con voz propia

Román Gubern: «La iconosfera es tan densa y abundante que hace invisibles las imágenes»

Esta es la segunda entrega de una serie de seis entrevistas con personalidades de la sociedad catalana que iniciamos en colaboración con Catalunya Ràdio, que las emitirá íntegramente en su web.

Román Gubern, en la biblioteca de su domicilio de Barcelona,el miércoles.

Román Gubern, en la biblioteca de su domicilio de Barcelona,el miércoles.

JOSEP MARIA MARTÍ FONT

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Román Gubern nació en Barcelona, en la Gran Via, en la casa de al lado del cine Coliseum, «donde murió la madre de los Goytisolo», puntualiza. Fue en uno de los más duros bombardeos de la guerra civil, en 1938, cuando una bomba italiana alcanzó un camión cargado con cuatro toneladas de trilita. La imagen aérea de aquella explosión, con la columna de humo que se eleva sobre la ciudad, es increíble. Gubern, que entonces tenía tan solo 4 años, no sabe realmente si lo vivió, pero insiste en que tiene grabada en su mente la instantánea de una historia que oyó contar muchas veces: la de un señor a quien la explosión le voló la cabeza pero siguió caminando unos pasos sin cabeza. «Caray, yo nunca lo vi, pero es de las imágenes que más me han marcado sin haberlas visto». Hablar de Gubern y hablar con Gubern es hablar precisamente de la imagen.

Hijo de una familia burguesa dividida por el conflicto; la parte paterna era catalanista y republicana -su abuelo fue el primer presidente del Tribunal de Cassació de Catalunya, amigo de Lluís Companys-, y por el lado materno, el abuelo era un banquero franquista. «La familia estaba dividida hasta el punto de que mi abuela solo puso los pies en nuestra casa cuando murió su hijo: mi padre». Estudió en los jesuitas cuando se cantaba el Cara al sol, y recuerda el día de la derrota de Hitler porque debajo de su casa estaba la oficina de propaganda del Tercer Reich. «Abandonaron el local y encontramos todos los muebles volcados y papeles por el suelo». Del franquismo lo que menos perdona es «la brutal represión sexual». Su educación sexual se inició en un prostíbulo, financiada por el abuelo banquero. También recuerda la huelga de tranvías de 1951, «el primer movimiento colectivo insurreccional que hubo en Barcelona tras la guerra». «Yo participé -confiesa-, tiré piedras a los tranvías y corrí delante de los policías».

Quería estudiar Ingeniería y Telecomunicaciones pero en un diagnóstico psicotécnico le dijeron que no tenía futuro. Finalmente estudió Derecho. «En el bar de la facultad era donde había las tertulias, donde hablabas de política y de literatura. Leía a Faulkner, Hemingway y los libros prohibidos, porque las librerías tenían una habitación trasera donde podías comprar a Mao, Sade o Flaubert». De los profesores recuerda a Manuel Sacristán, «que era el responsable de los intelectuales del PSUC, un personaje famoso, que hizo un seminario sobre Historia de la Ciencia y nos explicó Newton y Darwin». Su incipiente interés cinéfilo nace de la lectura de Una historia del cine de Ángel Zúñiga, «un libro inteligente que me descubrió un capital de promesas nunca vistas». Esto le lleva a acudir a los cineclubs y acaba dirigiendo el de la Universitat de Barcelona.

Acabada la carrera, Gubern tiene que ponerse a trabajar en una gestoría, algo que detesta. Pero el cine viene en su ayuda. El verano de 1958 acude a Marly-le-Roy, cerca de París, a un encuentro de cineclubs. «Me llevé todo el dinero que tenía ahorrado, que no era mucho, y pensé: 'Iré a París, y si encuentro algo, me quedo'. Fue la decisión más inteligente, más importante y más fundamental de mi vida». Consiguió trabajo en la Unesco, que celebraba su asamblea general y buscaban a gente con idiomas. «París fue fundamental para mí, fue el destape del champán. Cada tarde iba a la Cinémathèque de la rue d'Ulm, donde hice un capital de cine viendo los clásicos americanos, franceses, soviéticos... Todavía guardo un cuaderno donde tomaba notas de las películas y, naturalmente, estaba en contacto con el exilio y era compañero de viaje de los comunistas. Nos reuníamos en las tertulias del Select y el Dôme, en Montparnasse. París era barra libre, era otro mundo. Lo que más me chocó fue la libertad con que las parejas se daban besos en la calle. Era algo insólito porque aquí estaba prohibidísimo».

Vuelve a Barcelona para una corta visita, pero queda atrapado. Un grupo de empresarios que querían explorar la posibilidad de hacer negocio con la televisión le proponen hacer un documental. Lo hace sobre la Costa Brava. También dirige una colección de cromos para la Editorial Bruguera y escribe, bajo seudónimo, toda clase de libros. «El primer libro que firmo con mi nombre es sobre la televisión, porque ya me interesaba como fenómeno mediático». En base al cuaderno de París hace una historia del cine. «Firmé un contrato que establecía un tanto por ciento de derechos de autor, pero pasaba el tiempo y el libro no se publicaba. Un día me llamó el editor y me ofreció cambiar el contrato: 250.000 pesetas a cambio de renunciar a los derechos. El libro se publicó y fue a Fráncfort. Compraron los derechos para Italia y hubo varias traducciones».

En la década de los 70 empieza a dar clases, primero en la Escuela Elisava, y después en la famosa Escola Eina, donde se cuecen algunos de los debates intelectuales más importantes de aquellos años. «Beatriz de Moura, que tenía muchos contactos con Italia a través de su editorial, Tusquets Editores, organizó un encuentro con el Gruppo 63 de Italia: Umberto Eco, Gillo Dorfles y toda esa gente. Hubo un coloquio famoso que está documentado en varios libros sobre arte de vanguardia y arte comprometido. Es una visita fundamental porque marca la línea de varias editoriales, concretamente Anagrama, Tusquets y Lumen, y porque introdujo el estructuralismo, la semiótica, la antropología visual, la antropología cultural y Claude Lévi-Strauss. Es cuando conozco a Umberto Eco. En 1972 se traduce al italiano mi libro El lenguaje de los cómics, que además tiene seis o siete reediciones en España, y que ya es un libro de semiótica».

A todo esto, Gubern también entra en el mundo del cine. Vicente Aranda le pidió que hiciera de ayudante de dirección, y después fue Jaime Camino quien le llamó para hacer el guion de una película que debía ser «barata y comercial». «Hicimos un guion que se llamaba Mañana será otro día, una comedia que tuvo un éxito abrumador, con Sonia Bruno y Juan Luis Galiardo, y que también fue un éxito económico. Vista hoy día, todavía aguanta; no es gran cosa, pero efectivamente es una película fresca porque está rodada por las calles, en la Rambla, muy Godard. Camino me dijo que cuando se pasaba en Madrid había gente que protestaba gritando: '¡Afrancesados!'. Es el momento de la llamada Escuela de Barcelona. Para la revista Nuestro Cine, que era una publicación de izquierdas, la Escuela de Barcelona eran 'los señoritos, estos burgueses catalanes que hacen cine experimental con modelos guapas'. Madrid era el cine de crónica social, de los obreros. La dicotomía era cierta. Yo me convertí en guionista de varias películas de Camino; unas fueron mejor que otras, pero Mañana será otro día fue un gran éxito. Esto pasaba durante la apertura de Fraga Iribarne y García Escudero, pero cuando entró Sánchez Bella en el ministerio todo se cerró de nuevo. En lugar de apertura vino cerradura».

Tuvo claro que había que largarse y pidió una beca de la Fundación March. «Improvisé cuatro papeles, pedí cartas de invitación de una universidad americana y me llegó una invitación para el MIT (Massachusetts Institute of Technology), uno de los primerísimos centros científicos mundiales. El MIT para mí fue la hipermodernidad. Había un gran debate por la guerra de Vietnam y posturas muy críticas de profesores, entre los que estaba Chomsky, porque una gran parte de la tecnología electrónica de la guerra de Vietnam se hacía precisamente en el MIT, donde ya en 1971 experimentaban con máquinas de reconocimiento de voz».

Gubern viaja por Estados Unidos y en Los Ángeles le ofrecen dar clases en el California Institute of Technology. Se queda, y al año siguiente la University of Southern California (USC), de cuya escuela de cine salieron Spielberg, Lucas, Coppola y compañía, también le ofrece trabajo como profesor. El éxito le sonríe, se gana bien la vida y las instituciones académicas se lo disputan. Entonces muere Franco. El 20-N le pilla en Los Ángeles junto al director José Luis Borau, que acababa de ganar el Festival de San Sebastián con Furtivos. «Borau había alquilado una sala de proyección en los estudios Samuel Goldwyn para exhibir la película para la crítica americana y me pidió que hiciera un parlamento introductorio. Acepté. El cónsul español se comprometió a ofrecer una copa de champán al finalizar el acto. Pero el día elegido para la proyección fue el 20 de noviembre de 1975. Y acabamos celebrando la fiesta en casa de Irving Lerner, que había hecho documentales sobre la guerra de España».

Depresión en la Autònoma

Con la muerte de Franco se abría un dilema. «En el Committee for Democratic Spain, por ejemplo, estaba el filósofo José Luis Aranguren, que enseñaba en Santa Bárbara. Nos veíamos de vez en cuando y nos decíamos: '¿Qué hacemos? ¿Volvemos? ¿No volvemos?'». Gubern decidió volver a España. Entró como profesor en la recién creada Universitat Autònoma de Barcelona. «Fue como caer de lo alto de un rascacielos al sótano. Me dieron un contrato muy mal pagado que decía encargado de curso interino. Si tenía 15 alumnos en las clases americanas, aquí había 150 sentados en el suelo y por las escaleras. Si quería proyectar una película me decían: 'No hay proyector'. ¿Cómo que no hay proyector, si esto es Historia del cine?' Caí en una depresión -ahora sé que técnicamente se llama depresión reactiva- que me llevó al psiquiatra y estuve un año y medio jodido, con pastillas». Por suerte, en 1980, el Gobierno de la UCD decidió recuperar a profesores exiliados o represaliados. En la lista estaban Claudio Guillén, Carlos Castilla del Pino, Manuel Sacristán y también Gubern, que fueron nombrados catedráticos.

«Me acuerdo perfectamente que en las primeras elecciones voté al Partido Comunista, que había hecho la resistencia fuerte contra el franquismo, y que obtuvo 30 diputados. El protagonista fue el PSOE, y en las siguientes elecciones firmé un manifiesto a favor del partido socialista. Antonio Gutiérrez Díaz, que era el líder del PSUC, me dijo: '¿Pero qué has hecho? Hay que apoyar al partido', pero ya se veía claramente que el PSUC estaba fuera de juego. Hice unos pinitos modestísimos en política, porque me pidieron si quería presidir una fundación socialista que se llamaba Cataluña y Futuro. Fui presidente durante un año, pero estaba tan ligada a la política más pragmática, utilitaria y pedestre que terminé dimitiendo. No tengo madera de político profesional».

En los años siguientes realiza tres películas con Jaime Camino. En 1987 publica uno de sus trabajos más emblemáticos, La mirada opulenta. Exploración de la iconosfera contemporánea, y en 1990 acepta supervisar la coproducción internacional Colón y la era de los descubrimientos. Cuando se crea el Instituto Cervantes, su primer director, Nicolás Sánchez-Albornoz, le ofrece ocupar la sede de Roma. Aunque duda, su amigo Terenci Moix le convence para que acepte.

Es en esos años cuando tiene lugar el gran cambio: el paso de lo analógico a lo digital. «Es fundamental. El digital permite que la imagen pueda mentir ocultando que está mintiendo. La imagen analógica podía mentir, naturalmente, había trucajes, transparencias detrás del personaje, pero cuando una imagen analógica miente, se nota. Manipular una foto analógica deja cicatrices. La imagen digital tiene las ventajas de la pintura; puede mentir ocultando que está mintiendo. Y esto es un cambio de paradigma absoluto en el mundo del audiovisual. Para bien y para mal. ¿Por qué para mal? La facilidad es menos estimulante, es un tobogán. En cambio, la dificultad es un estimulante».

«La tecnología es únicamente un servidor que ciertamente ha densificado la iconosfera; el problema es que ahora la iconosfera es tan densa y tan abundante que, a menudo, hace las imágenes invisibles y hay que gritar muy fuerte para hacerse oír». Los genios son escasos, piensa Gubern, «los Giotto, los Picasso de cada época han sido pocos. En tanto que como profesor de un máster de cine documental tengo contacto con los alumnos y me doy cuenta de que no son conscientes de la dificultad de inventar, de decir cosas que otros no han dicho. Este es el gran reto de hoy en día en la historia del arte, en la historia de la creatividad, en general. Viendo la película de Werner Herzog La cueva de los sueños perdidos, sobre las cuevas de Chauvet, en Francia, donde hay pinturas de hace 75.000 años, me admiraba y decía: 'Caray, estas imágenes yo no las veo actualmente en la iconosfera contemporánea'». H