EL LIBRO DE LA SEMANA
Nabokov, dentro del laberinto
Eduardo Lago construye una novela reflexiva y excepcional

Eduardo Lago, la pasada semana en Barcelona.
Por fin aparece la segunda novela de Eduardo Lago (Madrid, 1954) después de una larga demora y un cambio de sello editorial y debo decir que no defraudará a los lectores más sibaritas que se relamieron ante la fiesta novelesca de Llámame Brooklyn (premio Nadal de 2006) y a quienes pudo saber a poco el habilidoso mosaico narrativo de Ladrón de mapas (2008). Como en esos dos libros, también aquí la vocación literaria y la escritura constituyen la médula de la trama y la razón de la estructura narrativa, solo que bajo la advocación y a mayor gloria de Vladimir Nabokov. Y es que el autor de Lolita está por doquier, desde el título hasta el motivo argumental: una minuciosa exégesis de El original de Laura, la novela que el ruso dejó inconclusa a su muerte y que publicó su hijo Dmitri en 2009. Y, sin embargo, no es tanto Nabokov el minotauro que está en el centro de este admirable laberinto narrativo como el agotamiento de la literatura ensimismada, de la que Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee viene a ser a la vez una celebración y una parodia.
La exégesis, en forma de exhaustivo informe de lectura, está a cargo de un escritor fantasma, Stanley Marlowe, al que contrata el narrador, Benjamin Hallux, para que desenmarañe (o deduzca) de las ciento y pico fichas garabateadas por Nabokov la novela que éste tenía en la cabeza y se llevó consigo a la tumba. La fascinación de Hallux por esa obra embrionaria pronto se contagia a Marlowe, que acepta el reto de perseguir a través del material informe la silueta de la idea original, que gira alrededor de la progresiva borradura y la muerte voluntaria. Ambos encarnan una misma capacidad para embriagarse con la creación verbal de ficciones, ambos están enfermos de literatura como lo está Eduardo Lago o como lo está el narrador del Quijote, obsesionado con el original de Cide Hamete Benengeli como lo están aquí Hallux y Marlowe con el de Nabokov. Pero no es solo la obra maestra de Cervantes la que brinda el modelo estructural, sino el propio Nabokov, tan dado a estos juegos de manuscritos y espejos, por ejemplo en Pálido fuego o Ada o el ardor.
De hecho, Lago ha conciliado la tradición cervantina de la novela irónica sobre la intromisión de la literatura en la vida cotidiana con la tradición norteamericana de la metanovela posmoderna (de Philip Roth
a Foster Wallace). El resultado es una profunda inmersión en los fundamentos del género, con notas de esperpento y sarcasmo, la mayoría concentradas en el triunfo de la mercantilización de la literatura y la derrota de la ambición estética.
COMERCIALIDAD / Es imposible no ver un autorreflejo cuando Hallux le advierte a Marlowe que lo que explica en su informe es un poco «farragoso y complicado», a lo que éste repone que no se trata, como en un best-seller, de entretener a los lectores «como a subnormales, sino de introducir algún elemento humorístico que aligere la densidad de los conceptos». Hallux saca a relucir a los temibles comerciales y las escasas ventas, pero Marlowe lo tiene groseramente claro: «Las ventas me la sudan, con perdón». Pues eso. Y bien estará mientras libros de excepción como éste encuentren editores milagrosamente indiferentes a las cuentas de resultados.
3SIEMPRE SUPE QUE VOLVERÍA A VERTE, AURORA LEE SFlbEduardo Lago
Malpaso. 288 p. 22 €
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