LA NUEVA ACADÉMICA DE LA LENGUA REGRESA CON UNA OBRA AUTOBIOGRÁFICA

Las cerezas de Carme Riera

Académica 8La escritora Carme Riera, ayer, en Barcelona.

Académica 8La escritora Carme Riera, ayer, en Barcelona.

ANNA ABELLA
BARCELONA

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«La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa?». Siete años tenía Carme Riera (Palma, 1948) cuando estas palabras de la Sonatina de Rubén Darío, que le leyó su padre, la animaron a leer. Le pareció que estaban dedicadas a ella pues se sentía desgraciada porque «las monjas decían que era tonta de capirote, tonta del bote, porque era la única de la clase que aún no sabía leer, creía que era retardada». Hoy, si su familia no se hubiera preocupado tanto por su educación, la escritora mallorquina «quizá sería analfabeta», y seguramente no estaría ultimando el discurso con el que será la sexta mujer de la historia en ocupar un sillón -el de la ene minúscula- de la Real Academia Española.

De aquella época, de cuando tenía entre 3 y 10 años, en la Mallorca de los años 50, hoy desaparecida, surge ese y otros muchos recuerdos que Riera evoca y entrelaza, cual «cerezas», en la obra autobiográfica Tiempo de inocencia (Alfaguara / Edicions 62). «Cuando hace ocho meses nació mi primera nieta pensé que la Mallorca que ella conocerá no tendrá nada que ver con la de mi niñez y quise mostrársela en este libro. En él no solo hay chafarderías de infancia sino recuerdos generacionales de una Mallorca en la que el turismo y los asesinos de paisajes aún no habían llegado».

Porque, según la autora de Dins el darrer blau«inventamos la literatura para escribir sobre aquello que hemos perdido», pero que «vive en la memoria, donde está el alma». «Recuperar el pasado es volver a vivirlo además de una forma de aferrarnos a la vida», añade, consciente de cruzar una edad en que tiene «más vida vivida que por vivir» y en la que se hace «balance».

Entre sus recuerdos sobresale el del «tacto protector de la mano de su padre» (sobre cuyas reuniones clandestinas contra Franco ella tenía prohibido hablar fuera de casa), la belleza de la madre, los celos asesinos a sus hermanos pequeños (intentó tirarlos por el balcón), las historias de la abuela Caterina o el hercúleo abuelo Pau. Fue una niñez sensitiva -el olor de la tienda de Can Rasca, del vino de las bodegas y el estiércol o los sonidos de las campanas que hoy ya no suenan y de las ovejas-, pero también «terrorífica». «Estuvo llena de miedos, al infierno, a la condenación eterna, a la muerte, cosas que hoy a los niños nadie les explica. La culpa y el pecado, muy ligado al sexto mandamiento, el de los actos impuros, que no sabías ni qué eran y surgían de las fotos de señoras desnudas y de lecturas prohibidas».

También salpican el libro claves sobre sus futuras novelas y escritores que corrían por la isla, como Robert Graves, George Sand, Camilo José Cela o Llorenç Villalonga, que montó un gimnasio solo para ver «las cabriolas de Baltasar Porcel».

Fracaso de la transición

La primera gran desilusión de su niñez fue descubrir quiénes eran los Reyes. ¿Y de mayor? «Pensar que tras la muerte de Franco el interés por la cultura sería prioritario. La transición ha sido un gran fracaso. Nuestra generación nunca imaginó que el dinero fuera tan importante, que hubiera tantos corruptos y que los políticos primasen los intereses privados a los públicos. Da asco», condena Riera. Y alerta: «El mayor desastre de la transición fue que no hubo un consenso de todos los partidos sobre educación. Los franceses me dan envidia. Hollande ha dicho que no recortará en educación, no como aquí. Un país que deja de lado la educación nunca saldrá adelante. Lo pagaremos muy caro».

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