Visita a Barcelona de la banda de Devon

Una odisea con Muse

El grupo británico ofreció un espectáculo impactante y fantasioso en el Estadi Olímpic

Matthew Bellamy ejecuta un solo de guitarra durante el concierto que Muse ofreció anoche en el Estadi Olímpc.

Matthew Bellamy ejecuta un solo de guitarra durante el concierto que Muse ofreció anoche en el Estadi Olímpc.

JORDI BIANCIOTTO
BARCELONA

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No solo las divas pop y los ídolos teenager convocan multitudes. Tras las visitas, esta temporada, de Lady Gaga, Justin Bieber y Rihanna, anoche fue Muse, un grupo de rock que conjuga corpulencia, épica y emotividad, el que protagonizó una sesión musical de masas. El grupo británico, de Devon, no llenó el Estadi Olímpic, meta ambiciosa y arriesgada, pero conviene recordar que las 36.000 personas que atrajo equivalen a dos veces el Palau Sant Jordi.

Muse es un grupo de parámetros grandiosos, en sintonía con el modelo de stadium rock acuñado en los años 80 y muy lejos de la educación general básica alternativa. Anoche ofreció un espectáculo diseñado para cautivar e impresionar a grandes audiencias, en el que la escenografía (gigantesca pantalla de vídeo de superficie quebrada, mástiles luminosos que emergían en el techo del escenario) iba a juego con canciones de robusto sistema nervioso, instrumentaciones aparatosas y estribillos en búsqueda del clímax emocional.

Muse comenzó anoche a caminar con pompa y circunstancia, tras salvas y llamaradas que dieron paso a la primera canción, Supremacy, de su último disco, The 2nd law, con un ritmo apaisado y exótico heredero de Kashmir, de Led Zeppelin, y un Matthew Bellamy con voz en falsete. En las pantallas, engranajes industriales que fueron sustituidos por dibujos animados que evocaban a los tres titulares del grupo en la siguiente canción, Supermassive black hole, con su línea de bajo mastodóntica. Ritmo sinuoso que derivó en funky en Panic station y en un rock con aditivos electrónicos de vieja máquina de videojuegos en Bliss. Una canción habitual del repertorio, Resistence, fue suplida por la celebrada Hysteria, mientras Bellamy comenzaba a tomar posesión del pequeño escenario alternativo, situado cerca del centro de la pista del Estadi.

La diversidad de modos sonoros, del rock voluptuoso al funk electrónico y de la épica guitarrera (solos heavy incluidos) al crescendo baladístico asentado en el piano dio al repertorio un recorrido lleno de accidentes geográficos. Si una virtud tiene Muse es que no hay dos canciones iguales. Animals mostró su complexión enfermiza, de tensión al alza, y un solo de armónica precedió a la robusta Knights of Cydonia.

UN TOQUE DE QUEEN / El grupo repescó su versión de Dracula mountain, del grupo californiano Lightning Bolt. Todo un contraste con el lirismo de United States of Eurasia, una pieza en la que Muse de repente parece rendir homenaje a Queen con sus capas vocales épicas. La solemnidad, esta vez sobre un ritmo bluesístico que caía a plomo, fue a más con Feeling good, antes de la eficaz Follow me, y de la hardrockera Liquid state, cantada con competencia por el bajista, Christopher Wolstenholme.

Bellamy, que apenas fue más allá del «bona nit, Barcelona» y «muchas gracias», tiró una y otra vez de su falsete, como en Madness, y dejó que el público improvisara unas estrofas de The house of rising sun sobre el riff de guitarra antes de Time is running out. Escena de entrega en la pista. Alfombra de brazos en alto. El conocido plano fideuà.

Tras Stockholm syndrome el grupo procedió a los bises. Blackout, contó con la aparición de una bombilla gigante voladora a cuyos pies un equilibrista trazó atrevidos movimientos. Bellamy se dejó manosear por las primeras filas y sacó a pasear una bandera española que provocó estridentes silbidos y que pronto sustituyó por una camiseta del Barça mejor recibida. Un robot de mirada rojiza le acompañó camino de Plug in baby, rumbo a Uprising y Starlight. Implacable rock sinfónico para una nueva era.