ENCUENTROS EN LA TERCERA FASE. BOB MARLEY (1)

Paz, amor y canutos

El escritor y periodista inicia hoy con una entrega dedicada a Bob Marley una serie en la que evocará las circunstancias de algunas de las entrevistas más curiosas que ha hecho en su vida.

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por RAMÓN DE ESPAÑA

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Hace muchos años, allá por el paleolítico inferior, tuve una novia que era fan de Bob Marley. Había estado en su funeral en Jamaica y consideraba esa jornada una de las más emocionantes de su vida. Por amor, yo había renunciado a una de las máximas que regían mi vida por aquel entonces: mantente alejado de los admiradores de Bob Marley. Dicho colectivo me parecía uno de los más simplones del universo pop -ahora se llevan la palma los fans de Springsteen, ésos que creen sinceramente que el Boss establece contacto visual con cada uno de ellos durante sus conciertos-, pero, al mismo tiempo, recordaba ese refrán según el cual, algo tendrá el santo cuando lo bendicen, y me preguntaba si no me estaría perdiendo algo.

Donde los demás veían a una especie de Mesías, yo solo lograba ver a un señor de ideas confusas cuyas canciones me aburrían a más no poder. Y aunque prefería el ska, nada tenía en contra del reggae y siempre estaba dispuesto a escuchar una buena copla de Desmond Dekker o Jimmy Cliff. Lo que me reventaba de verdad era esa aura de trascendencia que envolvía al personaje y que iba más allá del humo de los canutos que se fumaba a diario. Lo entendiera o no, Bob Marley podía decidir unas elecciones en Jamaica y parecer, en sus momentos menos confusos, el discípulo más aventajado de Marcus Garvey.

«Yo le conocí», le dije un día a esa novia de la que les hablaba al principio. «¿Y cómo era?», preguntó ella. Por la cuenta que me traía, repuse «un personaje muy peculiar», cuando lo que tenía ganas de decir era: «Un tarugo embrutecido por las drogas que no sabe lo que dice». Así de radical era yo durante el paleolítico inferior. Con el tiempo, he acabado llegando a la conclusión de que, simplemente, no le entendí, que es lo mismo que me pasa con fenómenos como el fútbol, Lady Gaga o Alfons López Tena. Hay que decir en su descargo que, cuando nos cruzamos, faltaba menos de un año para su fallecimiento a manos del cáncer (1981) y que, probablemente, no le apetecía nada hablar con la prensa.

La revista Cambio 16 me había enviado al hotel Princesa Sofía para hablar con él. Me encontré con algunos colegas que venían a lo mismo y tomamos asiento. Una decisión muy juiciosa si tenemos en cuenta que el amigo Bob se personó en el hall del hotel con unas dos horas de retraso, precedido por un olor a canuto que tiraba de espaldas, se desplomó en un sofá y se puso a responder a nuestras preguntas con unos monólogos incoherentes, cuando no incomprensibles, que su fuerte acento jamaicano no contribuía precisamente a aclarar. Para entendernos, la conversación fue del modelo «¿A dónde vas? Patatas traigo». Marley habló poco de música y mucho de su visión del mundo. Creo recordar un discurso parecido a éste: «Para los rastafaris no existe el tú, todos somos yo, yo soy yo, pero tú también eres yo, y tú eres él y él es yo y yo...» Y así sucesivamente.

Le pregunté por Haile Sellassie, Gran Jefe Rastafari, pues era otro aspecto de él que tampoco entendía. Según la ideología de cada historiador, Haile Selassie es el hombre que modernizó Etiopía, un dictador de tomo y lomo o un oportunista siempre dispuesto a pactar con la potencia occidental de turno para no dejar libre el sillón imperial. Marley, didáctico, me dijo algo parecido a esto: «Haile Selassie es descendiente directo de Salomón y la Reina de Saba, es el Mesías en quien creemos todos los rastafaris, hay muchos infundios...». Un colega tuvo la humorada de preguntarle cómo le había influido la ganja, tanto a nivel personal como profesional, cuando sus benéficos resultados estaban a la vista (y al olfato) de todos.

El concierto fue como una misa para feligreses fumados. Cayeron todos los hits -I shot the sheriffRedemption songNo woman no cry- mientras yo no veía la hora de llegar a casa para escuchar a los Specials y recuperar la alegría de vivir. Como lo que sucedía en el escenario no podía interesarme menos, me dediqué a mirar a la gente y a envidiar sus rostros felices, sus lánguidos y repetitivos pasos de baile, sus besos con olor a ganja... Y se apoderó de mí una soledad cósmica que aún me dura, aunque por diferentes motivos.

Y MAÑANA: 2. La actriz y directora de cine francesa Jeanne Moreau.