La tentación vive en Lisboa

David Leavitt construye un melodrama 'comme il faut' en su novela 'Los dos hoteles Francfort'

Lisboa fue en los cuarenta un refugio para los norteamericanos.

Lisboa fue en los cuarenta un refugio para los norteamericanos.

SERGI SÁNCHEZ

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Si Rainer Werner Fassbinder hubiera escrito, al alimón con James Ivory (¡qué unión más contranatura!), el remake de Casablanca, el resultado sería muy parecido a la última novela de David Leavitt. Esperar, por tanto, de Los dos hoteles Francfort una lección de Historia es pedir peras al olmo. Por mucho que el autor de Baile en familia haga ostentación de su labor como investigador incluyendo una tupida lista de libros consultados en la bibliografía -¿no se estará cubriendo las espaldas después de la ya lejana acusación de plagio de Mientras Inglaterra duerme?-, la Segunda Guerra Mundial es un simple marco para justificar la actitud extrema de un puñado de personajes que, en la punta más meridional de Europa, acosados por el fin del mundo tal y como lo conocían, eligen dar rienda suelta a sus pasiones.

Paraíso artificial

En 1940, Lisboa es un paraíso artificial para todos aquellos refugiados norteamericanos que esperan volver a su país huyendo de la expansión del ejército nazi. Y todo paraíso tiene una manzana que morder. El anodino Peter Winter, vendedor de coches entregado a proteger las múltiples neurosis de su esposa Julia, judía para más señas, cae en la tentación que encarna el sofisticado y culto Edward Freleng, a su vez casado con la glamurosa Iris, pegada a su terrier Daisy. Es un cuarteto que no desentonaría en una novela de Scott Fitzgerald o de Graham Greene, o en una película del Hollywood clásico que hubiera decidido salir del armario. Leavitt tiene una capacidad insólita para exprimir la fuerza expresiva de los tópicos culturales lisboetas, y en pocas páginas sabe situarnos en una ciudad canalla, que huele a perfume inmigrante, a humo de cigarrillo fino, a burdel anónimo, haciendo virtud de lo epidérmico de los clichés.

Es una novela a la que se le notan las retroproyecciones, las transparencias y los decorados. Nos encontramos ante un melodrama comme il faut, y a la vez, sumergido en ese artificio hollywoodense, es una reflexión sobre los mecanismos del melodrama. Hablábamos de Fassbinder pero también podría salir a colación el nombre de Todd Haynes. Ambos cineastas supieron adaptar el discurso manierista de Douglas Sirk a las exigencias del posmodernismo. Más neoclásico, David Leavitt reserva sus cartuchos metaficcionales para el inspirado, acelerado tramo final de su historia, pero antes de contarnos todas las novelas posibles que contiene Los dos hoteles Francfort, nos sirve en bandeja un culebrón de aúpa, saturado de incidentes y accidentes, de relaciones prohibidas e hijos clandestinos, de escritores con seudónimo y ricachones con secretos, de infidelidades consentidas y viajes sin billete de vuelta.

Obligados a devorar

Lo mejor que puede decirse de esta novela, que recupera al excelente narrador de El lenguaje perdido de las grúas, es que te obliga a devorarla. David Leavitt construye una convincente voz antiheroica, que descubre su coraje casi a la vez que su capacidad para engañar y dejar de autoengañarse; sabe dilatar el tiempo narrativo -la pasión arrebatada entre Pete y Edward se concentra en poco más de una semana- para traducirlo a las coordenadas emocionales de sus personajes; y se revela como un dialoguista agudo en los ritmos y tonos de las réplicas que esta doble pareja se dispara por amor o supervivencia. En la época en que William Faulkner se peleaba con los ejecutivos de Hollywood, David Leavitt hubiera hecho el agosto.