DEPECHE MODE

Piel gélida para cantar al deseo

La leyenda tecno-pop regresa con un disco de sonido experimental

El trío británico Depeche Mode, en una foto de estudio.

El trío británico Depeche Mode, en una foto de estudio.

JUAN MANUEL FREIRE / Barcelona

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Pocos grupos pueden vanagloriarse de llevar 33 años en el negocio y seguir, más o menos, con la ilusión de antaño. Delta machine puede no ser el disco que resucite la magia pretérita de Depeche Mode -desde Violator (1990) no entregan una obra maestra- pero prueba al menos el vivo instinto de búsqueda del trío, que aquí se sumerge en sonidos de techno experimental y sale, por momentos, bastante airoso del envite.

Delta Machine es un disco que, en cierto modo, reúne varias épocas del grupo británico. Su pulsión experimental retrotrae a Construction time again (1983), compuesto bajo la influencia de una actuación de Einstürzende Neubauten: Martin Gore quedó impactado por el show y quiso experimentar con la inclusión de elementos de la música industrial en un contexto pop. En Some great reward (1984) siguieron la misma tónica. Blixa Bargeld, fundador de Einstürzende Neubauten, afirmó durante mucho tiempo que los sonidos industriales de uno de sus temas (el clásico People are people) habían sido extraídos de su banda, algo negado fervientemente tanto por Depeche Mode como por su productor de entonces, Gareth Jones.

VIOLINES ASALTANDO EL ESTRIBILLO / Por otro lado, Dave Gahan (cantante) se muestra aquí tan espiritual como en Songs of faith of devotion (1993), disco marcado por las influencias del blues y el gospel, especialmente en cortes como el hit I feel you y Condemnation. Experimental, industrial, gospeliano... Así es Delta machine. Es decir, quien esté esperando el regreso de los Depeche Mode de más claro instinto pop deberá seguir esperando. No busquen aquí un Strangelove, ni siquiera un seductor Only when I lose myself que utilizar como infalible banda sonora de alcoba. Delta machine tiene más de experimento quirúrgico, no siempre todo lo interesante que podría ser, aunque con sus momentos, como My little universe y Broken. Pero vamos a empezar por el principio.

El disco arranca con Welcome to my world, cuya letra es puro Depeche Mode, casi hasta la autoparodia: el diablo, el espíritu, los sueños, el deseo. Y si te quedas un poco / Penetraré en tu alma / Sangraré en tus sueños / Quieres perder el control. Por el sonido frío parece que la banda aspire a publicar en un sello tipo Raster-Noton, pero para rebajar la gelidez están esos violines asaltando el estribillo.

La siguiente Angel ejemplifica a la perfección la simbiosis que comentábamos al principio: las texturas son duras, la voz gospeliana. Gahan se muestra en modo predicador exaltado: El ángel del amor está sobre mí. El single Heaven -cuyo vídeo está inspirado por Terrence Malick- prorroga la temática religiosa en una melodía en la que participa también vocalmente Martin Gore, compositor principal del grupo y contraste tenor al barítono de Gahan. Según ha comentado el grupo, Heaven representa una especie de apropiación del rock clásico de los 70, con algo incluso de Rod Stewart. Gore y Gahan intercambian voces de forma bastante infecciosa (deberías haber sido tú/habrías sido tú/podrías haber sido tú) en la posterior Secret to the end.

My little universe es uno de los temas de sonido más minimalista pero, paradójicamente, uno de casi máxima efectividad a nivel pop, quizá junto a Broken. Supone claramente el mayor acierto del disco, y conecta con la unión de techno experimental e instinto melódico de la banda de culto The Knife. La bluesy Slow resulta algo menos excitante: suena a cara-b de la época Songs of faith and devotion, un intento (no del todo eficaz) de recuperar aquella electro-espiritualidad.

ESENCIAS MELÓDICAS / La citada Broken es otro buen momento, uno de los pocos en los que Gahan deja su lado más histriónico para explorar su faceta crooner. Es un pequeño melodrama pop de indudable pegada melódica, cuyo estribillo, sin resultar histórico, recupera las mejores esencias melódicas de Depeche Mode. En la siguiente, The child inside, Martin Gore se reserva la voz principal y reina la intimidad; llegan ciertos efluvios del trip-hop de los 90.

Hasta ahí, con sus altibajos, el disco mantiene el interés, pero en la recta final se reúnen una serie de temas que rehacen aciertos pretéritos sin excesiva inspiración. Es el caso de la final Goodbye y unas guitarras bluesy calcadas de la antigua I feel you, con la que no resiste comparación. Sea como sea, los aciertos del resto del metraje bastan para conceder la aprobación a este disco poco vetusto de unos veteranos.