ENTREVISTA CON EL escritor
Ricardo Menéndez Salmón: "La literatura puede cauterizar el dolor"
Publica 'Niños en el tiempo'

El escritor asturiano Ricardo Menéndez Salmón.
Tres historias que se dirían independientes acaban trenzándose en una figura reconocible, de la misma manera que las estrellas forman una constelación. La última novela de Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971), Niños en el tiempo (Seix Barral), no lo parece a simple vista. Recorre un camino desde la desesperación de haber perdido un hijo hasta un horizonte de «justicia poética» para un protagonista con nombre de estrella, Antares. Y en el centro, una historia imaginaria sobre un niño llamado Jesús de Nazaret.
-¿Es la paternidad el gran tema de este libro?
-Y el hecho de ser hijo. Los hijos nos devuelven nuestra propia infancia, nos permiten vislumbrar que nosotros también fuimos niños. Y es que el único mecanismo válido para explicar nuestra niñez es el relato de lo vivido que nos devuelven los demás.
-Su novela propugna la escritura como un proceso curativo, en este caso, ante la pérdida de un hijo. Algunos autores que se han visto personalmente en ese trance no lo han visto así.
-Creo que la literatura nunca es suficiente frente a un suceso de esa magnitud, nada te puede devolver lo perdido. Pero puede aportar una cierta cauterización del dolor. La literatura cumple una función si no terapeútica sí iluminadora, siempre partiendo del hecho de que hay cosas que nunca alcanzará a decir.
-Choca que con este tema, haya dedicado el libro con a su segundo hijo, Valerio.
-Le dediqué uno a mi hija mayor y éste se lo debía al pequeño. Los libros nacen de los miedos y nada te produce tanto miedo como la paternidad. Escribir sobre la muerte de un hijo, es una forma de exorcisarlo.
-Repetidamente se le ha reprochado su ambición. Aquí tiene el valor de imaginar una infancia alternativa a Jesús.
-Quería presentar a un niño, alguien humano en el más amplio sentido de la palabra. Creo que mi acercamiento es respetuoso y delicado. No quería mostrar el Jesús histórico sino ahondar en la idea de que es uno de los primeros personajes de la literatura occidental.
-¿Y escribe sobre él como un no creyente?
-No soy creyente pero el hecho religioso me interesa. Considero además que no se puede escapar a él. Todas las culturas han necesitado y siguen necesitando un relato religioso para explicarse a sí mismas. Mi aproximación es absolutamente laica.
-Pero curiosamente, su lenguaje tiene ecos bíblicos.
-El lenguaje religioso ha alcanzado unos niveles de expresión altísimos. Muchos de los escritores que admiro como Michon o Faulkner tienen ese tono, una forma peculiar que genera recogimiento y exaltación.
-¿Se podría decir que su novela está en la línea de la última de Coetzee, La infancia de Jesús?
-Cuando escribía Niños en el tiempo me enteré del título de la novela de Coetzee. Yo le admiro mucho, pero ese libro en concreto ha dejado fríos y desconcertados a muchos de sus lectores. Quizá ha extremado tanto el formato fábula que le ha salido un libro extraño y demasiado hermético.
-«No creo que la literatura sea algo que tenga que ver con la felicidad o con el bienestar», dice un personaje de su novela. ¿Lo suscribiría?
-Si buscamos un sentido práctico a la literatura estamos condenados a equivocarnos. Y si buscamos que nos haga mejores, más felices o más virtuosos, seguramente, también. En mi caso, es un proceso más inquisitivo, preguntarme qué demonios hago aquí.
-¿Y qué demonios hace aquí? ¿Ya lo sabe?
-Nunca lo sabré. Esa pregunta pone en marcha un gran sentimiento de insatisfacción que la literatura jamás colmará, pero yo entiendo que, por lo menos para mí, es el único sentimiento que me permite seguir adelante. Por un lado siento que la literatura aspira a reproducir la vida, algo que es imposible. Pero al mismo tiempo descubres que es el único mecanismo que produce un atisbo de verdad. Esa es su fuerza y su condena.
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