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The XX, redondos

JORDI PUNTÍ

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Estos días se han cumplido 30 años de la aparición del primer cedé. Aunque se habían hecho varias grabaciones de música clásica, el primer álbum que entró en producción industrial fue The visitors, de ABBA, y el primero en distribuirse fue 52nd Street, de Billy Joel. Ambos ejemplifican muy bien el aire de cosa antigua que sufren hoy en día los compactos. Solo hace tres décadas, pero parece más porque la nueva tecnología los ha barrido. Por no tener, ni siquiera tienen el aire nostálgico del vinilo, con sus carátulas artísticas y ese cras cras de la aguja en el surco.

De hecho, el formato MP3 no solo ha aniquilado al disco compacto como soporte, sino que ha desprestigiado el elepé como unidad de medida. Para mucha gente ahora lo que cuenta es la canción concreta y no todo un álbum. Los temas de relleno, que a menudo escondían una perla, han quedado relegados al olvido. Cada vez es más normal que los intérpretes sean reconocidos por una serie de éxitos, y no por un elepé entero, creado con sentido unitario. Yo mismo casi había perdido esa fiebre de esperar la salida de un disco, y la he recuperado gracias a un grupo único: The XX.

Su nuevo disco se llama Coexist y, como el primero, es una gran miniatura delicada. Uno lo escucha de inicio a fin bajo el mismo estado de ánimo -atención calmada- y es gracias a la repetición, al hecho de volver una y otra vez el disco entero, que este ánimo se va matizando. El sonido de The XX es minimalista, explora melodías simples y sus voces no buscan el efectismo de la nota alta, pero a cambio tienen un poder emotivo muy directo. A primer oído, el grupo ha evolucionado poco, pero pronto uno se da cuenta de los pequeños cambios, explorando nuevos instrumentos como fondo, casi como un guiño que lo enlaza todo. A veces hallo en sus guitarras un eco de The Durutti Column, como si viniera del pasado, directamente de uno de esos vinilos que siguen siendo imprescindibles.