'VINT-I-NOU CONTES MENYS'

El pulidor de cuentos

Eduard Márquez se despide del género reescribiendo su obra breve

Eduard Márquez (Barcelona, 1960), el pasado lunes en la Rambla de Catalunya.

Eduard Márquez (Barcelona, 1960), el pasado lunes en la Rambla de Catalunya.

ERNEST ALÓS
BARCELONA

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En los cuentos de Eduard Márquez aparecen bastantes mutilaciones, desapariciones y suplantaciones. Un antebrazo por aquí, un dedo por  allá, el personaje de un cuadro que se apea de la tela... No es casualidad: cortar, pulir, sintetizar forma parte de su estilo. Y su último libro, Vint-i-nou contes menys (Empúries) es la condensación de la condensación. De los 61 cuentos de sus dos primeros libros de narrativa, Zugzwang (1995) y L'eloqüència del franctirador (1998) ha dejado 32, y los ha reescrito y reordenado para hacer de ellos «un libro nuevo» con el que cerrar lo que ha sido hasta ahora su carrera literaria (libro infantil aparte).

Los dos libros tenían estructuras muy pensadas que relacionaban unos cuentos con otros. «El primer trabajo fue desmontarlo todo y montarlo de nuevo con 29 piezas menos. Y cohesionarlo», explica. El segundo reto era reescribirlos. «He cambiado títulos, he cambiado finales, he soltado lastre y algunos han quedado en la mitad. He modificado cuentos para no sean un chiste, para que sean algo más», añade.

Estilo aparte, los cuentos de Eduard Márquez saltan las barreras que separan realidad y ficción. «Es fascinante la relación entre la mentira y la verdad, la ficción y la vida», opina. Como sucede con Grette Bürnsten, el personaje del primer y del último relatos, una contorsionista austriaca inexistente que Márquez coló en una enciclopedia en la que trabajaba, que los redactores de otras obras copiaron y que en el cuento interpela a su creador. En otros casos, es una ficción que alguien escribe sobre un personaje lo que acaba marcando la vida a este. O la existencia de un doble. Premonitoriamente, parece que Márquez estuviera escribiendo sobre algo tan contemporáneo como la relación que mantenermos con nuestro otro yo digital. «Pasados 20 años, lo que está pasando es peor: el aislamiento social, la frustración laboral. Porque se ha agravado por la tontería de la comunicación permanente», protesta, obsoleto Nokia en mano.

Vint-i nou contes menys tiene una razón de ser. «Es el final. Con este libro cierro un periodo del que estoy orgulloso pero que doy por acabado. Todo lo que planteaba estéticamente en esos dos primeros libros de relatos y que he tardado años en desarrollar en mis cuatro novelas posteriores, la austeridad, el menos es más. Después de publicar L'últim dia abans de demà, condensada, donde el estilo está depurado al máximo, me doy cuenta de que esto se ha acabado. No puedo ir más allá. Y ya que lo daba por acabado quería hacerlo bien. Coger estos cuentos al cabo de 20 años y cerrar la puerta».

Ahora se planeta nuevos retos. «O lo que haces te hace crecer como escritor y como lector, o nada. Tenemos que arriesgarnos. Si no puedo cambiar, prefiero callar. Querría escribir una novela larga, de personajes desarrollados, con descripciones, con una sintaxis menos escueta. Si lo consigo, quizá dentro de tres, cuatro o cinco años publicaré una novela de 600 páginas».

La desazón de Márquez no es solo hacia su propio trabajo. Y aunque le irrite la precariedad económica («¡están pagando anticipos de mil euros por una novela!») que dificulta mantener la figura del escritor profesional, tampoco es solo eso. «El proceso de degradación del sistema literario, y en catalán en concreto, es más que obvio. La pérdida de exigencia, que todo el mundo se vea capaz de escribir una novela porque alguien la reescribirá, el desprestigio de la cultura. Hay que empezar a cribar otra vez. Hay que mover la mesa para que caiga toda la mierda».

Aparte del hecho de que sus dos libros de cuentos fueron publicados por Quaderns Crema, esa nostalgia por otra manera de trabajar explica que el libro esté dedicado al difunto Jaume Vallcorba, su primer editor, al que agradece sus planteamientos «de exigencia y pulcritud». «Ponía las cosas en orden: un final que no funcionaba, un cuento que se tenía que cortar, un título que se tenía que cambiar... Este trabajo de editor lo hace ahora muy poca gente. Este grado de exigencia se ha perdido, y así salen los textos. Libros mal escritos, mal acabados. Me da más pena que rabia».