Estudio sobre una etapa oculta de la música barcelonesa

Una Barcelona sepultada

El libro 'La ciudad secreta' desentierra una corriente de grupos experimentales que operó entre los años 70 y 80

Tendre Tembles, en 1981, avistando un interior de manzana del Eixample.

Tendre Tembles, en 1981, avistando un interior de manzana del Eixample.

NANDO CRUZ
BARCELONA

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La música layetana, el punk y el rock català gozan ya de una notoria bibliografía y documentales hagiográficos. ¡El rock català tiene hasta un musical! Sin embargo, hay agujeros negros en la banda sonora catalana, escenas apenas documentadas que corren peligro de quedar definitivamente sepultadas por el olvido. Por ejemplo, las músicas experimentales que brotaron entre la agonía del franquismo y la euforia preolímpica. Son dos décadas exhumadas ahora por el periodista Jaime Gonzalo en el libro La ciudad secreta (Munster Records)

A principio de los años 70, mientras el rock progresivo y el jazz tanteaban su identidad mediterránea, la sensación de descontrol e impunidad llevaba al grupo Bueyes Madereros a improvisar conciertos en un claro del monte del Carmelo. Brotaban núcleos creativos en comunas como la de La Floresta y los grupos se bautizaban con nombres como Eix de Baf, Suck Electrònic Enciclopèdic y La Propiedad es Un Robo.

El desinterés del gran público por aquella hornada de experimentadores queda perfectamente ilustrado por las vivencias de Perucho's: el grupo llegó a cobrar por no repetir su pase en el antiguo Zeleste, pues la gente salía huyendo. Pero el barrio de Gràcia se erigiría ya entonces en destacado refugio de las propuestas más radicales de Barcelona. Allí estaba La Orquidea (desaparecido local de la calle Bruniquer) y en La Salle de la plaza del Nord estudiaron, entre otros, Víctor Nubla y Juan Crek, del dúo Macromassa, y Salvador Picarol, fundador de Radio Pica.

Gonzalo destaca la importancia de las Jornadas Libertarias celebradas en el Parc Güell en 1977. No solo coincidieron Blay Tritono, Perucho's y Los Quadreny y muchos otros grupos sino que surgió alguno más. Los Psicópatas del Norte, por ejemplo, decidieron formarse ante aquel escenario; y minutos después debutaban en esa tarima. El cooperativismo y la autogestión ganaban terreno. Macromassa grababa en la recién abierta sala Màgic el que posiblemente sea el primer disco autofabricado de España, Darlia microtònica. Nico, narcótica voz del debut de la Velvet Underground, actuaba en la comuna de La Floresta. Y músicos italianos y belgas se arrimaban a la agitada escena barcelonesa.

MÚSICA DE CRISIS /Pero como Gonzalo también señala, en 1978 «se constituían los partidos políticos que someterían a la ciudad en un inminente futuro, esto es Convergència i Unió y PSC». Solo un año después Los Erizos decían practicar «música de crisis». No debe haber mejor modo de ilustrar ese inminente futuro que la fotografía de portada de este libro: un parado subido a los cables del teleférico de Montjuïc para pedir trabajo. Y de ese contexto, alimentado por las ruidistas posibilidades de la electrónica, brotarán propuestas tan radicales como Xeerox, El Grito Acusador, Vagina Dentata Organ, Tropopausa, Tres, Tendre Tembles...

Mientras Loquillo y los Trogloditas y El Último de la Fila se disponían a definir la Barcelona de los años 80, Macromassa lo intentaba a su modo: «Teníamos una idea muy clara: la banda debía sonar como el metro de Barcelona. Estábamos obsesionados con el ruido del metro». Más radical aún sería Error Genético, plataforma ruidista de Marcel.lí Antúnez: «Defendíamos la participación de discapacitados como instrumentistas. Habría sido estupendo tener un coro con síndrome de Down». Panotxa, de El Grito Acusador, llegó a tocar en el frenopático de Les Corts.

SONIDOS OXIDADOS / La ciudad secreta no solo es abrumador por su acumulación de datos sino que ilustra aquella época de retorcidos impulsos creativos con docenas de fotografías y carteles. Una labor de tintes arqueológicos que completan tres CDs. Algunos de los cortes incluidos son inéditos, pues varias de formaciones solo dejaron grabados conciertos y ensayos en cintas analógicas que el tiempo ha deteriorado.

A mediados de los 80 hubo puntuales muestras de sintonía entre los creadores más radicales y el consistorio socialista. Nació Transformadors, un espacio de actuaciones y exposiciones situado en la calle Ausiàs March, pero fue un espejismo. La transformación tenía que ser urbanística, nunca cultural. Radio Pica, la única emisora que apoyaba las músicas marginales, fue perseguida por la Generalitat en virtud de una legislación inaudita en el resto de Europa, pero hoy sigue activa. Sobre TV3, que hable Albert Jiménez, colaborador de Yeti y Naïf y prolífico creador: «Pensé que por fin la música de aquí iba a tener un canal de difusión, pero a los músicos experimentales no nos hicieron ni caso».

LA LOSA OLÍMPICA / Sin altavoz mediático ni espacios donde actuar, desplazados por la Barcelona de diseño y víctima también de su propio hermetismo, aquella corriente de experimentadores se iría extinguiendo. Algunos aún hallaron efímero escaparate en las matinales del festival Sónar (no en vano, el codirector del festival Sergi Caballero fue colaborador del colectivo Koniec) y en el festival LEM. Sorprende descubrir en el libro el elevado porcentaje de músicos que emigró u optó por el suicidio. El resto quedaría sepultado bajo la losa olímpica. Parece que haga un siglo, pero todo esto ocurrió en Barcelona hace apenas tres décadas.