'Las tres bodas de Manolita', nueva entrega de la serie 'Episodios de una guerra interminable'

Almudena Grandes: "La violencia de la posguerra fue gratuita"

OLGA PEREDA / Madrid

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Manolita es una chica sin excesiva suerte en la vida. Ni guapa ni fea. Ni valiente ni cobarde. Ni lista ni tonta. Pero la guerra civil, y, sobre todo, la posguerra, la convertirá en una heroína. Eso sí, de las anónimas, cuyos nombres no aparecen en los libros de Historia. Tras 'Inés y la alegría' y 'El lector de Julio Verne', Almudena Grandes (Madrid, 1960) publica ahora 'Las tres bodas de Manolita' (Tusquets), nueva entrega de los seis 'Episodios de una guerra interminable'.

-¿Fue más dura la posguerra que la guerra?

-Para muchos sí. Más dura y más cruel. La guerra fue una situación desesperada, el llamado terror caliente. Pero la posguerra tuvo políticas de exterminio perfectamente concebidas y planificadas para hacer la vida imposible a una mayoría de españoles. La violencia de la posguerra fue gratuita. Después de la guerra no vino la paz sino otra guerra. Como dice el personaje de Fernando Fernán Gómez en Las bicicletas son para el verano: «No ha llegado la paz, hijo. Ha llegado la victoria».

-Su novela está plagada de héroes anónimos, la resistencia de la calle.

-Mi categoría de personaje favorito no son los buenos ni los malos, sino los supervivientes. Las tres bodas de Manolita es un libro duro y tenebroso en el que hay mucha sangre, hambre y sufrimiento. He elegido a una superviviente para contarlo porque, como escritora, quiero huir de la truculencia. Con un padre fusilado, una madre presa y unos hermanos pequeños a los que cuidar, Manolita está desahuciada no solo de su casa sino de la vida. Pero se endurece, es tenaz y no renuncia a una parcela de felicidad. Su hazaña es sobrevivir. Y lo hace sin traicionarse a sí misma ni a los que la quieren. Su heroicidad es igual a la de la gente que se defiende con una pistola en la mano, como hacen los personajes de mis novelas anteriores.

-La historia de los bis a bis en las cárceles franquistas entre falsos matrimonios que aprovechaban el encuentro para pasarse información no es muy conocida. 

-Eso es algo que pasó en la cárcel madrileña de Porlier. Un negociete que se montó el capellán, que así ganaba dinero a costa de esas parejas falsas, a las que cobrará mucho. Juana Doña lo cuenta en Querido Eugenio.

-Tampoco se sabe mucho del esclavismo que sufrieron las hijas de los presos en los colegios religiosos.

-Isabel Perales, personaje de mi libro, existe de verdad. La conocí en el 2008 durante un homenaje a unos republicanos. Se me acercó y preguntó si sabía algo de los niños esclavos del franquismo. Le dije que no y me pidió la dirección de mi casa. Pensé que me iba a mandar algo, pero lo que apareció en la puerta fue ella. Me contó cómo en un colegio de Bilbao se esclavizó a las chicas mayores. No estudiaban ni aprendían nada, solo lavaban y planchaban. Aquello fue un negocio. Mano de obra barata por la que el Estado pagaba una manutención y alguien se quedaba con la mitad, claro.

-Al principio, usted concibió su serie de seis novelas como un proyecto cinematográfico.

-Después de El corazón helado no sabía qué hacer y me puse a escribir un guion. Pero los tiempos no están para producir películas largas y caras sobre los comunistas de 1944. Decidí hacer lo que sé hacer: novelas.

-Si sus libros fueran películas, mucha gente diría: bah, otra historia de la guerra civil. En literatura, no pasa.

-No, no pasa. Aunque proporcionalmente se han escrito más libros que películas. Todo esto es un lugar común al que la gente se abona. La guerra civil española fue uno de los grandes momentos de la historia de la humanidad y eso no se acaba nunca. La guerra civil está lejos, sí. Y el imperio romano más. Y se siguen haciendo filmes sobre romanos.

-¿Seríamos Francia si no hubiéramos sufrido una guerra y una dictadura tan larga?

-Seríamos muy parecidos a Francia, sí. Seríamos un país con menos heridas. Un país mejor. Y más decente.

-No le gustó mucho el experiemento de Jordi Évole sobre el 23-F. 

-No me gustó nada.

-¿No podemos frivolizar con la intentona golpista? ¿Tampoco con la guerra?

-Lo de frivolizar me da igual. Lo que detesté fue la publicidad fraudulenta del programa. A mí me gusta La Sexta, veo El intermedio cada noche. Confiaba en la cadena. Pero Évole hizo ese programa porque sabía que en España hay mucha gente que no se cree que el 23-F fue lo que nos han contado. Y la propaganda era: ahora vamos a contar la verdad.

-No se dijo que era la verdad.

-Pero decían: «¿Puede una mentira explicar una verdad?» Ese eslogan, unido al resto de la publicidad, hizo que cinco millones de espectadores se sentaran para ver qué contaban, a ver si alguien se atrevía a contar la verdad. Yo me di cuenta de que era falso, pero me cabreó. No me parece bien que se engañe a la gente. Me dio rabia que mis hijos se lo creyeran. Cuando sobre un hecho histórico nadie se atreve a decir la verdad no se deberían decir mentiras.

SEnDLas tres bodas de Manolita sale con una edición de 100.000 ejemplares. ¿Le asusta un número tan brutal para estos tiempos?

-No es asunto mío. Eso es una decisión de la editorial. Claro que me afecta, pero no lo pienso. Mi obligación es escribir libros.

-El domingo se celebrará en Madrid una fiesta por la cultura, que no vive sus mejores momentos.

-Este Gobierno ha instalado en la opinión pública esa idea de que la cultura es superflua y prescindible. Dicen que son cuatro señores millonarios y que porque adelgacen un poco no pasa nada. Me da ganas de decir como Jesuscristo en la cruz: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen».

-¿Sigue sin comprar Coca-Cola como medida de presión tras el conflicto laboral que la empresa ha tenido con sus trabajadores?

-Compro otra marca.

-Confía en el poder ciudadano.

-Mucho. Soy partidaria de las huelgas de consumo. ¿Tan difícil es que nadie pague con Visa los miércoles o que nadie saque dinero del cajero los lunes? El capitalismo es un sistema injusto, pero nos da el poder de ser consumidores. Eso siempre se lo digo a los sindicatos, pero no me hacen caso.