CONCESIÓN DEL PREMIO DE LAS LETRAS HISPANAS

Un discurso reescrito

Elena Poniatowska confiesa que tiró a la papelera su disertación para el Cervantes y redactó otra en la que habla de la gente de la calle

Elena Poniatowska, ayer, en la Biblioteca Nacional, donde mantuvo un encuentro con la prensa.

Elena Poniatowska, ayer, en la Biblioteca Nacional, donde mantuvo un encuentro con la prensa.

OLGA PEREDA
MADRID

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cuando Elena Poniatowska recibió la llamada del Ministerio de Cultura comunicándole el Premio Cervantes, la escritora parisina de ascendencia polaca y criada en México se puso manos a la obra a escribir el discurso, una vez pasado el estupor inicial. Consciente de la importancia de la disertación -que será leída mañana en el acto oficial de entrega del galardón en Alcalá de Henares (Madrid)- Poniatowska se lo dio a una buena amiga. «Hablo mucho de Cervantes. A ver qué te parece», le dijo. La respuesta no tardó en llegar. Y no fue muy buena: «Es malísimo. Está de patada». La autora empezó de nuevo a escribirlo. Y apostó por hacer lo que siempre ha hecho a lo largo de su carrera como novelista y periodista: «Hablar de América Latina y de toda la gente que son los que caminan a pie, los que no tienen coche, los que van en burro». Así lo desveló, ayer en Madrid, la cuarta mujer que conquista el premio más prestigioso de las letras hispanas.

Poniatowska ha viajado a Madrid con ocho de sus diez nietos. «Los que faltan no han venido porque no han sacado buenas notas y sus padres no les han dado permiso», confesó. Además de lanzar un aperitivo de su discurso de agradecimiento, la autora cedió a la coquetería y habló de modelitos. Concretamente, del que se pondrá mañana en la solemne ceremonia. «Es un vestido rojo y amarillo muy chillón que confeccionaron para mí unas mujeres de Juchitán, Oaxaca. Me lo regalaron y me dijeron que me lo debería poner cada vez que me dieran un premio. Esta será la cuarta vez que lo luzco. Había pensado también ponerme unas florecitas en el pelo, pero creo que estoy mayor para eso», aseguró entre risas Poniatowska, que, a punto de cumplir 82 años, consiguió meterse a la prensa en el bolsillo gracias a su vitalidad, naturalidad y sencillez.

El Premio Cervantes es, para la autora de Hasta no verte Jesús mío, el broche de oro para una vida consagrada a la escritura. «Escribo por la mañana, por la tarde y por la noche», recalcó dejando claro que escribir es, además de una pasión, un oficio en el que uno echa muchas horas. Su escritura no se entiende sin el idioma de Cervantes, sin el castellano tan rico que aprendió cuando desembarcó, con 10 años, en México. «Leemos a Cervantes desde niños. Y sus imágenes, como la de los molinos, nos acompañan siempre. Todos deseamos ser Sancho Panza para acompañar al Quijote».

Elogio al periodismo

En su comparecencia previa a la concesión del galardón, Poniatowska no solo piropeó a Cervantes y a las mujeres escritoras que también merecen ser premiadas, como Ángeles Mastretta, sino a los periodistas. La autora de El universo o nada, que iba para médico y recaló por «chiripa» en el periodismo, dejó claro que el reporterismo, al menos el que se está realizando en América Latina, es el de verdad, «el que sirve para denunciar e indignarse».

«México es el país más peligroso del mundo para los periodistas», aseguró mientras levantaba la pluma roja de la habitación del hotel madrileño donde se aloja. «Los periodistas deben estar comprometidos con las grandes causas. No podemos ser amanuenses de los empresarios. Eso es una manera de venderse», reivindicó con energía.