Juan Goytisolo, un Cervantes entre dos orillas

El jurado del premio destaca la capacidad indagatoria en el lenguaje del escritor, que recibió la noticia en Marraquech

un Cervantes entre dos orillas Juan Goytisolo_MEDIA_1

un Cervantes entre dos orillas Juan Goytisolo_MEDIA_1

ELENA HEVIA / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Un fuerte resfriado y una molesta otitis no dejaron a Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) del mejor humor para recibir la noticia de que suyo es el Premio Cervantes 2014. De momento y desde la lejanía de su refugio en Marraquech, las afecciones le libraron de contestar al molesto y ruidoso alud de entrevistas que conlleva el galardón. Muy probablemente Goytisolo lo recibirá con emociones encontradas puesto que se ha pasado media vida acusando el desamor de no haber sido lo suficientemente reconocido en España. De hecho, su primer gran premio institucional español fue el Nacional de las Letras que le señaló muy tardíamente en el 2008. A eso hay que unir su habitual desprecio a las distinciones y al mundillo literario.

El mayor de los hermanos Goytisolo fue una de las voces contrarias que se alzaron cuando en el 2001 el Cervantes fue a parar a Francisco Umbral, que él definió como «modelo de la putrefacción de la vida cultural española». Si Umbral recibió a la prensa con chascarrillos y una copa de champán, Juan Goytisolo ha optado por la callada. «Solo los que no aspiramos a premios tenemos libertad de expresión», ha dicho por activa y pasiva.

Cultura le premia con 125.000 euros y la distinción más alta de la lengua castellana cuando el autor ya se encuentra prácticamente retirado de su producción de ficción que cerró con El exiliado de aquí y allá, aunque no haya renunciado a su labor como ensayista y poeta (Ardores, cenizas, desmemoria, 2012) y lo fácil es decir que si se ha tardado tanto es por su carácter desarraigado y plural, de ciudadano del mundo -en esta época de identidades monolíticas y encastilladas-. El jurado resumió su valía por «su capacidad indagatoria en el lenguaje y propuestas estilísticas complejas desarrolladas en diversos géneros literarios; por su voluntad de integrar a las dos orillas, a la tradición heterodoxa española y por su apuesta permanente por el diálogo intercultural».

Hijo de familia bien barcelonesa, con sus esqueletos en el armario -el abuelo abusó de él cuando era niño-, Juan Goytisolo huyó pronto de la opresión franquista en los 50 para instalarse en París y crearse de paso una mirada literaria distanciada de la literatura social y realista que imperaba entonces. Particular importancia tuvo su encuentro con la escritora Monique Lange, que le abrió las puertas y los contactos en Gallimard y con quien el autor gozó de un matrimonio abierto y nada convencional tras asumir él su homosexualidad. Su biógrafo Miquel Dalmau recordaba en su libro sobre los tres hermanos Goytisolo (todos escritores, todos compitiendo entre sí), un encuentro en el que Jean Genet le espetó con su proverbial sutileza: «¿Usted es maricón? y él se vio obligado a reconocer tímidamente alguna experiencia, dando así el primer paso para su propia aceptación.

En los 60 descubrió la experimentación literaria, algo que ha dificultado también su conocimiento para el gran público, pero que con los años ha incrementado su radio de influencia convirtiéndole, por ejemplo, en padre espiritual de los actuales postmodernos españoles en cuyas filas se encuentran Juan Francisco Ferré, Jorge Carrión o Manuel Vilas. Su etapa más reconocida, por rupturista, se circunscribe a la famosa Trilogía del mal, integrada por Señas de identidad, Reivindicación del conde Don Juan -en la que su hermano Luis quiso ver ayer sus mejores páginas- y Juan sin Tierra. Pero limitarse a ello supone olvidar el fundamental trabajo que en los últimos años ha hecho que novelas como CarajicomediaLa saga de los Marx o Telón de boca dialoguen con la tradición clásica española de Cervantes y San Juan de la Cruz. Parecidos intereses tienen sus ensayos.

Mundo árabe

Su ingente labor como analista político le ha convertido en una de las voces lúcidas en guerras como las de Bosnia y Chechenia y sobre todo, como buen conocedor de los distintos aspectos del mundo árabe, ha aportado una importante argumentación crítica a la zanja abierta entre Occidente y Oriente, antes y después del 11-S.

En 1981 decidió instalarse en Marraquech tras comprarse una casa cerca de la popular plaza de Yamaa el-Fna, quizá el único lugar que este nómada impenitente puede llamar hogar. Marruecos es también la visualización de su labor como puente entre culturas. En esa casa, rodeado de trabajadores árabes con sus mujeres y sus hijos, ha formado una familia postiza gracias a la cual, posiblemente, ha suavizado con los años su aparente talante adusto. «Casi sin darme cuenta, me he convertido en el abuelo de una treintena de niños que me piden caramelos, me dan cariño y me llaman tío», explicaba a este diario, con dulce sonrisa. Aquel premio sentimental parece haberlo complacido mucho más que este Cervantes .