Un siglo con Orson Welles

Welles , a la derecha, filma a Oja Kodar (izquierda) con el cámara Gary Graves y el productor Frank Marshall.

Welles , a la derecha, filma a Oja Kodar (izquierda) con el cámara Gary Graves y el productor Frank Marshall.

QUIM CASAS

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En el año 2015 se celebrarán muchos centenarios, pero ninguno, en el ámbito cinematográfico, será más importante que el de Orson Welles. El director, guionista, actor, dramaturgo, novelista y prestidigitador radiofónico nació en la localidad de Kenosha, Wisconsin (EEUU), el 6 de mayo de 1915. Cien años de historia le contemplan desde aquel día primaveral hasta el presente, cuando sus películas inacabadas siguen siendo objeto de reconstrucción y la influencia de su primer largo, Ciudadano Kane (1941), no remite. La Filmoteca de Catalunya prepara diversos acontecimientos especiales en torno a esta efemérides.

Welles fue un genio del espectáculo total. El cine era una de sus armas más preciadas, ideal para acercarse a Shakespeare de una manera distinta a como lo había hecho en el teatro. Existen excelente adaptaciones cinematográficos a cargo de Laurence Olivier, Joseph L. Mankiewicz, Akira Kurosawa, Gregori Kozintsev, Roman Polanski y Kenneth Branagh, pero pocas superan a las tres películas realizadas por Welles a partir de tragedias shakesperianas: Macbeth (1948), Otelo (1952) y uno de los muchos proyectos que el director hizo en España, Campanadas a medianoche (1966). Otro de los más importantes, ya es sabido, fue su versión rodada a lo largo de los años del Quijote cervantino, uno de los muchos filmes inconclusos del cineasta.

Porque la leyenda de Welles se alimenta de las películas acabadas,  las que no completó y los proyectos nunca materializados: «Tengo cajones de guiones que he escrito» confesaba en una entrevista en la revista española Film Ideal en el verano de 1964. Auténtico polvorín de ideas, fraguó su obra cinematográfica a partir de guiones originales --Ciudadano Kane, inspirada en el magnate William Randolph Hearst; Mister Arkadin (1955), Fraude (1973)- y versiones muy personales de textos ajenos: Booth Tarkington en El cuarto mandamiento (1942), su obra cumbre pese a que fue remontada; Kafka en El proceso (1962) o Isak Dinesen en Una historia inmortal (1968).

RODAJE COMPLICADO

También La dama de Shanghái (1948) partía de una novela, pero Welles hizo con ella lo que le dio la gana; no fue más que un pretexto para conseguir dinero con el que sufragar una de sus empresas teatrales. Puso como protagonista a Rita Hayworth, de la que se acababa de separar. «Ni siquiera nos hablábamos», comentó en la misma entrevista. En este rocambolesco film noir, Welles no tuvo reparos en modificar la imagen de sex-symbol de Hayworth cortándole su ondulante y mítica melena. Ella aceptó de buen grado.

Sed de mal (1958), su otra gran aportación al cine negro, memorable en su plano-secuencia inicial acompasado a la música afrocubana de Henry Mancini, le devolvió a Hollywood después de todas las calamidades padecidas en la meca del cine. Se reservó el papel de un comisario de policía corrupto; el poder y la corrupción fueron dos de sus temas esenciales. En Sed de mal aparecía viejo, hastiado, maquillado. Siempre que pudo, alteró su fisonomía hasta convertirse en un maestro del disfraz.

Así aparecía en escena. Su físico y su estilo shakesperiano imponían respeto. Brilló como actor en filmes ajenos como Alma rebeldeEl tercer hombre (su interpretación más celebrada, en la que aparecía entre las sombras vienesas de posguerra y moría tiroteado en las cloacas de la ciudad), Moby Dick (en una sola secuencia, muy intensa, en la que interpretaba a un sacerdote en pleno sermón), Impulso criminal y La isla del tesoro. A los actores, dijo, «les doy una gran libertad y, al mismo tiempo, el sentido de la precisión».

En la sala de montaje era capaz de construir una escena entre dos personajes con un plano rodado en Marruecos y otro filmado dos años después en España. El cine no tenía secretos para él. Falleció en 1985, sin dejar herederos de su estilo.