CRÓNICA
Norah Jones, pop con esencia
La cantante mostró en el Auditori su cara más dinámica sin renunciar a las raíces
El retrato de aquella Norah Jones vaporosa y lánguida que se dio a conocer hace ya una década con Come away with me se ha ido moviendo y dinamizando hasta el perfil prácticamente pop de su nueva obra, Little broken hearts, producida por Danger Mouse. Ha sido una evolución rápida pero no antinatural, porque en sus nuevas canciones sigue habiendo modos roots, matices con alma y sofisticados cruces de caminos estilísticos que van más allá del estribillo accesible. Y su voz, delicada pero imponente, cohesiona ese repertorio de amplias maneras que paladeamos el jueves en el Auditori.
Recordando la forma en que se presentaba en público en sus inicios, sorprendió verla, en el primer bloque del recital, con una guitarra eléctrica colgada y atacando canciones como la que da título al nuevo disco (que abrió el pase), Say goodbye y Chasing pirates (de su anterior disco, The fall, que ya apuntaba ese cambio de dirección). Material que funde estrofas luminosas con ambientes turbios y detalles instrumentales profundos, guitarras con wah wah y arreglos pantanosos. Si hay que calificar ahora a Norah Jones de pop y de mainstream, será la creadora más refinada de esa categoría.
SOLA AL PIANO / Esa primera parte incluyó desvíos como Broken, protagonizada por su voz y su guitarra desnuda, y Black, canción del disco Black, de Danger Mouse, en cuya grabación tomó parte. Y cuando nos estaba convenciendo de los creativos y cromáticos recursos de su nueva etapa artista, Norah se sentó al piano y demostró porqué hace una década fue fichada por Blue Note para grabar su primer disco: porque su versión de The nearness of you, de Hoagy Carmichael, puede hacer temblar un iceberg. También ese Don't know why levemente viscoso, digno del repertorio de The Neville Brothers o Dr. John. Su mutante hoja de ruta la condujo luego al cabaret bluesy de Sinkin' soon y, a partir de ahí, varios movimientos en zigzag: la melancólica Miriam, seguida de la canción más ligera de su repertorio, Happy pills, el rock perezoso de Stuck y una gema country, Hickory wind, de Gram Parsons, en la que invitó a escena al telonero de la noche, Cory Chisel.
En la tanda de bises, la neoyorquina y sus cómplices se plantaron con guitarras acústicas y acordeones, y rescataron piezas lejanas, Sunrise, Creppin' in y Come away with me. Las raíces, insinuadas durante la mayor parte del recital, asomaron del todo en su clímax, y así todos los asistentes del Auditori (entradas agotadas desde hacía semanas) tuvieron motivos para sentirse complacidos.
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