La 66ª edición del Festival de Cannes
DiCaprio agiganta a Gatsby
El actor da brillo a la versión de Baz Luhrmann del clásico de Fitzgerald
Las adaptaciones cinematográficas deben ser juzgadas en sus propios términos, sin que importe el pedigrí literario de sus fuentes. El cine es un medio visual. Sin embargo las comparaciones son inevitables si la fuente en cuestión es una novela tan celebrada comoEl gran Gatsby. de F. Scott Fitzgerald, retrato de un amor perdido, recuperado y vuelto a perder y, sobre todo, crónica de cómo la obsesión de un hombre por recuperar el pasado destruye su presente y, sobre todo cómo el sueño americano, tal y como fue una vez soñado, resultó ser imposible.
Son necesarias no pocas dosis de audacia chulesca para aproximarse a la que quizá sea la obra cumbre de la literatura norteamericana del siglo XX y pensar: «Lo que esta historia necesita es 3D». Pero así es el director Baz Luhrmann, cuya nueva película, casualmente llamadaEl gran Gatsby, se encargó ayer de inaugurar el Festival de Cannes. Después de todo, fue él quien arrastró a los amantes malditos de Shakespeare a una odisea de balas y ritmos videocliperos enRomeo + Julieta(1996), y quien convirtió la Belle Epoque parisina en ungreatest hitsde la música pop enMoulin Rouge(2001). El australiano, de hecho, ya demostró enAustralia (2008) que, cuando se modera, pierde interés.
Quizá por eso, su nueva película es una carta de amor al exceso y la sobreproducción. La cámara amplifica cada momento hasta el límite de la credulidad a través de zums nerviosos,flashbacksde color sepia, pantallas partidas, escenas de multitudes marcadas por incesantes rotaciones y composiciones tan cuidadosamente planificadas como las de Eisenstein.
En ese sentido, El gran Gatsby es menos una versión fílmica de la novela homónima que una versión fílmica del mismo Jay Gatsby, y por tanto carente de más clase o gusto que los que el dinero puede comprar. Luhrmann lanza dólares sobre la pantalla de una manera completamente gatsbiana para, eso sí, alertar contra los peligros de tanto derroche. «Hace ahora 10 años viajaba en tren por Siberia bebiendo vino tinto y escuchando unos audiolibros, entre ellosEl gran Gatsby», recordó ayer el director. «Entonces comprendí que la imagen que hasta entonces había tenido del relato era completamente equivocada, y hasta qué punto fue Fitzgerald un visionario: todas las miserias de las que habló en su día siguen plenamente vigentes».
ESTILO ABIGARRADO/ Por supuesto, criticar a Luhrmann por su querencia al exceso es como quejarse porque una cebra tiene rayas. Lo que importa es si tan abigarrado estilo es una verdadera respuesta al texto de Fitzgerald o un mero circo visual. Y lo cierto es que, dado el inmoderado estilo de vida de su protagonista, el enfoque hortera resulta más que apropiado pese a contradecirse con la refinada naturaleza de la prosa de su autor. Pese a que la película raramente, tal vez nunca, evoca en toda su plenitud la feroz delicadeza sentimental que Fitzgerald logra en cada frase, su teatralidad captura el brillo engañoso de una sociedad preocupada por el artificio y la riqueza ostentosa, al tiempo que deja que un aire de verdadera tragedia romántica se deslice bajo la superficie.
SONRISA DE DICAPRIO/ Buena parte del mérito del filme la merece su protagonista, Leonardo DiCaprio, que se esconde tras una sonrisa diseñada para sugerir el dominio absoluto y que deja que esa sonrisa se escurra cuando cree que nadie está mirando. El actor atrapa las contradicciones y complejidades de aquel hombre
-encantador, divertido, sombrío, patético, inseguro, naíf y aterrador, todo a la vez-, y hace que su tragedia luzca genuina.
Es cierto que por momentos no está claro si Luhrmann comprende hasta qué punto el retrato que Fitzgerald hizo de las élites privilegiadas en la Nueva York de mediados de los años 20 estaba concebido a modo de condena -su fascinación por el brillo de la época llega más bien a sugerir algo de envidia-,
pero en cualquier caso eso no impide que su cinta sea la más disfrutable de las películas basadas enEl gran Gatsby, y la más respetuosa con el original. ¿Significa eso gran cosa, considerando qué soporíferas y acartonadas eran tanto la versión de 1949, protagonizada por Alan Ladd, como la de 1974, en la que Robert Redford y Mia Farrow deambulaban embutidos en un exceso de almidón? Digamos, para que no quede duda, que tanto Fitzgerald como sobre todo el propio Gatsby estarían satisfechos con ella.
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