FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Magnético Denzel Washington

Denzel Washington, este viernes en San Sebastián.

Denzel Washington, este viernes en San Sebastián. / periodico

NANDO SALVÀ / San Sebastián

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¿Qué hace The Equalizer inaugurando un festival como San Sebastián? Mejor dicho, ¿qué pinta una película como esa en un festival, sea cual sea? Es un producto hollywoodiense puramente comercial y por tanto fuera de contexto en un evento diseñado para celebrar el cine entendido como arte. Y aunque es cierto que algún entretenimiento ligero o sin pretensiones puede funcionar en un certamen cinematográfico lleno de cine para listos como un buen trago de Red Bull, todo tiene un límite.

Así pues, ¿qué hace The Equalizer aquí? Muy sencillo: Es la excusa perfecta del festival para asegurarse a Denzel Washington en la alfombra roja y en los periódicos y, de paso, para darle un Premio Donostia. «Este premio es un gran honor para mí. Trato de trabajar duro y hacerlo lo mejor posible, y de ser un ejemplo para jóvenes actores que tratan de salir adelante», ha asegurado el actor. Al margen de hacer un par de chistes sobre la reciente derrota de la selección española en el Mundial de baloncesto, poco más ha dicho sobre el galardón o la película.

Dirigida por Antoine Fuqua, un jornalero del cine de género americano que sigue viviendo de las rentas que le proporcionó hace 13 años el éxito de Training day -por la que, recordemos, Washington ganó un Oscar-, The Equalizer es una película de superhéroes aunque no incluya el logo de Marvel o de DC en sus títulos de crédito y su protagonista no vista capa y leotardos. Robert McCall (Washington) vive una vida muy estructurada. Se levanta a la misma hora todos los días, toma el transporte público para ir a trabajar, come siempre siguiendo un ritual idéntico. Por las noches, cuando no puede dormir, se acerca a una cafetería para tomar el té y leer. Otra habitual del lugar, Teri (Chloë Grace Moretz), es una prostituta que tiene una deuda con la mafia rusa. Un día ella acaba en un hospital local tras recibir una paliza de muerte. Y entonces toda esa calmada introspección de la que él hacía gala da lugar a una sádica sed de venganza.

McCall, nos enteramos algo después, es un exagente de la CIA -qué si no-, pero sobre todo es el niño bastardo de Jack Bauer y MacGyver, un tipo capaz de diezmar a sus enemigos sin arquear una ceja y de curarse las heridas de bala con una espátula y un poco de miel caliente. Usa lo que tiene a su disposición, y eso es mucho decir considerando que trabaja en una ferretería -en concreto, su forma de utilizar el sacacorchos es particularmente inventiva-. Ha hecho un montón de cosas en su vida de las que no está orgulloso, pero a juzgar por la evidencia en pantalla, todavía parece hallar cierto placer viendo ahogadas en sangre a sus víctimas, a las que la cámara de Fuqua mantiene en primer plano durante unos segundos más de los estrictamente necesarios.

BRUTA, TOSCA Y ABSURDA/ Es decir, The Equalizer es muy bruta. También tosca y esencialmente absurda, y agresivamente simple: aquí no hay comentarios ni alegorías ni subtextos, tan solo un héroe muy bueno enfrentado a unos villanos muy malos. Por supuesto, es perfectamente posible aceptarla por lo que es, con sus excesos y su severidad casi autoparódica, y disfrutar de su razonable capacidad para generar tensión y orquestar acción violenta. Pero en el mejor de los casos la diversión dura un rato: El buen samaritano macarra que Washington encarna es básicamente invencible, de modo que verlo dar cera a todo aquel matón que se cruza en su campo de visión no tarda en aburrir. Incluso entonces, eso sí, permanece intacta la capacidad de Washington para resultar condenadamente magnético mientras se pasea por un guion tan infestado de clichés como un adolescente lo está de espinillas. Son ese tipo de proezas las que justifican los premios.