CONCIERTO

Marcel·lí Bayer: «La suciedad y el ruido te acercan a la perfección»

El saxofonista y clarinetista presenta este martes en el Jamboree el disco '1860'

Marcel·lí Bayer, en el Convent de Sant Agustí de Barcelona.

Marcel·lí Bayer, en el Convent de Sant Agustí de Barcelona.

ROGER ROCA / BARCELONA

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El saxofonista y clarinetista Marcel·lí Bayer es uno de los nombres propios con más personalidad de la última hornada del jazz local. Destacó con un primer disco para noneto de fina arquitectura dedicado a la música de uno de sus ídolos, Lee Konitz. Este martes en el Jamboree (20 horas y 22 horas) presenta 1860, un disco en solitario compuesto por piezas breves a medio camino entre la composición y la improvisación y grabado en la soledad de una ermita en un valle del Bages.

-Viene de familia de músicos.-Mi abuelo fue miembro fundador de la OBC, con Toldrà y compañía. Y estaba en la banda municipal. Tocaba el saxo, el clarinete y el violín.

-¿De ahí la vocación?-De pequeño sabía que quería tocar el saxo. Pero como tenía las manos muy pequeñas mi profesor dijo que empezara con el clarinete, y así me pasé 10 años estudiando clásico. Luego pude pasarme al jazz y fue muy bonito. De repente me parecía que lo entendía todo.

-¿Y lo entiende todo?-Ahora sé que no, que me falta mucho por aprender.

-Para su proyecto final de carrera invitó a grabar a una leyenda, el saxofonista Lee Konitz. ¿Hay que ser muy valiente o muy temerario?-Le hice llegar una carta en la que le explicaba que era su fan y que le invitaba a grabar con nosotros. Y aceptó. Aprendes mucho con alguien así. Yo me había criado con abuelas y sabía cómo tratar a personas de su edad.

-Pero pasó página pronto. No ha seguido con ese proyecto.-No quería ser el tipo de aquí que toca música de Lee Konitz. No quiero tocar como él o como nadie. Creo que lo bonito es hacer cosas nuevas.

-¿Qué es lo que le gusta de Lee Konitz?-Supongo que la estética, el fraseo, y el hecho de verlo cercano. Hay músicos que buscan la complejidad. Él en cambio con los años ha ido cada vez más a la esencia de la melodía. Ese es el tipo de músicos que me atraen. Quizás cuando escucho a artistas que lo hacen todo más complejo pierdo el interés porque no soy capaz de desencriptarlo.

-Veinticinco piezas de clarinete y saxo solo. ¿1860 es un disco fácil de descifrar?-Me gustan las obras de arte que me tratan como un espectador inteligente y que me obligan a poner algo de mí. 1860 quizás no es fácil, porque pide una escucha atenta y no estamos acostumbrados a ello. Pero alguien me contó que cuando lo ponía no podía parar. Como el día de Navidad, cuando van saliendo el turrón, luego los barquillos, y sigues picoteando. Me gustó la imagen.

-Lo grabó en una ermita, un lugar con una acústica especial. ¿Por qué allí?-Por luchar un poco contra la tónica actual de hacer las cosas en el estudio, con todo higienizado. En este disco se oye a propósito el ruido de las claves, el bufido, la saliva... Quería que se oyeran las imperfecciones.

-Ese tipo de cosas el público no las aprecia a primera escucha.-No, pero son importantes. Píenselo como si fueran fotografías. Las pequeñas desafinaciones del instrumento serían el equivalente al desenfocado, y los sonidos de la saliva, de las claves, serían el grano de la imagen. Hoy en día todo está perfectamente enfocado, pero para mí es al revés. Esa suciedad, ese ruido, es lo que te acerca a la perfección.

-¿Le interesa la fotografía?-Sí, mucho. Pienso que tiene mucho en común con la música. Una buena toma musical tiene algo de azar. Y con las fotos pasa lo mismo. Lo tienes todo pensado y en ese momento algo se cruza en el plano y la foto es mejor.

-¿Tocar solo pide mucha confianza en uno mismo?-Siempre me había rodeado de músicos que creo que tocan mejor que yo, como Marco Mezquida o Ramon Prats. Ir solo es un reto. Es muy distinto al mundo de la clásica, donde tocas un repertorio preestablecido y tienes que demostrar que eres un gran virtuoso. Aquí pasas cuentas contigo mismo, pero lo bonito es buscar la conexión con el lugar y la gente. Porque nunca estás completamente solo. Cuando grabé en la iglesia estaba a mi lado mi pareja, que me acompaña con proyecciones en las actuaciones en directo. Y en concierto tienes al público. Pienso mucho en él. Intento estimularlo, provocarlo. Un concierto no es como ir a un museo o un circo en el que dejas la bestia en medio de la pista y la gente la admira.