Al teatro, al cine, a Moscú

Jatahy presenta su fascinante versión doble de 'Las tres hermanas' de Chéjov

Las brasileñas Isabel Teixeira, Julia Bernat (tumbada) y Stella Rabello, en la obra que se estrena (hoy y mañana) en El Canal.

Las brasileñas Isabel Teixeira, Julia Bernat (tumbada) y Stella Rabello, en la obra que se estrena (hoy y mañana) en El Canal.

IMMA FERNÁNDEZ / PARÍS

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La directora brasileña Christiane Jatahy, que el pasado año cautivó con Julia, una actualizada versión del clásico de Strindberg en el que fusiona el lenguaje escénico y el cinematográfico, vuelve a Temporada Alta con otro nuevo y aclamado experimento. Presenta, este sábado y el domingo, tras su exitoso paso por su país natal, Suiza y París, I si elles marxesin a Moscou? Ellas son Irina, Olga y Maria (Masha en el original), Las tres hermanas de Chejov que Jatahy (Río de Janeiro, 1968) traslada al Brasil de hoy -el de los móviles y las manifestaciones en el Mundial- manteniendo la esencia del original. Lo hace en una innovadora propuesta doble: simultáneamente a la representación de la obra (en El Canal de Salt, Girona) en una sala adyacente (Auditori Coma-Cros) se proyecta la película montada in situ por la propia directora con escenas rodadas durante la función.

El público decide: teatro, cine o ambos. Dos miradas complementarias sobre una misma historia de utopías, frustraciones y deseos de cambio; de sueños con una vida mejor, pregonados por Irina al grito de «a Moscú, a Moscú». Una historia que, en palabras de Jatahy, ahonda en una felicidad que solo existe «en pedacitos» y en un interrogante vital: «¿Por qué es tan difícil cambiar, tanto en el sentido personal como social?». Ella sí lo hace, al menos en su trabajo.

GRAN ELENCO/ Sobre el escenario repite la espléndida y joven Julia Bernat (la protagonista de Julia), un torbellino que canta, baila endemoniada, puntea la guitarra eléctrica y cautiva con su cándida sonrisa subida a la montaña rusa de sentimientos que experimenta Irina, la menor de las hermanas Prozorov. Ingenua, sensual, alegre, rabiosa... domina todos los registros con una naturalidad hechizadora. La acompañan las también excelentes Isabel Teixeira (Olga) y Stella Rabella (Maria), obligadas asimismo a las exigencias físicas de una directora sin tapujos: las tres se zambullen en un gran acuario, cantan, bailan, se filman y se desnudan (incluidos una sugerente escena masturbatoria de Maria y un revolcón con su amante).

En una brillante estrategia, Jatahy aprovecha la intervención de los cámaras (que filman la película) y músicos para cederles los breves papeles masculinos. Uno de los cámaras debuta como actor en la piel del coronel Vershinin, el amante de Maria, y el batería ejerce de Andrei, el hermano. Todos intervienen en un fascinante juego escénico, en el que participa activamente el público.

Las actrices rompen desde el inicio la cuarta pared e interpelan constantemente a los espectadores. Ellos son los invitados de la fiesta del 20º cumpleaños de Irina. Hay cava, pastel y baile, también para una platea que forma parte de la escena y de la película. A buen ritmo se despliega el abanico de emociones chejoviano entre momentos para la diversión.

Como sucede con los personajes del clásico, la creadora ha querido jugar en su doblete con los deseos del espectador. «Quería provocarles la misma sensación de desear estar en otro lugar, en la otra sala; la idea de que hay que elegir. 'Estoy aquí, viendo la obra, pero me gustaría también estar viendo la película», explicó durante el aplaudido estreno de la producción en París, en el enorme complejo artístico Cent Quatre, antaño fábrica de ataúdes. Allí las actrices brasileñas se lanzaron a hablar con el público algunas frases en francés. En Salt algo en catalán caerá.

En su primera incursión en Chéjov, Jatahy ha zarandeado el clásico -«una comedia dramática», la define-, para una versión que habla de las redes sociales, de eliminar fronteras y de una Olga que se siente invisible porque al pasar por las obras ya no la piropean. «Hay un 60% del texto original», informa. Cambió el nombre de Masha a Maria porque Masha en su país significa lesbiana y «sonaba muy raro», y dejó libertad al elenco para alguna improvisación. «Es un trabajo muy complejo técnicamente, con muchas pautas para la filmación pero con ciertas libertades en lo que se dice», cuenta.

Con I si elles marxessin a Moscou? Jatahy ha dado un paso más en su investigación sobre un lenguaje dramatúrgico donde coexisten y se funden teatro y cine; realidad y ficción; actor y personaje. En su próximo trabajo se las verá con el Macbeth shakesperiano, avanzó la directora, que en 1994, cuando era una joven actriz, estuvo becada en la Sala Beckett, aprendiendo con José Sanchis Sinisterra los secretos del oficio. «Entonces había en Barcelona, en España, una nueva dramaturgia revolucionaria. Sergi Belbel, Lluïsa Cunillé, Juan Mayorga... En Brasil he montado Carícies, de Belbel», recuerda. Ahora la revolucionaria es ella.