UN ICONO DE LA CULTURA POPULAR SIN EDAD

De viaje con Bob Esponja

Antonio Banderas es un pirata malo en el segundo salto al cine del popular personaje infantil, dirigido por Paul Tibbitt

Antonio Banderas, con Bob Esponja, en  el estreno en Nueva York, el 31 de enero. A la izquierda, un Patricio superheroico, en la película.

Antonio Banderas, con Bob Esponja, en el estreno en Nueva York, el 31 de enero. A la izquierda, un Patricio superheroico, en la película.

IDOYA NOAIN / NUEVA YORK

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Posiblemente sea cierto lo que ha dicho un crítico en Estados Unidos ante el estreno este fin de semana de Bob Esponja: un héroe fuera del agua: «Lo mejor de esta película es que no se puede explicar». Aunque a primera vista pueda no parecerlo, es un halago, una alabanza que -apropiadamente para un personaje que hace tiempo que demostró que es algo más que un dibujo animado para niños- rinde homenaje al espíritu algo anarquista y surreal no solo de la película, sino de la creación para televisión que en 1999 firmó el animador y antes biólogo marino Stephen Hillenburg.

Desde entonces Bob Esponja y sus amigos y enemigos en Fondo de Bikini --Patricio, Calamardo, el Señor Cangrejo, Arenita y Plankton- han realizado un largo viaje a base de capítulos de 11 minutos (que se convirtieron en el producto estrella del canal infantil Nickelodeon) y de una película en 1994. En la travesía han ido ganando adeptos, no solo entre los más pequeños.

Es algo para lo que tiene argumentos Paul Tibbitt, que hace unos años se puso al frente de la serie y ahora ha dirigido este segundo salto al cine. «Siempre intentamos hacer un show que no sea paternalista con los niños, que no los trate con condescendencia, y como resultado de no hacer eso automáticamente hacemos a los adultos pensar que hay algo más ahí», explicaba hace unos días el director en una mesa redonda con periodistas en Nueva York.

DE ALUCINÓGENOS Y GUIÑOS

Esta vez, mientras Bob Esponja tiene que aliarse con su archienemigo Plankton para recuperar la receta de las adictivas cangrebúrguers que se ha evaporado, el viaje es literal -por el tiempo, el espacio y hasta la superficie de la tierra- y también figurado y hasta un punto alucinógeno. Incluye paradas en un mundo apocalíptico a lo Mad Max, en un observatorio espacial en medio del cosmos solo habitado por un ser superior (el brillante personaje del delfín Burbujas) o descensos interiores hasta el dulce y acaramelado cerebro del protagonista.

Tibbitt lo explicaba con una sonrisa en la cara. «Siempre intentamos hacernos reír, y como adultos tratamos de poner cosas que se le pueden pasar por alto a los pequeños, pero que los adultos pillan».

Se trata también de un viaje tecnológico, pues la segunda película de Bob Esponja se ve en 3D e incluye animación generada por ordenador, aunque, según insiste Tibbitt, «lo más importante sigue siendo la historia». Y es, además, un viaje de transformación, pues cuando los personajes llegan a la superficie se transforman en superhéroes (de mano de los ordenadores de la misma compañía australiana que creó al oso de Ted), aunque, como quizá no podía ser de otra forma, sus superpoderes van desde soplar burbujas hasta tocar el clarinete o lanzar helados. Solo el ultracapitalista Señor Cangrejo parece comparable al Iron Man de Marvel.

Esa «inocencia» es lo que precisamente Tibbitt ama de Bob Esponja. «A los niños -explica- les da la imagen de un adulto que trabaja, intenta conducir, vive por su cuenta, tiene su casa... pero aún puede jugar, actuar como un niño. Mientras -continúa-, los adultos ven a alguien con uno de los peores trabajos que se pueden imaginar (Bob Esponja trabaja en un restaurante de comida rápida), pero que es feliz. Se trata de mantener una actitud positiva, de mirar al lado bueno de las cosas», o de la vida, como le cantarían los Monty Python a su crucificado Bryan.

Esa filosofía del optimismo, o la resistencia de Bob Esponja a dar lecciones o repartir moralina, o el fluir libre de ideas y pensamientos que a menudo salpica las aventuras en Fondo de Bikini, parece irle como anillo al dedo a Antonio Banderas, al que, inspirados «por su trabajo en Spy Kids y su versatilidad», según explicaba Tibbitt, le ofrecieron el papel del pirata malo Barba Burger, el único personaje de carne y hueso en la película (un papel de humano en el mundo animado que en la anterior entrega cinematográfica se prestó a jugar David Hasselhoff).

BANDERAS Y LA LIBERTAD

«Los piratas son personajes con romanticismo, que rompen las reglas, que sueñan con la libertad... Su espacio es el océano, donde no hay caminos marcados y puedes ir adonde quiera que sople el viento», explicaba en Nueva York Banderas unos días antes de recibir hoy el Goya de Honor.

Es el homenaje a una carrera que, precisamente, el malagueño cree que está «en un punto de inflexión», donde con papeles como el de Barba Burger demuestra que no piensa cerrarse puertas que lleva más de dos décadas abriendo en Hollywood, pero en la que a la vez quiere tomar más el timón y ser, quizá, más libre. «Lo que me encantaría -decía- es transformar mi profesión en lo que fue una vez: un hobby, algo que hago solo porque lo quiero hacer, sin que importe lo que digan los críticos, los resultados de taquilla o nada de eso».