Publicado el 7 de julio del 2012 en 'Dominical'

Jaume Plensa: "En la vida tenemos muy pocas ideas"

ES EL ESCULTOR CATALÁN CON MAYOR PROYECCIÓN INTERNACIONAL. SU OBRA SE EXPONE DE ESTADOS UNIDOS A JAPÓN. Y SIGUE CON SU EMPEÑO DE BUSCAR EL ALMA DE SUS PIEZAS

El escultor Jaume Plensa, junto a una de sus esculturas

El escultor Jaume Plensa, junto a una de sus esculturas / EFE / LORNE CAMPBELL

LUIS MIGUEL MARCO / Barcelona

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'The New York Times' considera a Jaume Plensa (Barcelona, 1955) "uno de los artistas públicos más importantes del mundo". Su obra está diseminada por lugares como Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Japón. En Barcelona, una pieza suya de 2.700 kilos de hierro creada en 1990, Dell'arte, acaba de sumarse a las tres ya existentes. Está en la plaza del Museu Can Framis, centro impulsado por Antoni Vila Casas, que la ha donado a la ciudad. Plensa ha instalado este año también una escultura en la Rice University de Houston llamada Mirror. En agosto tiene una exposición en Sao Paulo y prepara otra muestra para el Museo de Arte Moderno de Helsinki.

Lo visitamos en su taller de Sant Feliu de Llobregat (Barcelona) horas después de que por el cuadro Naranja, rojo, amarillo de Mark Rothko, subastado por Christie's en Nueva York, se pagaran 66,8 millones de euros. Poco antes, en la misma ciudad pero en Sotheby's, una de las versiones de 'El grito' de Munch se convertía en la obra subastada más cara de la historia: 91,24 millones de euros. La primera pregunta era obvia.

¿Lo valen? 

Esas dos subastas refuerzan lo

que siempre he pensado del arte, que está

fuera del control natural de las cosas. Es la

diferencia entre el valor y el precio. En el

arte es clarísimo. Yo soy un enamorado de

[Alexander] Calder y recuerdo que un día,

en Chicago, admiraba una pieza suya de los

años 20 hecha con alambre. Era un juego.

Costaba un millón y medio de dólares y me

pareció maravilloso. Esas cifras están tan

fuera de lo práctico que resulta hasta poético.

Es un precio poético. Se pueden leer

como una inversión, y desgraciadamente

muchas veces solo se da valor a lo que tiene

precio, pero para mí adquiere el valor de

lo sagrado. Que por una simple tela, o un

alambre o una piedra, alguien pague esas

cantidades me parece extraordinario.

Usted colecciona dibujos [Torres García,

Giacometti]. 

¿Recomienda invertir en arte?

Son cosas pequeñas y bonitas y no las compro

como inversión. Lo hago porque compartir

esas obras en tu espacio más íntimo

no tiene precio. Creo que si a alguien le

gusta una obra de arte y piensa que le va a

hacer más feliz, o más culto, debería comprarla

sin pensarlo.

¿Refuerza esa idea suya de que el arte no

sirve para nada, de ahí su fuerza?

Cuando digo eso la gente cree muchas veces que es

una visión negativa y es justo lo contrario.

Estamos en un mundo en que se da valor

a lo útil, o a lo que creemos que es útil. Y

el arte es cero útil, por eso es tan necesario,

aunque suene a paradoja. Porque el arte

va impregnando la sociedad lentamente,

como la lluvia va mojando la tierra hasta

que un día algo florece. Hasta que llega un

momento en que las obras de arte forman

parte ya de nosotros sin darnos cuenta, sin

que hayamos reflexionado sobre ello.

Al escucharle parece que, más que con un

escultor, estemos con un poeta.Y viendo esa

maqueta de una figura humana hecha con

notas del pentagrama, con un músico.

Bueno. Mi padre era un gran lector y tenía la casa

llena de libros. Conoció a mi madre cuando

los dos estudiaban música. Mi madre quería

ser cantante de opereta o de zarzuela y mi

padre, tocar el piano. La posguerra no les

dejó hacer todo lo que hubieran querido,

pero yo me recuerdo leyendo debajo del

piano mientras mi padre tocaba. Supongo

que nací y crecí en el lugar adecuado.

Tuvo la suerte de aunar arte y ópera en sus

escenografías para 'La flauta mágica', 'La

condenación de Fausto'... ¿Aquello acabó?

Aquello fueron las colaboraciones con la

gente de La Fura dels Baus y las recuerdo

con mucho cariño. Àlex Ollé y Carlos

Padrissa, dos personas brillantes, vinieron

a mí sabiendo que me gustaba mucho la

ópera y aquel trabajo conjunto duró 11

años, pero creo que lo que podía aportar ya

lo hice. Quizá, si algún día llegara una propuesta

muy excitante, me volvería a poner.

Viví lo que tanto me gustaba desde dentro:

escenario, cantantes, músicos... Increíble.

¿De verdad esculpe gracias a 'Macbeth'? 

Es uno de mis libros de cabecera, sí. Es una de

las piezas más visuales de Shakespeare: lees

cuatro frases y te sientes transportado a un

mundo de imágenes y espacios, como una

gran película. Yo soy un artista visual, pero a

mí las claves de mi trabajo me las han dado

escritores como él, al que tuve la suerte de

leer muy joven. Autores y obras que me

conmovieron o me confirmaron cosas que

me estaban pasando siendo un adolescente.

Pienso también en los Proverbios del infierno,

de William Blake; en el Fausto de Goethe o

en Las flores del mal, de Baudelaire. Y pienso

también en un poeta valenciano, poco o mal

conocido creo yo, Vicent Andrés Estellés,

autor de El llibre de les meravelles y L'Hotel

París. Le envié una carta desde Berlín y lo fui

a visitar a Valencia. Fueron dos días inolvidables.

Era un poeta de las imágenes, como

Joan Brossa o José Ángel Valente. Los poetas

han sido un reflejo de esta contradicción

que tiene nuestro país entre lo que quiere

pero no se atreve.

Jaume Plensa, que se ha servido un té, se

enciende ahora un pitillo: "Algún vicio he de

tener", se excusa. Su hablar es muy pausado,

transmite calma. Su pelo, corto y canoso

como la barba, corona una cara en la que

destacan unos ojos verdes, grandes y acuosos.

Mirando su piezas se diría que el cuerpo

humano le sigue obsesionando, que no ha

cesado en la búsqueda del alma de las cosas.

"Han pasado años en los que el cuerpo

humano no estaba, pero porque la obsesión

era la ausencia. Estaba el volumen. Yo

creo que a lo largo de la vida tenemos unas

ideas, muy pocas, y nos pasamos todo el

tiempo desarrollándolas. El camino es uno.

No hay varias vidas, hay una. Y esta vida va

describiendo círculos, pero no en paralelo,

en espiral. A mí siempre me ha ido mejor

cuando mejor he entendido mis límites.

Cuando sabes dónde acaba tu geografía

entiendes mejor la geografía de los otros y

puedes intentar explorar esos otros territorios.

Lo que mejor conozco es mi cuerpo,

no solo el exterior, también el interior. A

partir de aquí he desarrollado mi obra".

¿Sigue hurgado dentro de usted?

He llegado a dibujar incluso órganos imaginados. He

trabajado mucho sobre el cerebro, que es

la parte más salvaje, la que está más fuera

de nuestro control, allí donde dos ideas

pueden provocar un cortocircuito. Para

mí, el cuerpo es una pequeña metáfora del

cosmos. Me gusta la idea de ese paralelismo

entre una célula del cuerpo y una partícula

del universo. Siempre estás en lo más grande

y en lo más pequeño, constantemente.

En una de las dos naves del taller de este

polígono industrial de Sant Feliu de Llobregat,

en este terreno de nadie --"no man's

land", dirá él--, se ven tres enormes cabezas

humanas de alabastro cubiertas con un

plástico "por el polvo". Son las de la fotografía

que abre esta entrevista. Hay algo en

ellas que invita a tocarlas, quizá sean esas

imperfecciones rugosas que para Plensa son

perfectas, esas vetas oscuras en el mineral

que parecen... ¿el interior del cerebro? En

la nave contigua hay otras tres enormes

figuras metálicas sobre una base de una

piedra traída desde el Pirineo con incrustaciones

de fósiles marinos. Se llaman Waves (Olas) y, sí, hay algo poético en ellas.

Hay también, asomando de sacos abiertos,

números y letras de diferentes alfabetos,

en acero. Dos operarios armados con la

máscara y el soplete, siguiendo un orden

preestablecido, van soldando esas piezas

metálicas sobre el molde de una figura

humana en actitud pensativa. Desde sus

inicios como artista, conocer desde dentro

la forja fue decisivo. "Cada punto de soldadura

es como las cicatrices", dirá Plensa,

con un número pi, o la decimosexta letra

del alfabeto griego, en la mano.

¿Siente que en casa no se le conoce todo

lo bien que usted querría? 

Sí. Es que mi trabajo se ha visto aquí de una forma muy

fragmentada. Creo que tiene que ver con

mi trayectoria. Yo me fui a vivir a Berlín

cuando todos se iban a Nueva York. Mi primera

exposición la hice en Francia, luego en

Alemania. Después me fui a vivir a Bruselas,

y de ahí, a París, donde todavía mantengo

lazos, antes de regresar a Barcelona. Mi obra

se ha visto desplazada por el mercado hacia

Estados Unidos, Inglaterra, Japón, países que

quizá han entendido mejor mi sensibilidad.

En el año 2000 hice una exposición en el

Reina Sofía, en Madrid, pero hace tanto que

ya nadie se acuerda. A mí me encanta vivir

aquí, pero prácticamente toda mi producción

se va fuera. Tengo galería en Nueva

York, Chicago y París.

Mucha gente le recuerda por 'El alma del

Ebro', que hizo para la Expo de Zaragoza.

Estoy orgulloso de ella, y eso que sufrí

mucho, porque cada vez que iba de visita de

obras me la habían desplazado unos metros

de su emplazamiento original. Al final quedó

arrinconada en una esquina, pero, bueno,

se ganó el espacio. Es lo que decía antes de

esos cuadros millonarios: al final han ganado

su espacio y su dignidad. Por eso me gusta

tanto el arte en el espacio público, porque

no tiene leyes, es algo salvaje.

¿Se siente limitado, encorsetado, en una

galería o en un museo? 

Si yo expongo en una galería o en un museo, irás pensando

en que vas a ver obras de arte, después te

gustarán o no. Pero en un espacio público

soy yo quien tengo que ganarme la consideración

de la gente como artista. Y eso me

apasiona. En la calle no estás arropado. Es

todo más democrático. Un encargo de obra

pública para mí es una gran responsabilidad,

y también una fuente de satisfacción.

¿Hasta su obra más grande ha salido de un

dibujo en una pequeña hoja de cuaderno?

Me sirvo de la tecnología y de los ordenadores,

pero la génesis es esa, sí. Del dibujo

salen las medidas, las proporciones y los

materiales. Por eso siempre llevo libretas

de notas encima. Mi oficina viaja conmigo,

pero la obra sale de la cabeza y del corazón.