La explosión de una superdotada

La pianista Yuja Wang pone en pie al Auditori después de un intenso recital con cuatro propinas

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / Barcelona

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Con tacones de aguja y vestido negro minifaldero ceñido a su menuda figura, aparece en escena como quien desfila en un pase de modelos. Yuja Wang (Pekin, 1987), tan fiel a los dictados de la moda como a su pasión por la música, se disponía a desplegar sobre el piano toda una ciclónica energía arropada por su bien cultivada personalidad. El expectante Auditori a medio llenar ya no pudo apartar los ojos de la explosiva pianista, diamante en bruto cada vez más pulido. Y más cuando en la segunda parte volvió a irrumpir con un similar vestuario pero en rutilante rojo en consonancia con un crescendo interpretativo que nos llevó al incendio emocional.

Todo un contraste el suyo con Alice Sara Ott, que deambuló hace unos días por el mismo escenario pero con los pies descalzos ocultos bajo un largo y elegante vestido. Y ocurrió que todo el mundo dirigió la mirada a los pies de la pianista chinesa intentando comprobar cómo se las arreglaría para manejar el pedal con semejantes tacones. Ella, sin aparentes problemas, se sentó en la banqueta y pronto se vio como el apoyo en esa punta de aguja le ayudaba a apoyar mejor los pies, aunque la artista consiguió que las miradas se concentraran pronto sobre la celérica, precisa y rutilante digitalización de los dedos sobre las teclas. Ni una vacilación, ni un segundo de transición. Con una técnica absolutamente abrumadora se enfrentó a la composición más moderna, 'Gargoyles, opus 29' del neoyorkino Lowell Liebermann (Nueva York, 1961), que le permitió exhibir todo su virtuosismo en cuatro rápidos movimientos.

Había entrado con buen pie, aunque sin que prendiera la emoción en la sala. Y llegó la 'Sonata, número 2 en si bemol' de Rachmaninov, autor con el que la pianista está familiarizada desde niña, y su interpretación no hizo otra cosa que demostrar que técnicamente no hay ningún secreto para ella. Ningún problema con las estructuras de forma coral y las cascadas de escalas en octavas. La pianista cerró la primera parte con el reconocimiento general, pero dejando a todos con la sensación de que lo mejor estaba por llegar. Y se cumplieron los pronósticos: con las dos sonatas, 2 y 6, de Skriabin apareció la artista no sólo de exacta pulsación y nervio inagotable, sino la que mostraba una profundidad y sutileza, sobre todo en la segunda pieza, hasta entonces no alcanzada.

Pero donde se desbordó el entusiasmo fue con 'La valse' de Ravel. Impactante partitura, creada como un poema coreográfico para orquesta, llena de vertiginosos ritmos muy del gusto de la intérprete. Wang se salió en el estallido final y prendió la mecha. Y ya no se interrumpió el clima de euforia. Hasta cuatro propinas ofreció esta superdotada, entre ellas una pieza de Schubert, una recreación personalísima de la habanera de 'Carmen' y una soberbia obra de Chopin, que pusieron al público de pie para despedir a una artista cada vez más consolidada y con enormes posibilidades de seguir creciendo en los matices, pero a la que ni siquiera se le entregó el habitual ramo de flores. ¿Tan grande es la austeridad como para no tener este pequeño detalle con una artista?