El principal premio de la literatura en lengua castellana

Un Cervantes para la voz lírica de Caballero Bonald

El novelista, memorialista, ensayista y, por encima de todo, poeta obtiene el galardón a los 86 años

José Manuel Caballero Bonald, ayer en su domicilio madrileño.

José Manuel Caballero Bonald, ayer en su domicilio madrileño.

OLGA PEREDA / MADRID
ELENA HEVIA / BARCELONA

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Ya desde las primeras horas de la mañana de ayer, José Manuel Caballero Bonald, 86 años, aquejado de bronquitis desde hace tres días en los que no se ha levantado de la cama, decidió que si finalmente, como se rumoreaba y como así fue, le daban el Premio Cervantes, el más distinguido de la lengua española, no se movería de su casa para atender a la prensa. Y así fue. La confirmación vino con la llamada telefónica del ministro Wert para comunicarle una noticia que Pepe -como le llaman sus amigos- Caballero (Jerez de la Frontera, 1926) esperaba desde hace dos años. «Supongo que ahora me ha tocado por edad. En todo caso, en ningún momento pensé en rechazar el premio [como hizo Javier Marías con el Nacional de Narrativa]. Este es un galardón que me llena de orgullo. Es la culminación a toda una carrera», explicó el novelista, memorialista y poeta, con su habitual rotundidad un punto aristocrática.

El autor jerezano admitió con una sonrisa que los 125.000 euros con los que está dotado el premio suponen una «inyección económica nada desdeñable que ayuda a sobrevivir». Así lo explicó a un grupo de periodistas en su casa de Madrid, un piso más bien modesto en un barrio residencial en el que no cabe un libro más (muchos descansan en el suelo) ni tampoco un barco más, porque las maquetas y los motivos marineros tienen tomada  la vivienda. No en vano esa es la vocación más antigua del escritor, que estudió Náutica -además de Astronomía y Filosofía y Letras- y ha navegado a vela «por las aguas de los cuatro continentes», como suele decir.

Un premio obliga al galardonado a hacer balance, y el del escritor es totalmente positivo, sino superlativo consigo mismo. Quizá sea la edad o que es el único superviviente -con el permiso de Francisco Brines o del más joven Juan Marsé- de la generación de los 50 o del medio siglo. Esa que formaron Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral, Ángel González, José Ángel Valente y José Agustín Goytisolo, todos muertos. La satisfacción le ha llevado a decir en más de una ocasión que no está «capacitado para escribir mal». Y puede sonar muy poco modesto, incluso petulante, pero da cuenta de su forma de acercarse a su escritura elaborada y barroca: si el resultado no le convence, sencillamente no lo publica.

De ahí que la trayectoria de Caballero Bonald, sea larga pero no especialmente densa. Se inició como poeta, un oficio que le ha acompañado hasta ahora, con Las adivinaciones (1952), Las horas muertas (1959) y destacó con Descrédito del héroe (1977). En 1962 aterrizó en la narrativa con Dos días de septiembre, con el que obtuvo el Biblioteca Breve de los buenos tiempos y alcanzó la cumbre con Ágata ojos de gato (1974) para abandonar definitivamente la ficción con  Campo de Agramante (1992). Por el camino también tuvo tiempo para cultivar su amor por el flamenco que cristalizó en el fundamental Luces y sombras del flamenco con fotografías de Colita.

ENEMIGOS / Tras cerrar el territorio novelístico, al que dice no piensa volver, abrió la puerta a unas memorias en las repasó capítulos esenciales de su vida: como su estancia, que no exactamente exilio, en Colombia y los años en los que fue secretario de la influyente revista Papeles de Son Armadans, dirigida por Camilo José Cela en Mallorca. Inciso para el cotilleo: en sus memorias evocó con elegancia el romance con la entonces mujer de su jefe, Rosario Conde, a la que Cela abandonaría años después por Marina Castaño.

Finalmente, también hubo en el libro un ajuste de cuentas con algunos de sus enemigos. De ellos volvió a hablar ayer: «Son personas muy anodinas. Supongo que con el Cervantes me habré ganado algún enemigo más. El gremio de escritores es muy envidioso y soporta mal el triunfo ajeno».

Otro de los sentimientos encontrados del autor frente al Cervantes es haberlo obtenido de un Gobierno del PP, al que ha criticado abiertamente. No en vano uno de sus últimos poemarios, el celebrado Manual de infractores (2005), parece estar ahora en perfecta armonía con las tesis de los indignados. De ahí que le guste ser calificado de «desobediente», un epíteto que también le cuadra a la perfección, dice, a su admirado Cervantes.

Para Caballero Bonald, los desobedientes son los que contemplan con un punto de vista crítico el colapso de la sociedad actual. Esa misma en la que las personas se suicidan tras perder su casa por no poder pagarla. «Hemos llegado a la extrema crueldad. Una sociedad que permite que ocurra ese tipo de cosas es una sociedad enferma. Vivimos instalados en el horror. La zozobra se ha quedado a vivir en nuestra vida diaria. No sabemos qué va a pasar», analizó pesimista.

Cuando en enero, el poeta publicó el biográfico poemario Entreguerras, aseguró que con él ponía punto final a su obra. Aunque no descarta que, de improviso, le llegue un nuevo poema. «Es inevitable». Pero eso no quiere decir que no vayan a aparecer más libros suyos. Seix Barral prepara la edición el próximo enero de Oficio de lector, una selección de ensayos, reseñas, prólogos y conferencias inéditas sobre diversos autores, entre los que destaca un texto, cómo no, sobre Cervantes.