CRÓNICA

Michael Bublé, la apuesta segura

El cantante canadiense convenció de nuevo con estándares y pop clásico

Michael Bublé, durante el concierto de anoche en el Palau Sant Jordi.

Michael Bublé, durante el concierto de anoche en el Palau Sant Jordi.

ROGER ROCA / Barcelona

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Ahora que ni el oro mantiene su valor de mercado cuesta encontrar un símil adecuado, pero Michael Bublé es lo que antes se llamaba una inversión segura. Se puede ir sin miedo a un concierto suyo, porque da igual que tenga nuevo repertorio por presentar, el del disco To be loved, que tire más hacia el pop que cuando se dio a conocer o que incorpore un grupo vocal a su directo. Sabes lo que habrá, porque Bublé es un clásico de corazón.

El Palau Sant Jordi recibío anoche con entusiasmo por tercera vez al cantante canadiense, que cuando vino por primera vez hace nueve años solo era el joven crooner de moda y ahora es la única voz de esa camada que se ha hecho un lugar entre los gustos del gran público. Que no es poca cosa. Porque en estos tiempos, un recinto como el Sant Jordi solo está al alcance de carreras de largo recorrido y fenómenos pop de última generación. Y Bublé no es ni una cosa ni otra. Es un cantante joven que lo apostó todo a valores de toda la vida y ganó. Y mientras consiga mantener viva la ilusión de ser el nieto espiritual de Sinatra y sus compinches, el heredero legítimo del american way, no le hará falta otro argumento.

El Sant Jordi disfrutó de un espectáculo completo y sin sobresaltos a cargo de un showman que va ganando en oficio pero sigue teniendo dos caras. Por un lado está el Bublé canalla, el eterno adolescente que aprovecha para hacer algún chiste soez a propósito de lo que sea y le saca punta hasta a la concepción de su bebé

-«el trabajo más rápido de mi carrera», lo describió-. Por el otro, el cantante blando que, aunque se maneja bien en el swing, da lo mejor de sí en las baladas. Y con esas bazas jugó en un concierto generoso que prometió que sería como una cita. «Empezaremos suave, y al final quiero sexo sucio». Aunque rápidamente admitió que todos, él el primero, estábamos allí para escapar de la realidad vía romance. Y romance, en el universo de Michael Bublé, son versiones de Bee Gees, canciones sobre amor eterno sobre imágenes en blanco y negro de parejas sonrientes y baladas arropadas por una sección de cuerdas, primera novedad reseñable en el guión de un espectáculo que hasta entonces había sido clavado al de sus anteriores visitas. Escenario ribeteado de luces, pantallas con primeros planos de la estrella, algo de humor de sal y una big band muy competente que propulsaba la voz correcta y sin grandes alardes de Bublé.

MOMENTO DEL BUEN ROLLO / Pero había prometido que la cita acabaría en mayores y el crooner canadiense se esforzó por cumplir. Al ritmo del ubicuo Get lucky de Daft Punk, cómo no, cruzo a pie la zona de las entradas caras hasta un segundo escenario colocado en el centro de la pista, a tocar de los asistentes de entradas súper caras. Tenía que ser el tramo loco del concierto, pero quedó en el momento del buen rollo. Versiones de grandes clásicos del soul, el cumpleaños feliz para uno de los coristas y de remate, All you need is love de The Beatles con lluvia de confeti. No era el subidón final. Se guardaba tres bises y un par de fogonazos de pirotécnica que pusieron en pie al Palau Sant Jordi. Lo del sexo sucio, pues no fue para tanto. Pero qué esperaban, que es Bublé, un hombre de los de antes.