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Wes Anderson: "El mundo actual carece de clase y de estilo"

El director tejano Wes Anderson, fotografiado en el Festival de Cannes del 2012.

El director tejano Wes Anderson, fotografiado en el Festival de Cannes del 2012.

NANDO SALVÀ

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Es una de las voces más originales del cine actual, tanto que no hay más que decir las palabras «una película de Wes Anderson» para evocar imágenes increíblemente estilizadas y vibrantes colores que complementan un mundo diseñado con detalle miniaturista. En su nueva e hilarante película, 'El Gran Hotel Budapest'el director tejano (Houston, 1969) homenajea las comedias de Hollywood de los años 30 y 40 a través de la historia de Monsieur Gustave (Ralph Fiennes), un conserje acusado de asesinato que emprende una rocambolesca huida a través de una Europa sobre la que se cierne la amenaza del fascismo.

-La película narra las peripecias de un legendario conserje pero, ¿no le parece que el verdadero protagonista es el hotel?

-Sí, en todas mis películas doy mucha importancia al espacio. Los hoteles me parecen el escenario idóneo para una película porque son sistemas complejos donde pueden suceder muchas cosas. Son como organismos vivos. Viajé por toda Europa y visité docenas de hoteles de principios del siglo pasado, pero fue muy difícil encontrar uno que se ajustara a nuestras necesidades porque todos han sido reformados. Al final, en una website sobre lugares abandonados encontramos unos grandes almacenes en Görlitz, en la Sajonia. Es un lugar increíble. Si tuviera el dinero, me lo compraría sin dudarlo ni un segundo.

-¿Le gustan los hoteles?  

-Ya no. Detesto salir de la habitación, recorrer un pasillo eterno, coger el ascensor, cruzar el lobby y, al salir a la calle, acordarme de que me he dejado algo. Les he pillado un poco de manía.

-¿Diría usted que la película posee cierta nostalgia por un tiempo perdido?

-Es posible. Siento que en esa época la gente llevaba vidas sofisticadas y elegantes. El mundo actual carece de clase y de estilo. No soy una persona particularmente nostálgica, en todo caso. Pero el escritor Stefan Zweig sí lo era, y su literatura ha inspirado la película. Su nostalgia, su tristeza, por toda la cultura que vio destruirse en su tiempo, se tradujo en una terrible depresión a lo largo de su vida.

-Pero la película no está basada en ninguno de sus libros.

SEnDNo, es más bien su espíritu lo que me inspiró. Por ejemplo, en su biografía, El mundo de ayer, describió con detalle cómo eran Viena y Europa antes de 1914, lo excitante que era participar de ese mundo, y lo repentina y radicalmente que todo eso fue destruido por culpa del nacionalismo y el fascismo. Su descripción de ese proceso sirvió casi como un telón de fondo para mí.

SEnDEl Gran Hotel Budapest es su película más europea. ¿Tiene que ver con el hecho de vivir en París?

-Sí, en los últimos 10 o 15 años he pasado más tiempo en Europa que en Norteamérica, y supongo que eso influye. Es genial sentirse extranjero en ambos sitios, porque te da una perspectiva distinta de lo que cada continente significa históricamente. Mientras viajaba para preparar la película me di cuenta de que, en Europa, cada país ha cargado con el peso de las ideologías, y eso ha perfilado la arquitectura y el modo de vida. En Europa todo es ideológico, todo es político.

-¿Es esa la razón por la que es también su película más oscura?

-Probablemente. Está inspirada por una de las épocas más oscuras de la historia, y en ninguna de mis películas previas había tanta gente asesinada. Hasta aparece una mujer decapitada. Y hay un clima de catástrofe inminente, se avecina la gran guerra. Aunque también es mi película más cómica, porque quise homenajear cierto tipo de comedias clásicas de Hollywood.

-Como de costumbre en su cine, la escenografía tiene un papel esencial. Cada objeto, cada color, cada detalle, están cargados de significancia. ¿Cuál es su método?

-Soy muy meticuloso. Para mí, cada plano de la película tiene que ser perfecto. Si no, no le doy el visto bueno. Cada color y cada pequeño detalle añaden información, y por eso tienen que ser creíbles en su artificio. Pero no tengo método, soy muy intuitivo. Sé lo que me gusta y lo que no.

-De nuevo como en su cine previo, los adultos se comportan como niños, y los niños como adultos. ¿Por qué? 

-Los niños saben lo que quieren, hay cierta simplicidad en su forma de pensar, una falta de prejuicios que los libera de las presiones que los adultos afrontamos. Cometen errores pero no se sienten culpables por ellos. A nosotros, en cambio, el miedo a la culpa nos paraliza.

-Sus enemigos los siguen acusando de tener un estilo sofisticado pero hueco. ¿Le afecta?

-No. Antes las críticas me afectaban pero ahora las ignoro. Supongo que me he acostumbrado. Ni siquiera las leo, porque no se puede sacar nada bueno de ellas. En el mejor de los casos te hacen sentir halagado durante un momento muy efímero que no mejora tu vida para nada. Y el mejor de los casos casi nunca se da.

-¿Cuánto le preocupa el aspecto comercial de su trabajo?

-Cualquiera que haga películas y aspire a seguir haciéndolas debe preocuparse por ello. Las haces para que las vea cuanta más gente mejor y, por tanto, acabar fracasando en taquilla es terrible. Por ejemplo, ahora me doy cuenta de que mi actitud cuando rodé Life Aquatic en el 2004 fue absolutamente desde un punto de vista comercial, porque no analicé de forma realista cuánto dinero era razonable gastar para hacerla. Me gasté un montón de pasta, pero no me preocupé para hacer la película accesible al público. Eso es algo que no puede volver a pasar.

-¿Le gustaría gozar de más independencia en su trabajo? 

-En realidad soy muy libre porque tengo unos productores muy fieles. En general, mi gran limitación soy yo mismo, mi falta de ideas. En todo caso, mi héroe es Pedro Almodóvar, que hace sus películas a través de su propia productora y sin ninguna interferencia externa. A mí me gustaría trabajar así.