japonés en el que los actores maduros con sus voces graves y sus nueces de Adán interpretan a mujeres con una gran profundidad y sensibilidad. Estoy convencido de que la feminidad es un asunto teatral. Y en cuanto a mí, he de precisar que  soy un heterosexual feliz, tengo  una familia, una hija, y jamás se me ha pasado por la cabeza el deseo de dar a luz o acostarme con hombres.

-Las prostitutas pueblan insistentemente casi todos sus libros. ¿Por qué esa obsesión?

 

-Los seres humanos siempre hemos querido trabajar sin ser alienados por el trabajo. Lamentablemente hay que pagar las facturas. En este contexto, el debate de las prostitutas es emblemático. Así que no debemos avergonzarnos: todos somos  prostitutas. La prostitución es el emblema de la condición humana porque en las relaciones sexuales los deseos de una y otra persona nunca son exactamente iguales.  Así que a menudo intercambiamos sexo por tranquilidad, para hacer que el otro se sienta bien o para que se sienta querido.

-La Biblia es uno de los grandes referentes de su escritura. ¿Cuál es su relación con la religión?

 

-En 1994 durante la guerra en Bosnia fuimos atacados por un francotirador que mató a dos amigos míos con los que compartía coche. Yo me salvé porque estaba en el asiento trasero. Inmediatamente después, otro  de mis amigos, que sobrevivió, me trajo una naranja. Mientras me la comía pensé: ¿quiero llorar? ¿tengo miedo de morir? No, me siento agradecido por todas las experiencias que he tenido, por esta naranja. Mostrarme agradecido ante la vida es mi religión. Creo que es absurdo pensar que quienes tienen dioses distintos a los tuyos deben morir.

-Ha dicho que escribe por un sentimiento de culpa original.

 

-La culpa es un elemento de mi personalidad. Es verdad que fui culpable de la muerte de mi hermana de seis años que mis padres dejaron a mi cuidado cuando yo tenía nueve. Murió ahogada. Pero si tuviera que decir cual es el elemento central de mi trabajo diría que es tratar a los demás como querrías que te tratasen a ti; la regla de oro que está en casi todas las culturas. ¿Cómo son los demás y cómo puedo comprenderlos y respetarlos? Esa es la pregunta que me hago continuamente.