UNA FIGURA CAPITAL DE LAS LETRAS LATINOAMERICANAS
México llora a su poeta, José Emilio Pacheco
El autor, que obtuvo el Premio Cervantes en el 2009, muere a los 74 años
Murió el poeta al que todos los mexicanos sentían como suyo. El responsable de que los jóvenes entrasen en la poesía, porque sus versos se recitaban en la escuela. La frágil salud de José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939) se quebró ayer definitivamente en su ciudad natal a los 74 años, tras haber trastabillado con una pila de libros que se amontonaban en su casa y haber sido trasladado, tras el golpe, al hospital en el que murió. En los últimos tiempos una afección ósea apenas le permitía caminar con autonomía. «Se fue tranquilo, se fue en paz», certificó su hija Laura Emilia. La muerte de Pacheco se produce pocos días después de la de su gran amigo Juan Gelman. «¿Cómo voy a ser el mejor poeta de México. Si ni siquiera soy el mejor de mi barrio [en el que también vivía Gelman]», exclamaba abrumado cuando se le rendía homenaje. Tampoco era amigo de entrevistas. «Yo pienso cuando escribo, no cuando hablo».
DISCRECIÓN / Al autor dos premios fundamentales como el Reina Sofía de Poesía y el contundente Cervantes en el 2009 le dieron a conocer, por fin y con justicia, en España. La imagen, tímida, las palabras llanas que el escritor dejó en la recepción del galardón estuvieron en sintonía con su voz poética de voluntad discreta y próxima, apenas admirada de haber atisbado algunas verdades. Reconocido por su poesía, Pacheco forma parte de la generación de los 50, que ha tenido entre sus filas a Carlos Monsiváis -que fue también otro de sus grandes amigos-, Salvador Elizondo, Sergio Pitol y Homero Aridjis. Cultivó la novela-como la memorable Las batallas en el desierto- , el ensayo cultural al estilo de Octavio Paz, la crónica periodística y el guion de cine. También tradujo a Samuel Beckett, Oscar Wilde o Tennesse Williams. Su perfecta versión de los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot es canónica.
En su discurso de recepción del Cervantes, Pacheco se recordó a sí mismo, adolescente deslumbrado ante una representación teatral del Quijote. Antes había llegado la lectura fascinada del novelón Quo Vadis y la vocación escritora unida a la necesidad de proseguir aquella narración, cuando el libro se acabó. También se impregnó por entonces de las historias que los exiliados catalanes y españoles se llevaron a México.
Era hijo de un abogado de clase media que hubiera llevado una vida totalmente gris si no se hubiera atrevido a un acto heroico, que a poco le lleva al pelotón de fusilamiento, cuando se opuso a manipular unos documentos que habrían falseado el asesinato de Francisco Serrano, militar opositor del Presidente Obregón en 1927. Esos hechos forman parte de la obra en la que trabajaba Pacheco, ya muy quebrantado de salud y algo depresivo poco antes de su muerte. El clima de violencia de su país, del que era cada vez más consciente, tampoco ayudaba a levantarle el ánimo y esa inquietud se filtró en buena parte de sus más recientes poemarios, Como la lluvia o la prosa poética de La edad de las tinieblas.
Discípulo de Alfonso Reyes, la aparición de No me preguntes cómo pasa el tiempo en 1969 le dio reconocimiento y lectores. A este siguieron Desde entonces, Ciudad de la memoria, La arena errante y Trabajos en el mar. En el 2010, Tusquets publicó la antología personal Tarde o temprano que reunía lo mejor de sus 14 poemarios. En ellos brilla la ironía y el desapego que el poeta tan bien supo mostrar en Alta traición, el más carismático de sus poemas, el más recitado, vacuna para patrioterismos hueros: «No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente / puertos, bosques de pinos, fortalezas /una ciudad deshecha, gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, montañas / y tres o cuatro ríos.
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