EL LIBRO DE LA SEMANA

Y me largaré a una isla remota

Judith Schalansky ha triunfado con su atlas de lugares exóticos

La isla Litla Dimun, en el archipiélago de las Feroe.

La isla Litla Dimun, en el archipiélago de las Feroe.

XAVIER MORET

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Las islas remotas siempre han gozado de gran predicamento en el imaginario colectivo, como prueba ahora el éxito del Atlas de islas remotas, un libro de Judith Schalansky bien editado por Nórdica Libros y Capitán Swing. No importa que sean islas rodeadas de mar y soledad, y tampoco que en ellas la expresión de la vida sea mínima. El sueño de la isla remota sigue allí, instalado en un rincón de la mente que, de vez en cuando, nos hace gritar: «¡Un día lo dejaré todo y me largaré a una isla remota!»

La Utopía de Tomás Moro, el náufrago Robinson Crusoe y la novela La isla del Tesoro tienen mucho que ver con este fenómeno, y también el pintor Paul Gauguin, que asoció la isla de Hiva Oa, en las lejanas Marquesas, con el paraíso. Está, además, la certeza indemostrable de que las islas son escenarios incompatibles con los problemas, como proclaman los catálogos de las agencias de viajes, en los que las fotos a todo color de playas de arena blanca, agua azul turquesa y palmeras inclinadas ilustran paraísos al alcance.

DONDE HABITAN MONSTRUOS / Melville, en cualquier caso, ya advirtió en Taipí que en esta clase de islas puede haber caníbales dispuestos a fastidiar la fiesta. H. G. Wells, con La isla del doctor Moreau (1896), Adolfo Bioy Casares con La invención de Morel (1940), y más recientemente Albert Sánchez Piñol, con La pell freda (2002), crearon la inquietud de que en estas islas puede haber criaturas monstruosas.

Sea como sea, hay que dar la bienvenida al Atlas de islas remotas de Schalansky, una autora alemana nacida en 1980 que no exhibe ni currículo viajero, ni navegaciones osadas ni tatuajes de los Mares del Sur. Schalansky creció junto al Báltico, un mar a menudo antipático, y recuerda que sus abuelos vivían en la isla de Usedom. Ha escrito, sin embargo, un catálogo fascinante de islas remotas que bien podría clasificarse de antilibro de viajes, tal como indica el subtítulo: Cincuenta islas en las que nunca estuve y a las que nunca iré.

Schalansky ha viajado a todas estas islas remotas, muy remotas, con la imaginación y la lectura, partiendo de la fascinación por los atlas, los globos terráqueos y los libros. Ella misma da muestras, en la introducción, de su identificación con el viaje: «Mientras descubría y redactaba, una a una, esas sombrías historias, comencé a beber ingentes litros de zumo de naranjas para prevenir el escorbuto que tanto había afectado a los marineros protagonistas de algunos de estos relatos».

Habla Schalansky de «sombrías historias» y da en el clavo, ya que buena parte de las islas remotas que figuran en su catálogo, bien ilustrado con mapas de todas y cada una de las islas, son lugares que nada tienen que ver con la idea de paraíso a las que se asocian. Tenemos el caso de la isla de Santa Helena, donde se exilió y murió Napoleón, de islas convertidas en cárceles, de islas en las que se cometen crímenes horrendos, como la de Clipperton, o asesinatos, como en la de Floreana, o canibalismo, como en la de San Pablo. Al final, sin embargo, tiene razón Schalansky cuando escribe que «los sucesos más terribles siguen siendo los que poseen más potencial literario, y las islas suponen un emplazamiento perfecto para su desarrollo».

Este es un libro que se puede leer al azar, saltando de isla en isla y dejándose guiar por un nombre con gancho (isla de la Soledad, o islas de la Decepción, por ejemplo) o por un mapa que dispara la imaginación. En este sentido, estoy seguro de que si no contara con los mapas, el éxito del libro hubiera sido mucho menor, o incluso no hubiera sido.

Merece la pena contar, para terminar, la experiencia que narra Schalansky del marinero californiano George Hugh Banning, que a comienzos del siglo XX se enroló como grumete para buscar su isla. Estuvo en muchas, pero ninguna lo atraía; todas tenían un punto de contaminación humana que le desagradaba. Al final encontró la de Socorro, en la Baja California, una isla en la que no había nada de nada. Cuando le preguntaron cuándo pensaba volver, respondió: «Nunca, nunca, y esto es lo bello».

3 ATLAS DE ISLAS REMOTAS

Judith Shalansky

Trad. Isabel G. Gamero

Nórdica / Capitán Swing. 160 p. 23,95 €