EL LIBRO DE LA SEMANA
Mentiroso compulsivo
El atractivo de 'Las buenas intenciones', tercera novela de Amity Gaige radica en su protagonista
Ocurre a veces que la primera persona del singular pone sobre la mesa el pacto de verosimilitud que sustenta un texto de una manera tan, digamos, extrovertida, sin falsos pudores, que es imposible que resulte implausible. Examinemos 'Las buenas intenciones', la tercera novela de Amity Gaige, escrita en forma de larga confesión del protagonista a su exesposa mientras está en la cárcel, acusado del secuestro de su hija tras lo que parece una larga, prolija batalla por la custodia compartida. ¿Esa es la voz -literaria, pulcra- de un agente inmobiliario? ¿En Estados Unidos se puede vivir con una identidad falsa durante 20 años? ¿Es el estilo de Gaige creíble en boca de un personaje como Erik Schroder, también conocido como Eric Kennedy? Lo es en la medida en que descubrimos que el tema de la novela es la mentira como molde de la identidad. Si Schroder es un mentiroso compulsivo, su discurso debe hacerle justicia. El lector tiene que desconfiar de todo lo que pronuncian sus labios, por eso la prosa de Gaige puede permitirse el lujo de sembrar la sombra de la duda y trabajar sobre la ambigüedad de un cobarde, pero entrañable, antihéroe que se ha pasado la vida huyendo de sí mismo.
El indudable atractivo de 'Las buenas intenciones' es la meticulosa construcción de Eric, que escapó de Alemania del Este con su adusto padre a los nueve años, que eligió su nuevo apellido robándoselo a «un chico de barrio, un irlandés perseguido, un semidiós», que aprovechó su facilidad para los idiomas para esconder su acento, y que se convirtió en la persona que decía ser en un país en el que la imagen, la apariencia y el poder de seducción, lo son todo. Si Eric Schroder no existiera, habría que inventarlo, porque por mucho que meta la pata, lo hace por amor paternofilial. La relación con su hija Meadow es realmente conmovedora: a ratos parece que estemos leyendo una versión melodramática de 'Luna de papel', y que esta niña de seis años, que puede empezar sus frases con un adverbio acabado en «mente» y que confía ciegamente en las mentiras de su progenitor, sea una proyección de las fantasías de un hombre desesperado, que tiene más de un asunto pendiente con su propio padre, adusto y lacónico como un exagente de la Stasi.
'Las buenas intenciones' no es una novela redonda. El personaje de Laura, la ex de Eric, está en exceso desdibujado, y aunque es obvio que se trata de una decisión premeditada mantenerlo fuera de campo, no ayuda a entender la intensidad de su relación de pareja, por mucho que la percepción hiperbólica del narrador la borde a su medida. Por otro lado, las muy intermitentes notas al pie que trufan el relato de Eric, reminiscencias de los agresivos desvíos que recorren los cuentos y novelas de David Foster Wallace, se antojan irrelevantes, puros añadidos manieristas. Lo que no quita fuerza a la confesión redactada por el protagonista durante un voto de silencio entre rejas: 'Las buenas intenciones' podría ser un 'Kramer vs. Kramer' del siglo XXI, pero su matizado sentimentalismo siempre está justificado por la empatía que la prosa de Gaige sabe crear con la vulnerabilidad de su protagonista.
3LAS BUENAS INTENCIONES
LES BONES INTENCIONS
Amity Gaige
Trad. Sonia Tapia / Marta Pera
Salamandra / Empúries
288 / 320 págs. 18 €
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