El retrovisor de Pomés

La Pedrera propone una mirada atrás al universo creativo de este innovador de la imagen en una ambiciosa retrospectiva

Natàlia Farré

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Decía Vázquez Montalbán que Leopoldo Pomés (Barcelona, 1931) había erotizado el país, y lo decía a raíz de uno de sus anuncios más famosos, el del coñac Terry que mostraba a una chica rubia montando a caballo por la playa con una camisa por todo atuendo. Una imagen que se convirtió en icono y que subyace en la memoria colectiva de todos los españoles que en la década de los 70 miraban la televisión. Fue antes de la creación de la burbuja Freixenet, otro de los grandes logros publicitarios de Pomés que también aún permanece en la retina de muchos, y después de se iniciará en la fotografía, la pasión que ha guiado su vida, y después de que se convirtiera en el retratista oficial de Dau al Set. De todo ello habla Flashback-la más completa nunca presentada, según sus organizadores- que La Pedrera dedica, hasta el 12 de julio, a este innovador de la fotografía y la publicidad que tiene en el retrato y las mujeres su principal herramienta de trabajo.

«Lo de erotizar el país no me lo propuse. No era tan pecador. Pero el país estaba tan al revés que se llegó a decir que la chica iba desnuda y desnuda no fue nunca», explica Pomés a cuento del comentario de Montalbán. También afirma que a Margit Kocsis, la modelo, se la encontró en Castelldefels cabalgando y que vio clara la imagen para el anuncio desde el primer momento. Algo que no le ocurrió con la publicidad con la que debutó, que la tuvo que trabajar un poco más. Fue en 1959, cuando tenía novia, necesitaba dinero y la fotografía no le daba para vivir -«mucho éxito intelectual pero nada más»-. Así que solucionó el anuncio de un bañador para mujer que había realizado la casa Meyba y al que la agencia Pentágono no encontraba una imagen adecuada. «Me pagaron muy bien y me cambió la vida», apunta, de manera que no puede ser «objetivo» cuando habla de publicidad. Un campo del que le gustaba la «inmediatez en llegar a la gente». Algo que no ocurre con los trabajos fotográficos, como las imágenes de Barcelona que Carlos Barral le encargó en 1957 para ilustrar un libro y que no se han publicado hasta hace dos años -«adujeron que no era comercial», puntualiza-.

Las vistas de Barcelona también lucen en la exposición, como lucen las fotografías de toros, con los retratos de Juan Belmonte y Rafael El Gallo, pero el escritor norteamericano se suicidó y no hubo proyecto. Imágenes que siguen a un bloque dedicado a Dau al Set, artistas con los que se relacionó y con los que compartió amistad. Y por eso los fotografió porque había relación, no porque fueran famosos. Ya que para que haya una buena foto tiene que haber «amor», mantiene. «Hacer un retrato en cinco minutos es tremendo. Siempre he buscado la ocasión de enamorarme del personaje, de sus gestos, de su personalidad. Con el contacto es mucho más fácil», sostiene. De manera que la inmensa galería de retratos que cierra la muestra -Cortazar, Mendoza, Pessarrodona, Herralde, Gimpera...- son todos conocidos suyos. «Intento ver aquello que me impresiona y entonces aprieto el botón».

Brossa y la zarzuela

Pomés hace tiempo que no aprieta el botón, se dedica a escribir sus memorias en las que afirma hay un capítulo dedicado a sus andanzas con Dau al Set con los que se reunía una o dos veces por semana en el living de Balmes, que es como el fotógrafo llama a la que era por entonces su casa. «A Brossa, que era un gran imitador de zarzuela, lo recuerdo interpretando La del manojo de rosascon abanico incluido» y a Ponç «desmotando su cuerpo pieza a pieza con la mímica». En la muestra sus retratos se mezclan con piezas que le regalaron.

Todo con un estilo muy Pomés que, según Guillamon, «se define por la discreción, la elegancia y la sofisticación ligadas por la empatía por la gente y por las cosas».