Reconocimiento de un creador con proyección internacional

La humanidad de Plensa

El artista Jaume Plensa, retratado en su estudio de Sant Feliu de Llobregat.

El artista Jaume Plensa, retratado en su estudio de Sant Feliu de Llobregat.

OLGA PEREDA
MADRID

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Cada vez que Jaume Plensa (Barcelona, 1955) viaja a Chicago acude a ver The crown fountain, la fuente que le encargó la ciudad para dar la bienvenida al nuevo milenio. No lo hace para recrearse en su obra -dos torres unidas por un estanque de suelo antideslizante- sino para ver cómo la gente disfruta de ella, cómo los chavales se meten debajo de los chorros de agua que salen de las torres y se divierten dando brincos. «¿Qué regalo puedes pedir mejor que una sonrisa?», se pregunta el artista catalán cada vez que ve cómo su pieza -levantada en un parque público- sirve a la gente. Y eso que el escultor barcelonés está convencido de que el arte tiene fuerza porque, precisamente, no sirve para nada. Eso, en su opinión, lo convierte en una fuerza devastadora, un tsunami. Un tsunami parecido al que se levantó ayer en su taller de Sant Feliu de Llobregat después de que el ministro de Cultura, José Ignacio Wert, le llamara para anunciarle que acababa de ganar el premio Velázquez.

Ya es casualidad que Wert le pillara en casa. Plensa, cuya proyección internacional no conoce fronteras, vive entre aeropuertos y hoteles de todo el mundo. De hecho, acaba de venir de EEUU, donde prepara dos exposiciones. «El galardón es un sueño. Un honor que no me esperaba. Toda una sorpresa. Es algo especial porque se trata de un premio de artista a artista. El nombre de Velázquez impone. Imagino que un escritor que recibe el Cervantes tiene que sentir lo mismo», confesó ayer.

Consciente de la brutal crisis económica que está golpeando España,  aseguró que es difícil hablar de arte cuando hay tantos estómagos vacíos. Sin embargo, rompió una lanza en favor de la cultura, a la que calificó de «alimento para el cuerpo y el alma». «La cultura siempre es necesaria. Especialmente, para las próximas generaciones», añadió el artista, que, hace un año, donó al Banco de Alimentos los 30.000 euros del Premio Nacional de Artes Plásticas. «Todavía no sé dónde irán los euros [100.000] del Velázquez. Lo tengo que estudiar».

EL ESPACIO PÚBLICO / Autor cuyas obras están presentes no solo en museos sino en calles y parques, Plensa pidió retomar los espacios públicos, hoy dominados por tantas terrazas de bares. «Tenemos que tomar conciencia de que esos espacios son nuestra casa. Tenemos que cuidarlos y mimarlos. El arte tiene mucho que decir en esos espacios públicos, no solo la arquitectura», reivindicó. No le falta razón. Sus obras en calles y parques son potentes, pero tienen un sentido acogedor y conectan tanto con la gente como con el entorno. Un ejemplo es la enorme cabeza de Dream, obra que creó, rodeada de árboles, para reinvidicar el pasado minero de una zona de Liverpool.

Hablando sobre el arte expuesto en la calle, no descartó realizar una obra para Barcelona. Eso sí, sin prisas. «La escultura es un proceso lento. Creo que por eso soy escultor, por su lentitud», confesó hace tiempo. Fiel a esa máxima, subrayó que la futura escultura de Barcelona la creará cuando sea el momento. Y avisó: «No tengo prisa».

Por su coherencia. Por renovar en profundidad el lenguaje plástico de la escultura. Y por crear propuestas de gran intensidad estética. Estas son las tres razones que han llevado al jurado del Velázquez a conceder el premio a Plensa. También podían haber argumentado otro razonamiento de peso: por cómo el artista sabe explicar su obra. Al contrario que muchos de sus colegas, el barcelonés es capaz de hablar con humildad de materiales, de poesía, de literatura, de letras y de sentimientos. Y, encima, se le entiende.