CRÓNICA
Las esencias de Katie Melua
La cantante ofreció un recital austero pero emotivo en el Sant Jordi Club
Aunque su último disco, Ketevan, publicado el pasado septiembre, es el primero integrado exclusivamente por canciones de estreno, sin versiones, Katie Melua se ha desmarcado de ese guion en el Simplified tour, la expedición que la trajo el miércoles al Sant Jordi Club. Acudió a diversos pentagramas ajenos (sus fuentes no son menores: Leonard Cohen, Paul Simon, Ray Davies...) en un formato que, como insinúa el título de la gira, trata de hacer las cosas más fáciles, con un batería, un bajista y un teclista como únicos acompañantes.
Muy poco material de Ketevan, solo tres canciones, lo que invita a pensar en un paso en falso. Así que, en lugar de una presentación ortodoxa del disco, tuvimos un recital propio de una gira de entretiempo, de bajo presupuesto y repertorio con licencias y homenajes. Mala noticia para los fans de las nuevas canciones, pero buena para quienes se emocionen con esa Melua reducida a las esencias, que da todo el protagonismo a su voz por encima de las capas de arreglos en las que suele envolverla. Una Melua que mantuvo a raya la parcela roots de su repertorio (ahí podríamos encajar una de las nuevas piezas, Shiver and shake, cercana al rockabilly) y potenció su fondo melodramático, peliculero incluso. Como en Diamonds are forever, canción del clásico de James Bond con la que abrió el recital emulando a Shirley Bassey a voz y guitarra.
PLUMAS NOBLES / El pop con contornos sensibles de Spider's web y A moment of madness se cruzó con citas a The Shirelles (y The Mamas and the Papas) en Dedicated to the one I love, y a Dusty Springfield en Spooky, dando forma a un repertorio sofisticado, evocador y con breves guiños bluesy que Melua exploró en The cry of the lonewolf. El repertorio ajeno dominó el ecuador del recital con paseos por In my secret life (Cohen), Bridge over troubled water (Simon & Garfunkel) y Nothin' in the world can stop me worrin' 'bout that girl (The Kinks).
Versiones resueltas con estilo, y que crearon un ambiente emotivo en un lugar tan inhóspito como el Sant Jordi Club (donde, además, sobraron abundantes metros cuadrados y sillas vacías), hasta que la salva de aplausos que recibió su primer éxito, The closest thing to crazy, indicó lo que el público estaba esperando.
Y volvió la Katie Melua de las canciones propias majestuosas, como The flood, o clasiconas pero bonitas, como Nine million of bicycles, antes de cerrar el set con Kosmic blues, de Janis Joplin. Delicadeza, brotes de carácter y la sensación de que Melua atraviesa por un momento de impasse.
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