El regreso a Barcelona de un fenómeno fan

"No es fanatismo, es amor"

JULIÁN GARCÍA
BARCELONA

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«No es fanatismo, es dedicación y amor por lo mucho que te ayudan». Cristina Cañadillas, de 17 años, sabe de lo que habla: ha estado tres semanas y media haciendo guardia a las puertas del Estadi Olímpic para poder entrar de los primeros y, así, ver de cerca a sus ídolos, a Harry, a Niall, a Louis, a Zayn, a Liam. Con lluvia, con frío, con calor, con... ¡cucarachas! El horror. «Los cambios de tiempo han sido lo peor. Un día tuve una insolación espantosa. Vómitos, el cuerpo congelado. Pero... da lo mismo. Una directioner no puede explicarlo con palabras, solo sentirlo». A su lado, Jordi Alejandro, de 18, la mira con atención y asiente. Él también sabe de lo que habla: ha estado un mes y una semana haciendo guardia.

«El martes llovió a mares y quedamos calados. Se ve que el ayuntamiento no deja poner tiendas de campaña, así que imagínese», dice Jordi, convertido con los días en una especie de capo del cotarro, controlando los turnos de guardia y la presencia de colones o indeseables. Pero puestos al más difícil todavía de los directioners de raza, Laura Márquez, de 25 años: lleva varios días haciendo cola, pero ni siquiera entrará al concierto. «Solo estoy para acompañar a mi prima y ayudarla por si hay ladrones por la noche». Conmovedor. «Sí, ha sido duro, pero he hecho amigos. Esto nos une», sentencia Andrea Moreno,  de 17 años.

Una habitación en el Hotel W

La pasión adolescente tira mucho. Según parece, hubo algunas fans que pagaron hasta 500 euros por una habitación en el Hotel W para intentar cruzarse con sus ídolos por los pasillos, o quién sabe qué.  «Ellos te hacen la vida mejor. Todo es difícil, pero ellos te ayudan a tirar adelante», afirma Marta Jordán, que, por supuesto, no pagó la habitación del W («para eso, aparte de muy fan, debes de estar muy forrada»), pero estuvo toda la mañana apostada en su puerta esperando a que la banda anglo-irlandesa saliera rumbo a Montjuïc, previo paso de Niall y Louis por el Camp Nou, donde visitaron las instalaciones y se vistieron con camisetas del Barça.

El concierto empezó a las 21.30 (con media hora de retraso), pero desde las tres ya había un alterado ambiente de frenesí en los alrededores del estadio. Una extraña electricidad que habría hecho las delicias de Nikola Tesla, entre carreras, gritos, abrazos y ojos desencajados. Hubo un momento en que alguien dijo haber visto a Harry caminando por ahí, como un avistamiento ufológico, o la leyenda de la joven de la curva. «¿Tú le has visto?», preguntaba con desespero una chica a quien quisiera escucharla.

Dicho esto, ya pueden imaginar qué sucedió en el Estadi Olímpic tras los bolos previos de Abraham Mateo y 5 Seconds of Summer, cuando Harry, Niall y compañía saltaron al escenario para atacar, entre fuegos artificiales, Midnight

memories. La felicidad. Algo precioso. Los alaridos, todos a una, llegaron al cielo, que digo al cielo: al mismísimo momento del big bang. Es lo que tiene rendir amor y devoción por las estrellas.