TEATRO

Batalla de ideas y pasiones

Ivo van Hove, creador de la gran 'Tragèdies romanes', vuelve al Lliure con una adaptación de 'El manantial'

'The fountainhead'.

'The fountainhead'.

IMMA FERNÁNDEZ
BARCELONA

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«Una batalla de ideas y de pasiones. La lucha entre el idealismo y el oportunismo, entre el individualismo y la colectividad». Así resume el director belga Ivo van Hove The Fountainhead (La deu), la adaptación del best-seller de Ayn Rand El manantial con el que regresa hoy al Grec (en el Lliure de Montjuïc hasta el viernes) tras el aclamado Tragèdies romanes con el que triunfó el pasado verano. Vuelve con su compañía Toneelgroup Amsterdam con otra maratoniana gran producción (cuatro horas) de una historia que le cautivó desde la primera de las 750 páginas de la novela que King Vidor llevó al cine en 1949 con Gary Cooper de protagonista.

Van Hove desconocía la obra y las andanzas de un Cooper orgulloso y altivo. «No he querido ver la película para que no me influyera. Mi ayudante me regaló la novela y me advirtió que me atraparía. Y así fue. Es una historia enrome y polémica, con personajes ambivalentes, humanos. Pensé que debía ser llevada al escenario», explica el director. La trama confronta al arquitecto Howard Roark (inspirado en Frank Lloyd Wright), que se empeña en mantenerse fiel a sus ideales y construir según sus deseos aunque fracase, con su colega Peter Keating, al que no le importa modificar los diseños para adaptarse a las exigencias del mercado. Es la lucha entre la estética moderna (que profesa Roark) y el clasicismo que imperaba en el Nueva York de 1920 en el que se sitúa la novela, que dibuja también «una enorme pasión amorosa».

La obra utiliza la arquitectura para trazar la problemática relación entre arte y sociedad. ¿Cómo conjugar el arte como expresión individual con su relevancia social? «A Roark se le puede admirar pero también odiar porque solo le interesa él mismo. Es puro idealismo, una utopía. Yo a nivel personal apoyo la comunidad, pago mis impuestos para ayudar a los demás, pero a nivel artístico sí creo en la individualidad y en la independencia. Soy un director amoral. Me gusta seguir mis ideas sin pensar en lo que la gente quiere, hacer cosas nuevas. A Van Gogh, por ejemplo, no le importaba lo que la gente pensara de sus cuadros».

Para la «muy visual» puesta en escena, con 10 actores, dos músicos y una escenografía que recrea un estudio de arquitectura, Van Hove vuelve a confiar en el lenguaje multimedia. El público holandés tuvo una sorpresa añadida: el regreso a los escenarios de Ramsey Nasr (Roark), actor que abandonó los telones para escribir versos. «Es el poeta de Holanda, una celebridad. Me dijo que le apetecía volver a trabajar en grupo, que con la poesía se sentía muy solo».

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