Un temblor constante

CRÍTICA Guadalupe Nettel inocula su veneno parsimoniosamente en 'Después del invierno'

RICARDO BAIXERAS

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Que en este final de año Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) haya obtenido un premio como el Herralde de Novela no debería extrañar a nadie, y menos todavía a sus numerosos lectores. Nettel ha dejado de ser uno de los secretos mejor guardados de la actual literatura mexicana para convertirse en una escritora que ha conseguido edificar un mundo absolutamente personal, cuya condición primera es la de obtener de lo inquietante, de lo que resulta extraño -diríase: de lo nebuloso- el susurro helado de un mundo imperfecto y doloroso, allí donde el fracaso y la muerte toman carta de navegación.

Esta novela inocula su veneno parsimoniosamente. Cuando uno cree que solo está leyendo la triste historia de unos seres desesperanzados que cargan el peso de su existencia con una cantidad notable de esfuerzo, pero con la seguridad que el invierno pasará, tal y como reza el título, se da cuenta que el daño ya está hecho. Y percibe que la historia de Claudio y Cecilia es también la de Ruth, Tom, Haydée y Susana y la del lector, al que asalta Nettel a la yugular creyendo que en la tranquilidad de su estudio el invierno jamás llegará. He aquí un novela trágicamente apacible, coral y caleidoscópica, que busca dar a la insoluble tragedia del vivir una resolución en forma de antídoto contra la omnipresencia de la nada.

Después del invierno representa la dolorosa acuidad de la existencia de Claudio y Cecilia, sí. Pero a medida que sus vidas se aproximen se verán arrastrados por el peso de los recuerdos, el desasosiego de sus neurosis y la inquietud de sus conciencias atormentadas. No es solo que los paseos por los cementerios de París sean el escenario recurrente. Es, y mucho, que la muerte acorrala a los personajes principales y secundarios en un invierno lluvioso y frío como si de un retorno a lo virginal se tratara.

Poco importa que Claudio en Nueva York y Cecilia en París alcancen momentos de dicha contenida porque uno y otro son «seres imperfectos viviendo en un mundo imperfecto» que están «condenados a encontrar sólo migajas de felicidad». Esta frase de Julio Ramón Ribeyro -citada en el extraordinario final de la novela- parece atravesar todo el texto. La tentación del fracaso de Ribeyro recuerda la de Alejandra Pizarnik: «En verdad, todo esto es una falla de atención, un temblor constante allí donde los demás piensan».

DESPUÉS DEL INVIERNO Guadalupe Nettel Anagrama. 270 págs. 17,90 €