DOBLE ESTRENO EN Barcelona DEL ACLAMADO AUTOR LIBANÉS

Un creador mayúsculo

Wajdi Mouawad presenta la novela 'Ánima' mientras hace el monólogo 'Seuls' en el Lliure

Autor de culto 8 Mouawad, ayer en la librería Jaimes.

Autor de culto 8 Mouawad, ayer en la librería Jaimes.

JOSÉ CARLOS SORRIBES
BARCELONA

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«Un artista es un escarabajo que encuentra, en los propios excrementos de la sociedad, los alimentos necesarios para producir las obras que fascinan y conmueven a sus semejantes». Lo dice alguien con ese insecto tatuado en el dorso de la mano derecha. Alguien que habla con la mirada casi en el suelo. Alguien, un grande de la dramaturgia contemporánea, que impacta con sus creaciones. Wajdi Mouawad (Beirut, 1968) presenta este fin de semana en Barcelona a la vez una novela, Ánima, igual de estremecedora que el mayúsculo monólogo, Seuls, que representa en el Teatre Lliure hasta mañana.

Los excrementos que moldea son nauseabundos. El autor libanés, exiliado en Francia y en Quebec y hoy residente francés, exorciza en buena parte de su obra los demonios de una infancia rota por la cruenta guerra civil del Líbano. Y con resultados como, por ejemplo, el fenómeno de Incendis en Barcelona. Una pieza que, a los 10 años de su estreno, le «aburre soberanamente» que se la recuerden tanto.

Identidad, exilio, memoria, responsabilidad y violencia marcan a fuego la obra de Mouawad, que quiere responder a una pregunta casi metafísica: «Cómo sobrevivimos cuando lo cotidiano se rompe, en el plano íntimo o en un contexto histórico. No estoy obsesionado por el miedo a morir, pero sí por una llamada de teléfono con una mala noticia».

Sabra y Chatila

En Ánima (Destino/Periscopi), novela a la que dedicó 10 años, lo cotidiano se trunca cuando Wahhch Debch descubre el cuerpo de su mujer, brutalmente violada y asesinada, y busca al verdugo en la frontera entre EEUU y Canadá. Mouawad recurre a la voz de diversos animales para narrar una persecución salpicada de violencia. El protagonista, un joven palestino, irá más allá y buceará en su pasado, marcado por la masacre del campo de refugiados de Sabra y Chatila en 1982 perpetrada por milicias cristianas con el apoyo israelí.

«Nací en la comunidad cristiana maronita del Líbano, un país que en 1991 dictó una amnistía para los crímenes de guerra, lo que ha creado una amnesia colectiva. Mi padre me pregunta por qué no hablo de lo que hicieron musulmanes o drusos. Solo soy responsable de lo que yo he hecho», explica el autor.

Se siente así porque su identidad se construyó, en su niñez libanesa, a partir del odio hacia «musulmanes, palestinos, sunís, chiís, judíos, israelís». «Yo bailé por la muerte de un hombre», afirma. «Y se me dijo con mucho amor que debía odiar. Porque vivía bajo el amor maravilloso de mis padres en unos paisajes increíbles».

El exilio supuso una sacudida brutal. «Me devolvió a la gente a la que aprendí a odiar. Mi mujer es judía. Kafka [también judío] es un autor fundamental para mí, más que mi familia. El héroe de Ánima es palestino». Y por mucho que sorprenda, Mouawad, que a los 10 años quería escribir como Victor Hugo, Stendhal, Kafka y Dostoievski, llegó al teatro porque le era más fácil que la novela. Pero se le hace «extenuante» ser diplomático y gestionar «la humanidad» de los actores. «Soy alguien que siente la necesidad de estar solo».