El diario del olímpico Carl Lewis. Transcrito por Jeffrey Marx

El viento estaba loco

En una nueva colaboración, Carl Lewis relata cómo fue la prueba de salto de longitud en la que ganó la medalla de oro. El atleta se queja del viento, de su continua irregularidad, lo que dificultó la planificación de los saltos.

CARL LEWIS / Barcelona

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Nunca se debería juzgar una competición de salto de longitud exclusivamente en función de los resultados finales. Confluyen muchas otras variables. La final olímpica es un ejemplo perfecto. Yo salté 8,67 metros y gané. Mike Powell quedó segundo con un salto de 8,64 metros.

Los dos somos capaces de saltar mucho más lejos, pero dadas las condiciones, fue una gran competición. Nunca he trabajado tan duramente para una medalla de oro.

El viento estaba loco, peor que en todas mis competiciones anteriores. Soplaba primero en una dirección, luego en otra, y en ocasiones, se arremolinaba en torno a nosotros, acosándonos desde distintos ángulos al avanzar por la pista de impulso. Esto dificulta mucho la planificación y ejecución de un salto.

La carrera suele ser la parte más sólida de mis saltos, pese a que es el componente más afectado por el viento. Habitualmente, mi carrera es de casi 50 metros e intento pisar una marca a poco más de 10 metros de la tabla de batida, cuando estoy a cuatro zancadas del salto. Cuando me quedo corto ante la marca, tengo que recuperar para alcanzar la plataforma, cosa que perjudica el salto. Si sobrepaso la marca, tengo que retraerme, lo que es igualmente perjudicial.

Hay días, desde luego, en que la carrera de impulso no sale del todo bien. Te sientes genial, y por eso te pasas de la marca, o no te sientes bien del todo, y por eso calculas de menos. Pero se hacen ajustes. Suele suceder que el que realiza los mejores cambios técnicos acaba campeón.

El jueves por la tarde, corrí muy bien, todo lo rápido que hubiera deseado. E hice todos los ajustes técnicos necesarios entre mis saltos. Pero de nada sirvió. El `diento soplaba como loco; en un salto me pasaba de largo, en el siguiente me quedaba corto, y poco podía hacer yo al respecto en el estadio.

Teniendo en cuenta las condiciones, sabía que era imposible batir un récord mundial. Por eso siempre me resisto a predecir las distancias que saltaremos en una competición concreta, sobre todo en unos Juegos Olímpicos. No somos robots y hay muchas cosas imposibles de controlar.

En esta ocasión, ganar iba a costar lo suyo, y no sólo para mí. Mike también tendría que luchar. Los vientos iban a ser igual de duros con él. Y yo contaba con una ventaja que me acompañará siempre hasta el día que me retire: la experiencia. Nadie, ni siquiera Mike, ha estado en tantas competiciones importantes durante tantos años, y yo lo tengo siempre presente cuando las condiciones requieren algo especial.

Quería realizar un primer salto largo para demostrarles a todos que estaba preparado para la batalla, y para enviarles un mensaje a mis competidores: la presión los afectaría a ellos, no a mí. Cuando salté 8,67 metros en mi primer salto, pensé que había sido un buen principio, lo bastante largo como para que Mike supiera que yo iba a realizar una buena prueba. Pero también pensé que tendría que mejorar ese resultado para ganar.

Me equivoqué. Cuando no estaba saltando o preparándome para un salto, estuve la mayor parte del tiempo sentado en el césped, solo, concentrado en lo que tenía que hacer, y por eso no vi ninguno de los saltos de Mike. Pero al ver sus resultados supe que tenía dificultades, e incluso cuando lo observaba antes y durante la competición, intuí que no tenía su energía habitual.

Mike se hizo un gran nombre el año pasado al saltar los 8,95 metros, batiendo el récord de Bob Beamon para ganar e! Campeonato del Mundo en Tokio. Ha sido un gran campeón, pues ha sabido adaptarse muy bien a las presiones que conlleva ser el número uno. Pero en esta ocasión, parecía un poco tenso. Tal vez se veía abrumado por las enormes expectativas que se habían creado en el concurso olímpico.

De pie en la pista antes de mi último salto, escuché a mi hermana, Carol, que gritaba: “Ponte en cabeza". Carol y yo crecimos corriendo y saltando juntos, y siempre ha estado conmigo en todas las competiciones importantes Ahora estaba bien lejos de mí, allá arriba en las gradas y cerca del foso. Pero tiene una de esas voces que se oyen en kilómetros a la redonda. Significó mucho para mí oírla.

Desde que competí en los trials estadounidenses, afectado por un virus y habiendo fracasado en mi intento de clasificarme para las carreras de tos 100 y 200 metros lisos, el apoyo de las personas que me son más cercanas ha significado más que nunca para mí, mi familia, mis amigos, mis entrenadores, mis compañeros y el manager del Club Santa Mónica, todos se han portado de manera increíble. Y pensé en ello varias veces entre saltos.

Por desgracia, mi último salto fue igual que el anterior, 8,50 metros, así que el primer asalto de 8,67 metros seguía siendo el resultado a superar.

En Tokio, fue Mike el que iba en cabeza y yo el que tenía la última oportunidad de vencerlo en el salto final. En esta ocasión, fue todo lo contrario. Mike iba mejorando a medida que avanzaba la prueba, y yo era el que estaba sentado en el césped mientras él preparaba su último salto.

En ambas situaciones, la intensidad fue increíble. Sin embargo, prefiero ser el que está en la pista de impulso, en lugar del que aguarda. Mike rezó. Yo entonces me limité a esperar, preparado para aceptar lo que sucedería a continuación.

Los dos habíamos superado problemas graves para llegar hasta aquí, yo con el virus, Mike con molestias en el bíceps femoral y una lesión de espalda que le afectaba desde hace varios meses. Los dos queríamos el oro. Pero también sabíamos que el hecho de estar aquí ya era un gran logro para ambos.

Al final, Mike aterrizó en la arena a tres centímetros de mi mejor salto. Era evidente que estaba decepcionado, pero lo tomó con dignidad. Nos abrazamos y nos felicitamos mutuamente, compartiendo la alegría de un podio americano y el convencimiento de que otro día, en otro estadio, volveremos a encontrarnos en otra gran competición como la celebrada en estos Juegos Olímpicos.

La batalla olímpica ha concluido. Pero aún falta mucho para que acabe la guerra del salto de longitud.