vuelve el rey del verano

Estrella Dann

Nadie sabe a ciencia cierta su edad, pero el año en que murió Franco, 1975, su canción 'El Bimbó' era la número uno del verano. O sea, Georgie ya ponía la banda sonora a los estíos de Meyba y pelota de Nivea. Otros intentaron robarle el podio, pero se esfumaron. Él sigue ahí. Ahora le canta a 'La Cerveza'.

Georgie Dann, cerveza en mano, en el Hotel Feria Palace de Barcelona, antes de empezar las galas veraniegas.

Georgie Dann, cerveza en mano, en el Hotel Feria Palace de Barcelona, antes de empezar las galas veraniegas.

NÚRIA NAVARRO / Barcelona

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Mientras los Love of Lesbian (Fantastic Shine) y Mika (Live your live) taladran a los oyentes con sus hits a mayor gloria de dos marcas de cerveza, el mito en vida Georgie Dann le canta a la bebida diurética sin financiación de multinacional alguna. «Pienso que la mía, La Cerveza, será la canción del verano», valora, mientras da sorbos a un refresco de cola sin azúcar. «Es que soy poco bebedor de cerveza -reconoce-, prefiero una copa de buen vino o de cava».Esta conversación transcurre en Barcelona, poco antes del inicio de las galas del rey del verano. Georgie está en plenitud y va acompañado de Emilia García, su esposa y road manager. Una mujer discretísima Emilia, que quiere desaparecer de la foto. «Yo estoy en la vida profesional de Georgie, pero no me gusta salir a la luz pública», exige. Sin embargo, merece tener un papel en esta historia. Lleva 40 años al lado de la estrella. Le conoce mejor que nadie. En los años 60, la catalana fue una bellísima gogó de boîtes como Lord Black y Planeta 2001, de Barcelona, pero llegó la Transición, se empezó a confundir a las bailarinas con señoritas de compañía, y ella se bajó del podio y prefirió mover la cadera en los candorosos números de Dann, con quien se casó en 1974 y tuvo tres hijos. Emilia es, definitivamente, la combinación perfecta de fan número uno e intérprete de su pensamiento. Así que, puestos, empecemos aprovechando su saber.

-¿Cómo es el señor Dann en la intimidad?

E.G. -Es un hombre que no tiene pliegues, para bien y para mal. Lo que dice es lo que hay. Y siendo así, se ha hecho querer.

-¿Canturrea por casa?

E.G. -Silba.

-¿Y echa una mano en las tareas?

E.G. -Se mete en la cocina y hace unas tortillas muy ricas, con ajo y perejil. Sin embargo, en lo que más se entretiene es en el huerto. Pero aun en él, Georgie está imaginando. Y cuando arregla las flores, también. Siempre maquina algo. Le veo pasar y veo que va hablando.

Los ojos del artista orbitan alrededor de ella, cargados de admiración. Ha tenido a decenas de bailarinas contoneándose en su perímetro de seguridad, pero solo ella lo llegó a traspasar.

-Georgie, ¿por qué no se queda en ese huerto, tranquilo?

G.D. -Yo estoy en forma y disfruto en el escenario. No sabe lo agradable que es ver a 40.000 personas congregadas para verte. Pagaría por volver a los sitios en los que he sentido el cariño. En otros, en cambio, parece como si molestaras...

E.G. -Le pasa como a su hermano, que le preguntan: «¿Cuándo te vas a retirar?». Y él contesta: «El día que me retire, me muero».

-¿También canta ese hermano?

G.D. -No. Todas las mesas de sonido y de vídeo de los estudios de televisión de Francia son de su empresa.

Precisamente ese hermano, el mayor de los Dahan (que así se apellida en realidad Georgie), fue un poco el culpable del alumbramiento de La Cerveza. Hace unos siete meses, tenía que presentar «unos nuevos aparatos» en una feria de Múnich y le pidió que le acompañara. «Todas las noches íbamos a cenar a restaurantes y pensé: 'Esto se parece a la España de hace 25 años. ¡Qué alegría general, con orquestas tocando en directo y pintas de dos litros de cerveza chocando en el aire! Y me vino la inspiración -explica el artista-.Y la lanzó, sin patrocinio. A pelo. «Quería llamar a un directivo de la cerveza, pero era demasiado tarde. La inspiración viene cuando viene-explica-. Y cuando me llegó, ya estábamos enfilando hacia el verano. Las campañas con El Corte Inglés las solíamos hacer en diciembre o enero».Eso no ha sido un obstáculo para rodar el vídeo promocional, colgado en YouTube, a cargo de una agencia que ha trabajado para la embajada de España en Kenia. Extrañamente, no salen chavalas enseñando muslamen. «Hay que innovar -apunta el artista-. Y quería algo de la calle». Y se rodó en una cervecería de Coslada (Madrid) regentada por un rumano. «El hombre no sabía de qué iba la historia y se lo pasó pipa. 'Qué canción tan bonita', decía todo el rato», explica Dann. Aunque los extras proceden de las filas de Alquimia Teatro, «como había tres barriles de cerveza gratis, los ciclistas que pasaban por allí dejaban su bicicleta y a beber».

'Tengo que hacer un tema', pensé. Y empecé hablando de una chica, « morena o rubia», que «es buena» y «se puede tratar»... Pero también me dije: 'Hay que meter a la cerveza'. Y poco a poco, se fue convirtiendo en la canción de la cerveza».

Dann lo arregla todo

Total, que el artista anda trotando por Galicia, Bilbao, Cáceres, Canarias, Mallorca. Aspira a que la gente olvide por un rato el oprobioso caso Bárcenas (el extesorero del PP también está cantando, pero con otra intención). «Cuando llego, arreglo los ánimos y el tiempo», asegura. Le ha ocurrido, incluso, el entrar en un pueblo en el que llovía a cántaros y abrirse el cielo. «Varias veces, además». Así de buenrollista es Georgie.

-¿De veras es siempre tan alegre?

E.G. -Es un hombre muy alegre, que cree en lo que hace y al quien no bajas del burro fácilmente.

G.D. -Soy capricornio. Cuando se me mete una idea en la cabeza, voy hasta el final. Y siempre sale. Jugaba al fútbol y era el mejor. También fui muy bueno en natación, que practicaba en la Piscine des Tourelles de París. Me gusta lo que hago y siempre me reciben con los brazos abiertos.

E.G. -Vamos a hacer memoria, Georgie. A veces, algunos de estos que van de cool te tratan despectivamente. Pero lo cierto es que hay músicas para momentos y donde seguro que no pega Georgie Dann es en un entierro.

-Pega más en chiringuitos de playa, en freidurías, fiestas mayores...

E.G. -Él hace discos fiesteros, para animar a la gente, pero no hay que tildarlo despreciativamente de pachanga. Hay gente que hace discos que no los aguanta ni su madre, pero lo de Georgie es música comercial.

G.D. -La música comercial está muy bien. Fíjese en Jacques Revaux. En 1967, escribió For me para Dalida y como a ella no le entusiasmó, se la llevó a Claude François, que la retocó, convirtiéndola en Comme d'habitude. Paul Anka, de vacaciones en Francia, la escuchó, le cambió la letra y acabó siendo My Way, el clásico de Frank Sinatra. Hoy suena en alguna parte del mundo cada 15 segundos.

Entendido. Además, la liviandad de Georgie Dann -la que aparentan Cachete, pechito y ombligo, La barbacoa, El chiringuito, La duchita- se sustenta sobre unos sólidos pilares. El francés estudió clarinete nueve años en el conservatorio de París, con vistas a ser músico de filarmónica. Pero todos los grandes del jazz vivían entonces a orillas del Sena. Louis Armstrong, Stan Getz, Kenny Clarke... «Todos acababan comiendo pasta en el mismo club. Allí vi llorar a EllaAsí que estuvo cuatro años haciendo jazz, componiendo canciones con Serge Gainsbourg (Pourquoi un pijama, es una de ellas), y dando clases en una escuela. «Lo del colegio era como estar en la mili, gris, y yo no había venido al mundo para eso». Tuvo suerte. El padre de un alumno que trabajaba en la tele le propuso hacer una prueba y funcionó. Y en 1965 aterrizó aquí para participar en el Festival de la Canción Mediterránea con aquella que decía: «Ay mamá, mamá / ay mamá, mamá / ay mamá Mallorca / es mi felicidaaaad». Diez años después, su Bimbó era el número uno de las listas de éxitos de una España esperanzada con la inminente defunción del Franco.

Fitzgerald porque no tenía suerte en el amor... Con todo eso ahí, ¡cómo iba yo a tocar clásico!».

-De todo su repertorio, ¿qué canción le resultó más difícil de defender?

G.D. -Cada disco es como volver a nacer. Pasas mucho tiempo pensando, y siempre sientes ansiedad. ¿Qué dirá la discográfica? Aunque yo siempre les digo por cuál hay que apostar. Recuerdo que les llevé El Chiringuito y al oír eso de «las chicas en verano/ no guisan ni cocinan / Se ponen como locas / Si prueban mi sardina» les pareció una «ordinariez». Pero yo me refería a los espetos de la Costa del Sol, porque mis letras son blancas¿ Y fue un éxito.

-Es que usted es muy pícaro.

E.G. -La picardía está en el oído del que escucha.

-¿Ha tenido suerte con las chicas?

G.D. -Mucha (y mira a Emilia). Siempre he ido cogido de la mano de mujeres. La cantante italiana Bruna Lelli, por ejemplo, que iba mucho a México, me dijo que podía ir para allá con un contrato y me presentaron como el nuevo Gilbert Bécaud. Y luego fui a Venezuela y a Argentina.

-Una vida loca.

G.D. -Siempre he ido adonde me llevara el viento. He disfrutado mucho. Aún disfruto. Estoy dos horas en el escenario y no lo noto.

E.G. -En una palabra, se siente vivo.

Quedan solo tres misterios por resolver. Primero, el pelo. ¿De veras es suyo? «Es algo genético, mi padre se murió a los 73 años con todo su pelo negro», zanja. Segundo, ¿guarda las americanas de lentejuelas y los zapatos con plataforma? «Los tengo en un armario cerrado en casa. La mayoría son diseños de Josep Trullàs, de Terrassa -aclara-. Él me los daba y yo le hacía publicidad entre los artistas que querían vestir como yo ». Y tres: Wikipedia le anota 72 años, ¿lo bendice? «Tengo más de los que me gustaría tener y menos de lo que pone la Wikipedia». Pues que viva Georgie muchos veranos más.