Un director que golpea cabezas

David Fincher, realizador de títulos tan inquietantes como 'Seven', 'The game' y 'Zodiac', estrena el 'thriller' 'Perdida'

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NANDO SALVÀ

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¿Qué le atrajo a David Fincher de una lectura de aeropuerto como Perdida, la novela de Gillian Flynn en la que su nueva película se basa? La respuesta está en los primeros pasajes del libro y en la primera escena de filme. Nick Dunne (Ben Affleck) describe la cabeza de su esposa, Amy (Rosamund Pike), y la violencia que le gustaría infligir sobre ella, y uno automáticamente piensa en otra cabeza de mujer rubia: la que se le entregaba en una caja a Brad Pitt en la película que lanzó a Fincher al estrellato, Seven (1995). Pero, sobre todo, pensamos en cómo, en realidad, la mayoría de las películas de este director funcionan a modo de rompecabezas. En The Game (1997), El club de la lucha (1999), La habitación del pánico (2002), Zodiac (2007) La red social (2010) o su versión de Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres (2011), Fincher maneja personajes que se manipulan entre sí, y en el proceso él nos manipula a nosotros confundiendo nuestras expectativas y asunciones, obligándonos a comprobar que las puertas están bien cerradas, a mirar bajo la cama, a encender todas las luces.

No es el único punto de conexión entre Perdida y sus obras previas. Ahora como entonces, Fincher se instala en el absurdo para retratar los actos extremos que el ser humano es capaz de cometer para proyectar una imagen de sí mismo y protegerla. Para ello crea impolutos mundos hiperrealistas poblados por personas inescrutables que, aunque aparentemente corrientes, tienen algo que ocultar. Su control del detalle es de precisión quirúrgica. Su manejo de las atmósferas es malabar: puede hacer que una piragua que avanza a lo largo de un río provoque tanta tensión como dos hombres persiguiéndose a través de callejones bajo la lluvia. Genera ansiedad pero, eso sí, se resiste a proporcionarnos gratificación catártica alguna. Películas como Seven, Zodiac o Perdida no nos dejan irnos tranquilos a casa.

Misántropo redomado

En última instancia, lo que David Fincher hace mejor que casi cualquier otro director es crear intrigas meticulosamente elaboradas que rompen las fronteras entre el cine de género y el cine de autor. Por eso se le compara una y otra vez con Stanley Kubrick, pero no solo por eso. También por su maestría técnica pero por encima de todo por cómo ambos observan la humanidad desde una precavida distancia, porque no se fían de nosotros. Porque, a su juicio, estamos todos locos. Fincher, como Kubrick, es un misántropo redomado. ¿Y cómo culparle por ello?