UNA NOVELA QUE INDAGA EN EL PROCESO CREATIVO

La centrifugadora Fresán

Excesivo 8 El escritor Rodrigo Fresán, ayer en la sede de Penguin Random House, en Barcelona.

Excesivo 8 El escritor Rodrigo Fresán, ayer en la sede de Penguin Random House, en Barcelona.

ELENA HEVIA
BARCELONA

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Cuando tenía 27 años, el argentino Rodrigo Fresán se fue a dormir siendo un perfecto desconocido y se despertó famoso: Una historia argentina pasó a ser en su país el libro que había que leer sí o sí. Muchos años después ya en la ciudad de Barcelona, en la que vive desde hace 15 años -«llevo más vida como escritor aquí que en Buenos Aires»-, presenta su noveno libro, La parte inventada (Literatura Random House) para constatar que casi todas sus obsesiones ya estaban en aquella primera obra y se han hecho más y más complicadas, ahora en una novela de más de 500 páginas que, advertencia, actúa como una centrifugadora de ideas y pasiones literarias. Puro Fresán. Y para constatarlo lo explica, cómo no, con una cita: «Cuando  le preguntaban a William Gaddis por qué sus libros eran tan complejos, decía: es que si es fácil me aburro».

Al autor alguien le advirtió que lo suyo no era solo una dedicación al ya nutrido género de las novelas protagonizadas por escritores sino una superespecialización de nota, novelar lo que pasa en la cabeza de un escritor. «Y no solo eso sino mostrar el momento en el que ocurren las ideas y cómo esa información empieza a girar y a dar vueltas en la cabeza». Es el sistema Fresán, el big band Fresán que, admite, «habrá otros que escriban de forma, más ordenada, más dócil o más bucólica», pero no tienen nada que ver con él.

Autorretrato negado

Así que la novela pone en la centrifugadora a Francis Scott Fitzgerald y su novela Suave es la noche SEnD«una obra imperfecta que con el tiempo se va haciendo perfecta»-,

Wish you were here de Pink Floyd, William Burroughs, Bob Dylan -por supuesto-, secretos juegos de palabras nabokovianos y la deformación literaria de su propia biografía para crear un personaje, «que es una zona de catástrofe con patas, y que por ello habría satisfecho a Bellow o a Roth. Y no, de creer al escritor, las cosas que le suceden a este alter ego alterado que protagoniza la novela no pueden leerse directamente como un retrato de Fresán, si se exceptúa la pasión que comparten por la literatura, por Vonnegut, por Cheever, y que, en el caso de su Escritor ficticio, «se convierte en un agujero negro que amenaza con devorarlo».

La parte inventada toma su título de una carta que Gerald Murphy dirigió a su amigo Scott Fitzgerald.

«Solo la parte inventada de nuestra vida, la parte irreal, ha tenido alguna estructura y belleza». Fresán añade una apreciación de Nabokov: «La realidad está sobrevalorada».

La novela también acoge, entre muchísimas ideas y teorías, un relato sobre padres e hijos. Fue, precisamente, el hijo del autor, Daniel, siete años, quien descubrió en un escaparate el muñequito mecánico rampante de la portada. «Papá quiero que pongas este muñequito en la tapa de tu próximo libro». El padre, naturalmente, compró el muñeco y se enfrentó a una nueva petición de Daniel: «Quiero que sea el protagonista». No lo es, hasta ahí podíamos llegar, pero tiene un momento estelar en las páginas entretejido con los recuerdos de infancia del propio autor. Porque fue entonces, en la niñez, cuando Fresán concretó la que acabaría siendo la pregunta del millón: ¿Cómo se le ocurrió la idea de ser escritor? «Desde siempre».

Ahora, próximo a cumplir los 50, con la misma intensidad con la que proclama sus amores literarios anuncia sus rechazos: «El viaje, la mesa, redonda, el festival... Cada vez me gusta más escribir y menos ser escritor».